domingo, 19 de marzo de 2017

OTRA VISIÓN INGLESA DE LA BATALLA DE LA BARROSA | Laurel y rosas (80)

El escritor Alexander Dallas según la litografía de Richard James Lane. Foto: Fernando Durán


JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

Hace unos pocos meses, el profesor Fernando Durán López –sin duda, el que mejor ha estudiado la batalla y su contexto– publicó un documento de lectura obligatoria: “Guerra y pecados de un inglés en Cádiz (1810-1813). Fragmentos de la autobiografía de Alexander Dallas”. Nos interesa el escritor e hispanista Alexander Dallas por varias cuestiones, más allá de que fuera el verdadero autor de la novela “Vargas” (1822), que hasta ahora era atribuida a José María Blanco White. Más allá de que se ordenara sacerdote anglicano, y de que esa “imagen de activista religioso extinguió cualquier rastro de su pasado «español» y sus veleidades literarias”, como explica Durán. Nos interesa Dallas porque “estuvo destacado con el ejército británico en Cádiz, como oficial de intendencia, entre agosto de 1810 y agosto de 1812” y porque escribió “una autobiografía espiritual”, casi cincuenta años después de “su experiencia como soldado en España, que es entendida como una época de extravío y mundanidad”, como la califica Durán. Nos interesa Dallas porque acompañó a la expedición de sir Thomas Graham, como escribe él mismo, a “la batalla de la Barrosa, en la cual se exhibió de forma gloriosísima el valor de los soldados británicos”.

La batalla de la Barrosa, ya lo saben, es la denominación que los británicos otorgan a la Batalla del 5 de marzo de 1811. La historiografía militar española, en cambio, la describe como “batalla de Chiclana” o “batalla de los campos de Chiclana”. E incluso, como también hacen los franceses, recibe la denominación de “batalla del cerro del Puerco o de la Cabeza del Cerro del Puerco”. Tantos nombres como versiones hay aún de la batalla en la que los británicos vencieron en minoría a las tropas del general Victor sobre la misma playa de La Barrosa, pero que no logró el objetivo de “levantar el asedio de Cádiz mediante un ataque por tierra sobre los franceses”, como recuerda el propio Dallas. El escritor transcribe en su autobiografía una carta “que escribí a mi hermana inmediatamente después de esta batalla en 1811” para proporcionar, cita, “pormenores tanto en lo que respecta a mí como a los sucesos históricos”. Esa carta también ha sido traducida por el profesor Durán: “El resultado ha sido muy glorioso para el renombre de los británicos y muy ignominioso para el de los españoles; y aunque las ventajas obtenidas han sido relativamente insignificantes o nulas, es muy probable que te vayas a alarmar cuando lo leas con los clarines de los periodistas proclamando la victoria de Sancti Petri, o la victoria de la Barrosa, según tengo entendido que van a llamarla”.

Mapa británico que describe la batalla.

Dallas prosigue narrando el derrotero de la expedición —zarpó de Cádiz el 21 de febrero y desembarco en Algeciras el 23 y en marcha hacia Tarifa, Casas Viejas, Vejer, Conil– hasta llegar “a un cerro a dos millas de Sancti Petri”, que podemos identificar como la actual Loma del Puerco, en donde disfruta “con las vistas de Cádiz y la Isla que se desplegaban ante nosotros, con Chiclana a nuestra derecha, o más bien el Pinar de Chiclana, que es un bosque muy tupido que la rodea por completo, y a la izquierda la Vigía de la Barrosa, una torrecilla que se alza junto al mar”. Es decir, la torre del Puerco, que en abundantes mapas de la época aparece nominada como torre de La Barrosa, de ahí que los británicos le dieran ese nombre a la batalla, más que por la playa. Dallas debe volver a Conil a procurarse “carne salada de los buques fondeados en la bahía y llevársela al ejército lo antes posible”. En ese ir y venir sucede aquel cruel enfrentamiento en el que los británicos perdieron 1.138 hombres entre “muertos, heridos y extraviados” y los españoles, 300. Los franceses, “de 3.500 hombres para arriba, entre muertos, heridos y prisioneros”, recuenta Dallas. “Los despachos te darán un relato más particular de las menudencias de la batalla –le dice a su hermana Georgiana—; a mí me basta con decir que algunos viejos oficiales que habían estado en las más famosas acciones me han aseverado que nunca vieron otra tan cruda, u otra en que el valor de los soldados británicos fuese más sobresaliente”.

Las tropas francesas huyeron hacia Chiclana y se fortificaron aún más en torno al cerro de Santa Ana, mientras que Lapeña y Graham –que no se tragaban el uno al otro y se acusaban mutuamente de traición– desde la Casa del Coto preparaban el ataque hacia la villa. Nunca se produjo. Esa misma noche, la Regencia ordenaba a los españoles poner rumbo a Cádiz a través del puente construido en Sancti Petri. Pero Dallas sí que pisó Chiclana poco después de que los franceses la abandonaran el 25 de agosto de 1812. Su testimonio es, más que interesante, sobrecogedor: “También fui a Chiclana, su cuartel general, y muy cerca del escenario de la gloriosa batalla de la Barrosa. Está terriblemente destruida; las casas de las personas que se habían ido a Cádiz ya no tenían forma de casas; las de quienes se quedaron las habían tratado bien y algunas ni las tocaron. Fuimos allí con un grupo grande de señoras y caballeros y mientras descansábamos, me entretuve hablando con un chiquillo que nos había traído agua. Me dijo que los franceses habían ahorcado a su padre por no entregarles algo de trigo que tenía y poco después su madre había muerto de hambre. ¡Qué situación más horrible! ¡Qué atrocidades han cometido esos hombres!”. La guerra, todas las guerras.

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