viernes, 28 de octubre de 2011

El homenaje al padre muerto: "Noche de navidad", de Diego Jesús Jiménez


El poeta durante una entrevista en 1997 / Bernardo Díaz (El Mundo)

"Diego Jesús Jiménez nos dejó en septiembre de 2009 y queó un vacío en nuestros corazones, pero también en el panorama de la poesía española contemporánea, porque en él había un lugar que solo su obra ocupaba, inolvidable e imprescindible". Iba a escribirlo cuando me acordé de la cita de Ángel Luis Luján y Martín Muelas, que así describen la ausencia del poeta en el número 121 de Leer y entender la poesía, dedicado por completo a su figura y su obra. Diego Jesús Jiménez con un poema formidable que indaga en la experiencia del regreso al pueblo de la infancia en Navidad para encontrarse con el inmenso hueco del padre muerto, que fue médico en Priego de Córdoba. Este poema pertenece al libro con que en 1968 ganó el Nacional de Poesía, Coro de ánimas. Aunque escrito con la nostalgia de la nochebuena, sirve, y tanto, para los días de Tosantos y Difuntos, tan encima:

NOCHE DE NAVIDAD
Te veo vivo
y sin consuelo,
padre. Aun a pesar de todo. Viendo
la vieja calma
del tilo, la fresca sombra
del ciprés, la senda
de la hormiga.
Tú, padre, cómplice 
del mal,
no salgas; no saques ya
la oreja y la nariz, que luego
corres por estos campos
del trigo, se te hace el paso loco, y tu mala
memoria, pisa la siembra
y cantas.
¡Que aún pertenece
a todas estas cosas 
tu dolor!
¡Padre, padre! ¿Otra vez?
Vuelve a esconderte. Vaya, vaya... No hay que sacarlo
de su agujero, porque no ve
y se ciega
con las cosas; y alborota, y le hace mucho ruido
la bebida, y el coñac
le hace ir hasta el pueblo,
y lo denuncian, y no quiere, en esta Navidad,
salirse de las casas. Y entra, remueve los baúles,
las alacenas, saca viejos papeles,
canela, perejil, y huele, huele... 
cada garrafa, cada orza
sin vida.
Y es invierno,
y él se mete en el río, y su catarro
tiembla
junto a los juncos
y la buena hierba. Padre, pero por qué ahora
bailas, ¡qué bien te veo!,
con qué pareja,
en este amanecer, va tu resaca; que filtro vas a darle
sin precaución, qué beso en sus encías
o en su enagua
sin sangre, o dentro
del sostén.
¡Padre! ¡Padre!,
a qué este escándalo; ¿no ves...?, ¿no ves?
Si ya te lo decía, y no haces caso
nunca.
Ven, ven, si tú estás muerto
ya. Hala, hala...,
no beses más aquí, ¡no le tires del pelo! Padre...
Si hace seis años de tu muerte. Pero cómo decírtelo si saltas, si no oyes, si va tu boca
casi al alba, y llegas a la alcoba, entras al dormitorio,
nos despiertas, te vas...
¡Qué amor habrá encontrado, si su aire
es de cansancio, y su camino es de tijeras y algodones
y gasas!

 Aquí, si cada nochevieja
vengo, si en el bolsillo, junto a la voz de tu cader 
pongo 
serpentinas, si traigo varias copas de más, y una botella 
para ti. ¡Con qué cuidado 
se la bebe! Y bromas, trucos, monjas sin cuerpo, ángeles, disfraces 
de papel, hadas borrachas 
y alegría al andar; si traigo 
mi ronquera y mi vino, la cal 
de la pared de casa aún en el hombro; y echo de la garrafa 
como ladrón devoto 
mi caridad. 
Si así te sirvo. ¡Pero 
qué juerga, 
piensas! ¡Padre! 
Y nada, 
nada, no se da cuenta de que está muerto 
y crece.

Los cuentos de "La madre muerte" de Ana Cristina Herreros



La pasión de la filóloga Ana Cristina Herreros (León, 1946) por el cuento popular no sólo le ha convertido en una de las narradoras orales más cautivadoras que, con el sobrenombre de Ana Griott, lleva recorriendo incansablemente teatros, bibliotecas, escuelas o cárceles desde 1992. También le ha llevado ha sumergirse en la herencia de los cuentos populares y la tradición oral, palpable en recopilaciones como el Libro de monstruos españoles (2009). Ahora, en una fecha oportuna, publica Cuentos populares sobre La madre muerte (Siruela), un intenso recorrido por 44 cuentos sin edad, para todos los públicos, incluso infantil, a la que le ha llevado su ansia de rescatar lo que se pierde: 
“Me gusta escribir sobre aquello a lo que esta sociedad le da la espalda. Y la muerte ha dejado de celebrarse porque comenzó a ser eso que había que ocultar, eso que no debía ni mencionarse. Y en este afán por que no se viera, la gente ha olvidado su íntima relación con la vida. Es como con la vejez, que ha dejado de ser esa edad de la dignidad, esa edad a la que se ha llegado después de tanta vida, de tanta sabiduría, y ha pasado a entenderse como una enfermedad mortal que hay que esconder con cirugías, o apartarla de nuestra vida”.
Editora y especialista en literatura infantil y juvenil reescribe su propia versión de cuentos extraídos de las tradiciones española, japonesa, cubana, árabe, china, india e incluso bosquimana entorno a la Madre Muerte, tan poco de moda: “Yo he buscado versiones tradicionales de estos relatos –afirma– y, a partir de ahí, he escrito mis propias versiones, aunque siempre intentando, más o menos, mantenerme fiel a lo leído o escuchado. Pero obviamente tienen mi voz, mi corazón, mis ojos y mi piel, porque esto es contar un cuento en definitiva”. El resultado es, sin duda, extraordinario, intenso, dulce a a vez. 

He aquí algunos extractos de la entrevista que próximamente publicaré en la sección de Cultura de la revista Vida Nueva:

Sobre las fuentes:
"La recopilación ha sido un poco fuentes folkloricas, es decir, he partido del repertorio de folkloristas de la Biblioteca Nacional. Y, por otra parte, gracias a mi oficio de narradora, también escuchando. Cuanto tú vas contando por ahí, viene mucha gente a contarte aquellos cuentos de su infancia".

Sobre el título:
"En nuestra tradición oral hay una fuerte presencia de la muerte y, básicamente, lo que tienen en común es la presencia de la muerte como alguien próximo, como alguien cercano que como una madre te acompaña. En cierto modo, esto no es algo original. Está presente en los cuentos alrededor de la muerte de todo el mundo. Por eso quería que en este libro estuvieran presentes narraciones de los cinco continentes. Era un modo de recordar que no somos tan diferentes".

Sobre el día de los Difuntos:
El recordar a la gente que se ha ido es algo maravilloso que nos sirve, también, para vivir mejor. Además, como sucedía antes con el Día de los Difuntos, era un modo de socializar el dolor, de convivencia familiar, de compartir, incluso, una gastronomía característica en honor de los que se fueron. Sin embargo, está siendo sustituido por esa moda espantosa y totalmente importada de Halloween. Una cosa es esa tradición de las luminarias dentro de las calabazas, que es algo que ya existía en muchas zonas rurales, incluso en España, para recordar a los muertos o para que el difunto sepa volver. Y otra muy distinta es este carnaval macabro inspirado en las películas de miedo del cine americano.

Lee aquí algunos fragmentos gracias a la editorial Siruela.


Ana Cristina Herreros (ed.): Cuentos populares sobre la Buena Muerte (Siruela), Madrid, 2011, 221 páginas, 19,95€

Ficha editorial de la wed de la Editorial Siruela

martes, 25 de octubre de 2011

LA NOVELA DE LA SEMANA | Jean Giono: Un rey sin diversión


¿Quién puede sustraerse al asombro de Jean Giono? A la lectura himnóptica de El hombre que plantaba árboles se une, por fin, gracias a la traducción de Isabel Núñez y el atrevimiento del editor Enrique Redel, la extraordinaria Un rey sin diversión (Impedimenta). La diversión es para el lector, sin duda, que avanza encantado por esta novela que parodia al género negro desde el virtuosismo de la prosa de Giono (Manosque, 1895-1970), magnífica ya desde la primera página con la descripción del hayedo:
Frédéric tiene la serrería en la carretera de Avers. Ha sucedido en ese oficio a su padre, a su abuelo, a su bisabuelo, a todos los Frédéric.
La serrería está justo en la curva, en la horquilla, al borde de la carretera. Allí se yergue un haya; estoy convencido de que no existe ninguna tan bonita: es el Apolo citaredo de las hayas. No es posible encontrar en un haya, ni en ningún otro árbol, una piel tan lisa ni de color más bello, una anchura más exacta, proporciones más justas, ni más nobleza, gracia y eterna juventud. Es exactamente Apolo, piensa uno nada más verlo, y sigue pensándolo incansablemente al mirarlo. Lo más extraordinario es que pueda ser tan hermoso y al mismo tiempo tan sencillo. Está fuera de duda que ese árbol se conoce y se juzga. ¿Cómo tanta justicia podría ser inconsciente? Bastaría un escalofrío de cierzo, un mal uso de la luz del atardecer, un voladizo en la inclinación de las hojas para que la belleza, desmoronada, dejara de ser sorprendente.
La primera de las célebres “Crónicas” de Giono, escrita en 1946, puede definirse como asombrosa, oscura, sensual. El narrador creado por el novelista-pacifista relata un siglo después de los hechos una primavera llena de cadáveres en Chichiliane, en la Provenza, a donde el capitán Langlois, con su pipa y sus pantuflas, con su monstruosidad y su compasión. Con él permanecerán con el lector para siempre la coscolina de Grenoble apodada la Salchicha, que regenta el Café de la Travesía, el soltero y salvaje Bergues, el guapo cura de espalda ancha como el portón de la iglesia.

Su traducción –y el entusiasmo para su publicación– es obra de Isabel Muñoz, quien acerca de Un rey sin diversión explica en el artículo en la revista Turia, Jean Giono, humor, poesía y nieve, la complejidad de traducir a un clásico como Giono
Es un libro maravilloso, pero ¡ay!, un desafío para el traductor, lleno de modismos provenzales, de palabras inventadas o forzadas para decir lo que Giono necesite decir, en su hábil mezcla de exigente lenguaje poético y lengua popular y agreste. A veces, una página exige más de un día de búsqueda, pues los jeroglíficos se acumulan y su ingenio requiere soluciones a la altura en castellano.
No queda más que agradecerle su opasión, y por supuesto también a Impedimenta, editorial con una especial sensibilidad a la hora de rescatar los grandes nombres olvidados de la literatura del siglo XX.

Acceso al primer capítulo gracias a la Editorial Impedimenta 
Acceso a la página sobre Un rey sin diversión en la web de Impedimenta.
Versión de la reseña en la revista Vida Nueva


Jean Giono: Un rey sin diversión (Impedimenta), Madrid, Septiembre de 2011, 224 páginas, 18,60 €

martes, 11 de octubre de 2011

Entrevista con Lorenzo Silva: “Un escritor debe contribuir a mejorar la realidad”

Otra vez más, Lorenzo Silva (Madrid, 1966) sorprende. Lo hace con una nueva novela de corte militar, Niños feroces (Editorial Destino), que emerge, ante todo, como una novela-denuncia de “la juventud empujada al campo de batalla” y, a la vez, como un diario de guerra que revela la participación de soldados españoles en las Wehrmacht SS pese a la prohibición de alistamiento que hizo el régimen franquista una vez licenciada la División Azul. Lo hace siguiendo una estructura atrevida entre narradores que se van superponiendo.
Grau y García Vallejo son nombres ficticios de otros tantos ex soldados a cuyos testimonios ha accedido Lázaro, un escritor con el que juega Silva al “otro yo”, a un “me parezco, no lo soy, pero podría serlo”. La novela acaba escribiéndola otro Lázaro, un joven lector y aprendiz, de 23 años, casi 24, que en pleno 2011 acude a un curso de escritura creativa y que el profesor, ese Lázaro escritor consolidado que bien podría ser su padre, le regala. Extraordinaria. Sencilla, ágil, una novela que nunca aparenta en lo que se va a transformar: una mirada sensible y de comprensión de nuestro pasado.
“Todos tenemos una  vocación. La mía es escribir –afirma Silva–. Pero esta vocación debe de servir para mejorar la realidad. Y el escritor lo único que puede hacer para ello es contribuir a la concienciay a la comprensión de sus contemporáneos. No puede cambiar el mundo…”. La novela tiene mucho de toma de conciencia y, sobre todo, de esfuerzo por la comprensión del pasado cruel y horripilante que fue la Guerra Civil y la II Guerra Mundial. Si dejáramos hablar a sus propios personajes para que la definieran dirían: “No puedes sentir la muerte rondándote (…) y seguir siendo el mismo” (p. 197). “No hay humano completo sin la noción del horror” (p. 14).
No hace falta ser un niño de 12, 13 años, con un lanzagranadas en Nayaf o en Berlín. Las guerras las han hecho –las hacen aún– “niños feroces” de 17 o 20 años, como su García Vallejo o su amigo Grau. Al final, la recluta siempre se produce entre gente rebosante de energía, con los sentimientos a flor de piel y que puede ser un rebelde o alguien manipulado. Esa viene a ser la historia de García Vallejo, que en el año 41 es casi un borrego que acude con el resto del rebaño a la llamada de la División Azul, y entra porque la propia ferocidad de su juventud le permite ser manipulado. Más tarde se rebelará contra esa autoridad que antes había acatado.
- Y sigue ocurriendo…
- En algún momento hablo de Walter Benjamin, y de cómo corta cualquier relación con su maestro porque firma un planfleto exhortando a la juventud austriaca a alistarse a la I Guerra Mundial. Hace mucho tiempo que se viene haciendo; se hacía en 1915 y se sigue haciendo aún. Muchos de los “voluntarios” que combaten en Irak o Afganistán son “jóvenes feroces” a los que alguien ha convencido con argumentos heroicos. Siempre son los jóvenes los que se convierten en carne de cañón de conflictos e intervenciones que otros deciden por ellos.
- De algún modo, la novela está escrita pensando en un lector joven, como esos voluntarios o como su Lázaro aprendiz…
- Lázaro intenta hacer suya una historia que no le pertenece: ni generacionalmente ni por experiencia vital. Ese acercamiento lo hace como escritor, y es evidente que, al hacerlo, está invitando al lector a compartir su perplejidad. Sí, es verdad que entre los lectores jóvenes he encontrado una especial sintonía con esta narración. Y me ha parecido una experiencia muy interesante, porque tendemos a pensar que el joven tiene poco interés por la memoria histórica y las cosas que pasaron hace 60 años. Era un desafío, en cualquier caso, contárselo de manera que le provocara interés.
- No ha debido ser fácil…
- Para mí era una historia complicada y también elegí un modo arriesgado de contarla. Una novela ambiciosa que, es verdad, ha intentado ser sensible en su formulación. No ha sido fácil. Es una novela que, además, en diferentes momentos históricos lidia con realidades ideológicas tan vidriosas como los fascismos, el comunismo y otras destilaciones del marxismo, el liberalismo… Cuestiones que tienen muchos detractores y, a la vez, defensores acérrimos. Y mi narrador intenta navegar de una manera desapasionada por estos mares tan complicados.
- También es una novela de diálogo, digamos, intergeneracional. Lo promueve, sin duda…
- Lo necesitamos. A mí me produce siempre mucha desazón ver que no haya un verdadero diálogo entre generaciones. A veces por ninguna de las partes. Y pienso que es algo nefasto. He intentado que esta novela sea todo lo contrario. En ella, las personas de más experiencia no solo trasmiten conocimientos, sino que abren el camino a los más jóvenes. Le sucede al Lázaro aprendiz con el maestro…
- Incluso a ese otro Lázaro escritor con el propio García Vallejo. El arrepentimiento final de este justifica toda la novela y facilita el ejercicio de comprensión mútua. ¿Cómo ha convivido con ello?
- Lo que cuento es en cierto modo lo que a mí me han contado. No conseguí conocer personalmente a ningún superviviente de este pequeño grupo de soldados españoles que combatieron en las SS. Sobrevivieron muy pocos, y el último que estaba localizado murió poco antes de que yo comenzara a trabajar en esta novela hace tres años. Sí me llegó, no obstante, que esta gente, cuando se vio en Berlín con los niños en armas y las farolas llenas de ahorcados, vieron que se habían metido en un absurdo. Y dieron un paso atrás como se lee en la novela.

En el nº 2.771 de Vida Nueva. Podrá leerla completamente aquí.

