lunes, 4 de septiembre de 2017

DE AQUEL ESPLENDOR DEL VINO DE CHICANA | Laurel y rosas (93)

Fotografía de J. Laurent & Cía de Chiclana en 1879 tomada desde la ermita de Santa Ana. Foto: Archivo Histórico Nacional


JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

En el otoño de 1875 llegó a Chiclana el editor y escritor británico Henry Vizetelly, un gran experto en vinos que había publicado un atrevido y adelantado manual titulado “Los vinos del mundo, caracterizados y clasificados”. Vizetelly no se conformaba, ni mucho menos, con “entender” de vinos, sino que recorrió los grandes territorios viticultores de Europa. De su paso por el Marco de Jerez dejó, por ejemplo, un interesante –y prácticamente desconocido– libro escrito a modo de cuaderno de viajes: “Facts about Sherry”. Es ahí, donde cuenta, su estancia en Chiclana: “El distrito productor de vino de Chiclana queda al otro lado de Cádiz y se llega desde Jerez por ferrocarril hacia San Fernando y desde ahí a través de varias millas atravesando las salinas que lo rodean”. El viaje desde San Fernando lo hizo en una “carretela” tirada por cuatro caballos en poco más de media hora. “La ruta primero pasa por un antiguo puente de piedra fortificado en las afueras, sobre un puente de barcas y, finalmente, entre dos largos canales que se comunican con las vecinas salinas, que se extienden alrededor por una distancia considerable. Un pinar tenebroso, que se estira millas tierra adentro, rodea el camino por la izquierda justo antes de llegar a Chiclana que, cruzando el pequeño río Lirio, queda en la ladera de una empinada cuesta”.

Vizetelly sabía de qué hablaba: “Chiclana es conocida igualmente por sus toreros como por sus vinos”, añade antes de enumerar a Francisco Montes “Paquiro” y a José Redondo “El Chiclanero”, con “cuyas hazañas toda España resonaba durante los primeros años del reino de la vieja reina Isabel”. Pero a Vizetelly le gustan poco los toros –“espantosos espectáculos” los llama– y mucho el vino de Chiclana. “Al otro lado de la colina, coronada por una pequeña capilla que ocupa el sitio de una antigua ermita, están las viñas de Chiclana, que producen en los años favorables unas 4.000 botas de un buen vino que encuentra su mercado principal en Jerez, donde se mezcla con las crianzas corrientes. Las pocas muestras que catamos eran todas muy frescas en sabor y poseían cuerpo considerable y aunque invariablemente jóvenes parecían que iban a desarrollar una cierto carácter”. En 1879, cuando el fotógrafo Manuel Morillas, corresponsal de la empresa J. Laurent & Cía, la primera agencia fotográfica de España, tiene que elegir una imagen de la ya ciudad para la “Nouveau Guide du Touriste en Espagne et Portugal. Itinerarie artístique” opta precisamente por una vista general desde la ermita de Santa Ana con esos viñedos en primer plano y al fondo el sanatorio de Brake y la iglesia mayor de San Juan Bautista.

Solo tres años antes, en 1876, recibía Chiclana ese título de “ciudad” y dejaba de ser villa, precisamente por “el desarrollo de su industria y su comercio”, eminentemente vitivinícola. Ese mismo año se registran 2.151 aranzadas (1.015 hectáreas) de viñas. En la “Gaceta agrícola de Ministerio de Fomento”, publicada en diciembre de 1877, se enumeraban las uvas plantadas en Chiclana, Sanlúcar y Chipiona: “Las variedades más usuales son la loca, rey, mogar, perruna, corazón de cabrito, moscatel, beba y tintilla de Rota; y en menor escala la mantúo de Pila, muñeca, melonera, ferra, caño-casa, quebranta-tinajas y perruna de arios”. A continuación, aclara: “Variedades todas blancas, menos la tintilla, la melonera y la ferra, que son negras, y el corazón de cabrito entre negra y morada”. Cita, además, la manzanilla como especialidad de Sanlúcar, que es la misma variedad de la palomina, uva entonces predominante tan solo en Jerez. 

Portada del libro de Vizetelly.

La explosión económica constata el aumento de la superficie del viñedo hasta 3.410 hectáreas en 1883, con una plantación media de 5.000 vides y 55,9 hectolitros por hectárea. Existía entonces un total de 52 bodegas, 109 cosecheros de vinos y mostos, 14 almacenistas de vinos y 6 fabricantes de aguardientes, cifras que resaltan el gran peso social y económico de los “agricultores de viñas”. El viñedo y su industria, aunque con fuerte presencia de mosteros y mayetos, constituían más que nunca la base de la economía chiclanera. Ese es el contexto en el que Manuel José Bertemati crea en 1884 la Colonia Agrícola de Campano. En el periódico “El siglo futuro” se afirma entonces de la vendimia de 1890: “En Chiclana se han fabricado 96. 000 hectolitros de vino, pagándose el mosto de 1,50 a 1,75 pesetas arroba”. La ciudad vivía su mayor producción vitícola con 3.725 hectáreas de viñedo en 1892 –15.300 hectáreas en toda la provincia–, lo que supuso la práctica desaparición de las tierras de olivar. Nunca volvió a ser igual. La filoxera puso fin a un modo de vida.

Aquel viñedo a la falda de Santa Ana persistió hasta prácticamente 1960. Como en general también resistió la viticultura como el principal –y único– sustento de Chiclana hasta aquellos años sesenta y setenta. En cincuenta años nada tiene ya que ver, pero en las escasas viñas aún estos días hay vendimia y en las bodegas –la Cooperativa, Collantes, Sanatorio– las prensas “pisan” la uva que será fino de Chiclana, testimonio e historia de esta ciudad. Aún.

Ver en Diario de Cádiz: