domingo, 2 de abril de 2017

DEL NOMBRE ROMANO DE CHICLANA | Laurel y rosas (82)

Horno romano del Fontanar, junto a la autovía A-48. Foto: Era Cultura

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

Ninguno de los historiadores –ni filólogos– que se han interesado por el origen del nombre de Chiclana ha gozado de unanimidad. La fundación de Chiclana, lo demuestran las excavaciones del Cerro del Castillo, es fenicia. Nació como un recinto amurallado a orillas del río Iro vinculado como satélite –o asentamiento civil– al Templo de Melqart. Su nombre no ha llegado hasta hoy, seguramente porque formaba parte de la propia colonia de Gadir. ¿De dónde viene entonces el nombre de Chiclana, que aparece documentado por primera vez en 1232? Algunas derivaciones ya fueron descartadas por el propio Domingo Bohórquez, quien rechazó, por ejemplo, la extendida de José Guillermo Autrán a finales del siglo XIX que la vinculaba a “Sicania”. Lo mismo la que la asociaba a “Ituci”, como sugirió el Marqués Santa Cruz de Iguanzo. Nada tiene que ver tampoco con el árabe, a partir del diágrafo “Ch” –falla o acantilado– o de la sílaba “Chiq” –pequeña–, como apareció en 1897 en una “Guía de la provincia de Cádiz”. El historiador jerezano Agustín Muñoz Gómez fue el primero que introdujo la hipótesis –muy común en España– de que Chiclana deriva de un antropónimo latino al que se le añade el sufijo -ana o -ena que significan simplemente “relativo a” o “perteneciente a”. El nombre que Muñoz Gómez cita, luego recogido también por Ceán Bermúdez, es Cippianus, del que derivaría Cippiana y, de ahí, Chiclana. 

Muñoz Gómez partía de una lápida romana que fray Gerónimo de la Concepción describía en el siglo XVII en una casa de la plaza Mayor de la que se hablaba de un tal “Victor Cippianus”. Autrán ya desoyó esta explicación al no hallar referencia bibliográfica alguna al tal Cippianus. Pero en los últimos años han surgido dos interesantes hipótesis que vinculan la etimología de Chiclana con un origen romano. En su “Breve diccionario de topónimos españoles” (1997), el profesor Emilio Nieto Ballester es tajante. Incluye entre sus 7.000 topónimos la entrada “Chiclana de la Frontera” y dice de ella: “Nombre de una antigua hacienda romana, con sufijación en -ana (Villa Siculana) a partir del nombre personal Sicculus”. Es decir, simplemente, una evolución desde “Siculana”, que sería el nombre de una villa que perteneció al tal Sicculus. “La evolución de la silbante ha de ser atribuida a la pronunciación árabe o mozárabe y a la adaptación castellana del fonema resultante”, es lo único que añade el Nieto Ballester, profesor titular de Filología Clásica de la Universidad Autónoma de Madrid acerca de la evolución de la /s/ romana en /č/ o <ch> castellana. 

Estela funeraria hallada en la calle Huertas.
Actualmente, en el Museo de Cádiz. Foto: Museo de Cádiz

Pero no podía ser tan fácil. El catedrático de Filología Latina de la Universidad de Cádiz, Joaquín Pascual-Barea, mostró su desacuerdo en una crítica publicada en la revista “Excerpta Philologic” (7-8, 1998) en la que reprocha a Nieto Ballester un error que impide aceptar su teoría: “Aunque no se conserva referencia alguna a Chiclana hasta que la antigua aldea musulmana volvió a ser poblada en el siglo XIV; el nombre tiene en efecto el aspecto de uno de los muchos topónimos derivados mediante el sufijo -ana o -ena de un antropónimo latino. Pero si fuera así, éste nombre no sería un extraño Siculus, pues el resultado del inexistente Sicculana habría sido Jiclana o Jijana”. Pero el profesor Pascual-Barea no se limita a rechazar la hipótesis de Sicculana, sino que añade una interesante aportación, que bien podríamos tomar como definitiva. Según las investigaciones del catedrático de la UCA, Chiclana derivaría de Caeciliana, es decir, de otro antropónimo latino: Caecilius, “nombre de una rica e importante familia de la Bética ligada al comercio marítimo y documentada entre otros lugares en varias inscripciones gaditanas”. Pero añade, concluyente: “Chiclana sí es el resultado esperado de la forma muy común de Caeciliana, documentada ya en la Antigüedad como topónimo en Extremadura y como nombre de una hortaliza, lo que también hay que tener en cuenta”. Pascual-Barea defiende, además, su teoría desde el punto de vista etimológico, dado que, entiende, es más razonable la evolución de la /c/ inicial latina a /č/ o <ch> castellana. Y, además, como dice: “El grupo consonántico /cl/ pudo conservarse en posición interior por ser sílaba tónica, lo que exige una pronunciación más intensa que en posición interior átona, al igual que en inicio de palabra donde también se conserva”.

La hipótesis de Joaquín Pascual-Barea por el que el nombre de Chiclana viene de Caeciliana, y esta a su vez del antropónimo Caecilius –equivaldría, hoy, al nombre de Cecilio–, es más que interesante por esa adscripción a la familia que es la de Quinto Caecilius Metellus Pius, procónsul romano en Hispania en el 80, quien provenía de una de las familias principales de la República Romana, los gens Cecilia. Es el Metelo que combatió a Sertorio y que dejó tras sus victorias ciudades bautizadas como Caeciliana, cerca de Setubal, o Castra Caeciliana y Vicus Caecilius, ya en tierras cacereñas. Y, a su vez, un comerciante relacionado con los Cornelii Balbi, los Balbo, “oligarquía gaditana cuyo núcleo tradicional estaba sin duda alguna ligada por viejos linajes fenicios”. La incógnita siempre será por qué se reproduce, ya en el siglo XIII, en Chiclana de Segura. Porque del denominativo de la Frontera… 

Leer en Diario de Cádiz: