viernes, 12 de enero de 2018

Hace sesenta años... Martín Gaite irrumpe "Entre visillos"



JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | VIDA NUEVA

En 1958 fue, sin duda, el año de la definitiva irrupción de Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925-Madrid, 2000) en la agreste literatura española. Con la inolvidable Entre visillos –su primera novela–, Carmiña obtenía el Premio Nadal y reafirmaba su decisión “de seguir escribiendo siempre”. Aunque ya había ganado el premio Café Gijón en 1954 con el libro de relatos El balneario (Editorial Clavileño, 1955), el eco de Entre visillos da a Martín Gaite un pródigo reconocimiento. Ya habitaba en ella esa voz que, a la postre, se convertiría en una de las grandes narradoras del siglo XX, con novelas fundamentales como El cuarto de atrás (Premio Nacional de Narrativa, 1978), Caperucita en Manhattan (1990), Nubosidad variable (1992), La reina de las nieves (1994) o Irse de casa (1998). Ya contenía Entre visillos –publicada a principios de 1958 por la editorial Destino– esa magia verbal con la que, más que contar, dialoga con el lector. Ese lenguaje siempre grácil, vivísimo, natural, que despliega toda su narrativa. Y en esa novela habita, por supuesto, algunos de los fabulosos personajes –la adolescente Natalia, el profesor Pablo Klein– en los que Martín Gaite descarga lo que podríamos denominar “una intimidad de ecos colectivos”; que, en cierto modo, define toda su carrera literaria, del cuento al ensayo, de la poesía al teatro, de sus cartas a las novelas. Una intimidad de mujer que rompe prejuicios y abate convenciones en una España todavía obcecada. 

Cuando culmina Entre visillos, Martín Gaite tenía treinta y dos años. Aún estaba casada con Rafael Sánchez Ferlosio. Era entonces un tiempo, en lo personal, de angustias. Había fallecido su primer hijo, Manuel, con solo seis meses. Nació Marta. Comenzó a escribir la novela a principios de 1955, a partir de un amplio relato, La charca, que es realmente su primer borrador. Y la acabó en septiembre de 1957, apenas días antes de presentarla al Nadal, por entonces aún un galardón para descubrir talentos y lanzar carreras literarias. Le había sucedido a Carmen Laforet (1944), a Miguel Delibes (1947) o al propio Sánchez Ferlosio (1955), su marido, que lo ganó con El jarama. Ni a él –se separaron en 1970, cuando él se marchó de la casa de Doctor Ezquerdo– le dijo siquiera que iba a concurrir al prestigioso premio. Siempre proyectaron en soledad sus deslumbrantes trayectorias. Ambos se consignan bajo ese calificativo confuso de “los niños de la guerra”, ambos pertenecen a la denominada Generación del 50 –junto a Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Ana María Matute y Josefina Aldecoa, entre otros–, ambos conquistaron el territorio de la novela realista, pero son –y sus obras lo demuestran– antagónicos.

En este 1958 en el que Entre visillos abre las puertas del éxito a Martín Gaite la epopeya personal de la autora –y el matrimonio–, se entremezcla con la ansiedad por la España que habita y con el malestar por el papel constreñido al que se reduce a la mujer. Carmiña vive en Madrid, y ahí en la capital escribe, sufre, sueña. El escenario “provinciano” en el que se desarrolla Entre visillos –no la nombra, pero es la ciudad de Salamanca– es una fotografía de las angosturas que cohíben a las mujeres, a los jóvenes, para configurar sin ataduras su propia vida, su inminente futuro. Pero a la vez es también una metáfora de una España que explora los límites de la libertad. Es, sí, una novela realista, como se ha persistido en describir; pero esa definición, así dicha, la deforma. A través de los visillos, la mirada es siempre irreal, porque se otea desde dentro, desde la intimidad, desde los sueños. Esperando el porvenir.

Ver en VIDA NUEVA. Nº 3.065. 6-12/01/2018. Cultura.