EL LIBRO DEL MES | Luis Béjar: La razón de las piedras



Más veces de la que imaginamos, el deslumbre del escaparate no nos deja atender, con más o menos rigor, lo que hay dentro de la librería. Y ahí, entre las novedades, suelen dormir un buen número de autores más que interesantes. Como lo es Luis Béjar (Toledo, 1943-2011). A los lectores –menos de los debidos– que ya habíamos quedado atrapados por el humor moral de Un error de cálculo, no les sorprenderá la profundidad de La razón de las piedras. Sin el atrevimiento de Un error de cálculo –novela que encarna una enorme fábula moral, tan divertidita como patética, de la España de la transición–, La razón de las piedras, novela desgraciadamente póstuma, nos acerca más aún al particular mundo de Béjar a través de los gozos y los tormentos de tres personajes cuyas vidas se descomponen sin remedio en Toledo, antes, durante y después de la Guerra Civil. Escrita con anterioridad a Un error de cálculo, que cronológicamente es su sexta y última novela, es también más dura, más pesimista. Aunque en ella habita esa mirada compasiva y vital de Béjar.

Luis Béjar: La razón de las piedras (El Aleph Editores), Madrid, Septiembre de 2011, 350 páginas, 19 €

viernes, 7 de octubre de 2011

Una cuestión de velocidad. A Félix Romeo. In Memoriam

El escritor en una calle de Zaragoza- (EL HERALDO)
A veces ya esta dicho todo. O casi. Y uno tan sólo llega para declamar un poco más alto lo ya escrito. Me pasa esta tarde mientras leo acerca de la muerte temprana de Félix Romeo (Zaragoza, 1968) de un ataque al corazón. En este instante, somos ya –y hablo desde una voz ciudadana, casi como un narrador omnisciente y colectivo– más incultos, más sumisos, más individualistas. Y también menos agitadores, menos lúcidos, menos individuos. Sin Félix somos todos un poco menos.

Elsa Fernández Santos lo ha definido como “abrumadoramente culto, lector voraz, cinéfilo compulsivo, poeta, articulista, agitador cultural, actor ocasional y uno de los más brillantes ensayistas literarios de los últimos tiempos”. Nada que añadir a una certera radiografía de un hombre inmensamente –y humildemente- inteligente. Romeo publicó tan sólo dos  novelas (Dibujos animados, Discotèque), “pero dejó su fértil pensamiento en decenas de artículos, charlas y entrevistas en las que afloraba toda su energía y sabiduría”.

Jamás pasó inadvertido. Ni quería ni podía. Así era su sorprendente vitalidad. Fue insumiso –y condenado por ello– cuando había que serlo, director del programa cultural La Mandrágora y autor de una novela tan estupenda como Dibujos animados (1995), con la que irrumpió en una escena literaria en la que le miraban de reojo porque nunca se casó con la mediocridad ni lo políticamente correcto.
Estas cosas pueden que se digan cuando ya se ha ido. Pero desde la barrera de la crítica y la prensa especializada, de la edición y la cultura, Romeo siempre causaba respeto por su osadía y su inmensa sabiduría. Eran tan grande que dedico todo un intenso libro entre las memorias novelada y el canto fúnebre, Amarillo, para tratar de comprender el suicidio de su amigo el escritor Chusé Izuel.
 No quiero ahondar en la necrológica, tan sólo quiero despedirle con una cita de Dibujos animados que siempre lleve conmigo: 
“Ahí estaba la vida. Una cuestión de velocidad. Uno podía estar horas y horas esperando que Coyote continuara con un plan y Correcaminos sufriera un descalabro”. 

jueves, 6 de octubre de 2011

“No te avergüences de ser humano, ¡enorgullécete!" (Tomas Tranströmer, Nobel de Literatura 2011)


Ya está. Tomas Tranströmer es el Premio Nobel de Literatura. Por fin un poeta. Un gran poeta místico, profundo y secular. No hay otro modo de ser poeta, con Nobel o sin él. Ahora, a leerlo. Que es lo que necesita Tranströmer y todos los poetas. Siempre pensé que cómo en la era del blog y de Twitter no hagamos de sus versos un constante recuento de amor, de vida, de gozo, de furia, de pasión, de dolor, de reflexión... En fin, a leer a Tranströmer... 

ARCOS ROMANOS

En la grandiosa iglesia romana los turistas se aprietan
en la penumbra.
Arco tras arco y sin panorámica.
Algunas llamas de cirios titilan.
Un ángel sin rostro me envuelve
Y me susurra a través de todo el cuerpo:
“No te avergüences de ser humano, ¡enorgullécete!
Dentro de ti se abren arco tras arco infinitamente
Nunca serás perfecto, y así es como debe ser.”
Me cegaron las lágrimas.
Y fui empujado a la plaza ardiente de sol
junto a Mr. y Mrs. Jones, Herr Tanaka y Signora Sabatini
Y dentro de todos ellos se abrieron también arco tras arco infinitamente.

(Del poemario "Para vivos y muertos", Hiperión, 1992. Traducción corregida).

martes, 4 de octubre de 2011

Pensando en Nueva York y sus desencantados. Una invitación al poema "Nueva York" de Manuel Vilas...

La policía de Nueva York frena a los indignados en el Puente de Brooklyn- (REUTERS)
Entre lectura y lectura, atrapado entre la explosión de los desencantados –la verdad, que usar “indignados” me cansa y me pesa en el corazón— de Nueva York y su conquista americana, a la vez que me asalta en twitter la nueva campaña de expansión de McDonalds en España (comida basura para tiempos de basura), tuve que volver a Manuel Vilas y ese poema suyo, largo, maravilloso, ya casi legendario, que se titula “Nueva York” y que incluyó en su poemario Resurrección (2005). Tan sólo reproduzco un mínimo párrafo, que no elijo al azar, pero del que no me apetece ahora mismo entrar en explicaciones. En fin, pensando en Nueva York y sus desencantados:
Y ponía mucho hielo en la cubitera y miraba el Hudson, 
y allí estaba, al lado del aparato de refrigeración, un aparato viejo
del que me enamoré porque estaba lleno de encanto y de aire frío.
Me gusta el aire frío y me gusta el encanto y me gusta este poema
y me gustas tú y me gusta Nueva York y me gusta este billete de cien
Feliz a todas horas, como los perros bajo el sol del verano, enardecidos,
cansados, arrastrando la lengua, a punto de ser dioses norenos.
Enamorado de la suciedad de las aguas atlánticas,
de la suciedad del Metro,
de la suciedad de las almas,
de la suciedad de las papeleras gigantescas,
de MacDonald’s,
de la suciedad de las manos
de las cajeras chinas.


Y otro día me fui a Ellis Island
y miré fotos de emigrantes de hace ochenta años
verdad que alguno se me parecía y miré las maletas de la exposición
y alguna de esas maletas podría haber sido de mi bisabuelo, pero es imposible,
ojalá hubiera sido así, ojalá, y maldije a mi bisabuelo
por no haber venido aquí hace cien años, y luego salí del museo
y me comí un hot dog.
Y me pasé la tarde comiendo porque de repente estaba triste.
Comí sushi portatil, y una cake de un Starbucks que no sabía a nada,
y uva y un plátano, y fideos chinos con verdura cruda,
me gusta morder la hierba recién cogida del campo.
Y me fui a ver mujeres, como hacía todos los atardeceres, y las besaba
en los sitios insensatos, y dormía con ellas
y les quitaba el pelo de los ojos.

lunes, 3 de octubre de 2011

Por unos políticos más sinceros, más directos y menos paternalistas: ¿una quimera?



Es un hecho. Cada vez me cuesta más seguir la prensa escrita. Al menos, ese cierto delirio en el que se han convertido periódicos hasta ayer, si cabe, diarios de cabecera. En fin, que no es el tema. Únicamente leía La Vanguardia y nada más abrirlo me encontré con este suelto (Dime cómo hablas...) con el que uno no puede estar más de acuerdo y que ya tocaba  escribir. Espero que con la venia del periódico de Godó, lo comparto aquí a deshora: 

Dime cómo hablas...
Los lingüistas reunidos días atrás en el sexto seminario sobre lengua y periodismo, organizado por la Fundéu BBVA y la Fundación San Millán, coincidieron en lo siguiente: los políticos usan el lenguaje con la finalidad de mantener y consolidar su poder, pero su electorado cada día se siente más distanciado de ellos debido a sus eufemismos, a su corrección política y a la escasa consideración que demuestran hacia la inteligencia de quienes les escuchan y votan. "El receptor -argumentan los expertos-ha cambiado, el emisor sigue igual". Lo cual produce una crisis de credibilidad y confianza en los políticos y, en consecuencia, un distanciamiento de quienes deben elegirles. Es cierto que la política es un asunto de todos, que de poco sirve referirse a "los políticos" como un elemento ajeno al cuerpo social. Pero también lo es que dichos políticos deben renovar su mensaje -ser más sinceros, más directos y menos paternalistas- si en algo aprecian su cargo. Dime cómo hablas y te diré quién eres.