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jueves, 12 de febrero de 2015

Houellebecq, ¿islamofobia o vuelta a la religión?



La polémica en Francia por la nueva novela de Michel Houellebecq va más allá de un Palacio Eliseo ocupado por un presidente musulmán.
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | VIDA NUEVA
Islamofobia –o no– es el debate que ha seguido los asesinatos perpetratos contra la redacción de la revista “Charlie Hebdo”. Un debate que, más allá de discutirse en el ámbito de la propia sociedad francesa, tiene además otro campo de juego: la novela. El atentado de París coincidía, y no deja singularmente de resultar curioso, con la publicación y promoción de la última novela de Michel Houellebecq (La Réunion, 1958), indudablemente el narrador francés más leído de la última década y, también, el más polémico, atrevido y visionario. 
      El nuevo libro de Houellebecq  se titula Soumission (“Sumisión”, que Anagrama no publicará en España hasta octubre de 2015) y plantea un escenario político en el que un musulmán gana las elecciones generales de 2022 y, por tanto, es elegido presidente de la República Francesa. La novela, que se puso a la venta el 7 de enero, el mismo día del asalto yihadista a la revista satírica –una de las doce víctimas fue el economista Bernard Maris, amigo personal de Houellebecq–, lleva ya vendido casi 200.000 ejemplares. Es el libro más vendido y, por supuesto, ha desatado un escándalo que está en todas las conversaciones, aunque no se haya leído la novela publicada por la editorial Flammarion. 
      El planteamiento del Palacio del Elíseo habitado por Mohammed Ben Abbes, líder de un ficticio partido islámico, Fraternidad Musulmana –que, además, en la sexta novela de Houellebecq vence a Marine Le Pen, la gran favorita– ha irritado a muchos franceses; mientras, otros han acusado al escritor de incitar al odio contra los musulmanes. Mientras Houellebecq intenta defenderse pidiendo, primero, que se lea la novela: “Sumisión es todo salvo islamófoba, y racista aún menos. Espero que consigamos salir de ahí”.


      La ficción no se detiene en la victoria electoral de Ben Abbes –con el apoyo, por cierto, del actual presidente, François Hollande, y del partido conservador, UMP, que lidera Nicolas Sarkozy, para evitar el triunfo del Frente Nacional– si no que va más allá en las consecuencias. Houellebecq imagina cómo las mujeres se ven obligadas a vestir túnicas sobre su “vestimenta occidental” o, animada por las subvenciones públicas, abandonan en masa el mercado laboral. En consecuencia, baja el paro, la violencia urbana desaparece… Las universidades, por ejemplo, se vuelven islámicas. Y así.

NECESIDAD DE DIOS
“Lo he escrito por varias razones. En primer lugar, creo, es mi trabajo, aunque la palabra no me guste. Percibí unos grandes cambios cuando volví a instalarme en Francia, aunque estos cambios no sean específicamente franceses, sino más bien de occidente en general. Creo que la segunda razón es que mi ateísmo no ha sobrevivido del todo a la cantidad de muertes a las que me he tenido que enfrentar. De hecho, empezó a parecerme insostenible”. Detrás de la polémica y el debate ante un escenario político que el propio autor califica de “improbable”, hay una cuestión nuclear para la lectura de Sumisión y, en cierta manera, comprender a Houellebecq: “Creo que existe una necesidad de Dios real y que el regreso de la religión no es un eslogan sino una realidad, y que está claramente en ascenso”.
      La alusión a lo religioso –durante las entrevistas de promoción ha declarado que “nunca fui del todo un ateo, era un agnóstico”, dejando en el aire su acercamiento al catolicismo– está, si queremos creer al novelista, en el germen de la novela: “En el fondo es sobre la idea de que alguna religión es necesaria”. O, dicho de otro modo por el propio autor: “En muchos sentidos sigo siendo un comtiano, y no creo que una sociedad pueda sobrevivir sin religión”. Tema que ya ocupó su hasta ahora última novela: La posibilidad de una isla (Alfaguara, 2005), aunque Houellebecq –Daniel, su personaje, evidentemente– imagina en un escenario de ciencia ficción una religión propia, futurista y sesgada, a partir de su abominación a todo lo que entendemos por sagrado. Y, por supuesto, la necesidad de creer en “algo más allá” está en su novela más famosa, Las partículas elementales (Anagrama, 1999). 
      Después publicó Plataforma (Anagrama, 2001), en donde los grandes temas son muy similares a Sumisión –un protagonista perdido en la soledad, el sexo, la falta de amor que anhela un mundo muy distinto–, novela donde en su desenlace imagina un gran atentado en la costa tailandesa, a donde el protagonista decide establecerse. La bomba causa “117 muertos, el más mortífero conocido en Asia” y Houellebecq lo atribuye en su ficción a un grupo de yihadistas. Un año después, en 2002, un atentado muy similar tuvo lugar en Bali con más de 190 muertos reivindicado por Al Qaeda. Las opiniones de Houellebecq entonces: “El Islam es la religión más idiota del mundo”. Y “la más peligrosa”, según afirmó en una entrevista a la revista “Lire” en septiembre de 2001, hicieron llover querellas por injuria racial e incitación al odio, acusaciones de las que fue absuelto por el Tribunal Correccional de París.


      Ante Sumisión, Houellebecq se desdice: “En el fondo, después de leerlo, el Corán es mejor de lo que pensaba. La conclusión más evidente es que los yihadistas son malos musulmanes –ha argumentado– y que la guerra santa de agresión no está autorizada en principio, sólo es válida la predicación”. La trama, sin embargo, tiene un eco mucho mayor. Houellebecq –y evidentemente no es la primera vez que lo hace, aunque ahora parece que se le lee mejor– describe un mundo sin arraigos ni valores morales ni atributos éticos. Ese es su verdadero escenario-presagio. Es el escenario en el que vive y se mueve su protagonista, un profesor de la Universidad de la Sorbona, especialista en el escritor decadentista Joris Karl Huysmans –luego convertido al catolicismo–, soltero, alcohólico y mujeriego que va a acabar haciéndose musulmán, en pleno marco de islamización emprendida por el presidente Ben Abbes, que incluye la propia Sorbona. En cierto sentido –reduciendo la novela a la limitación de condesar sus múltiples lecturas, algo siempre injusto– busca en la sumisión a la religión una certidumbre que la libertad le niega.

ACERCAMIENTO A LA FE       
“Al principio mi proyecto era muy diferente –ha afirmado Houellebecq en varias entrevistas–. No se iba a llamar Sumisión; el primer título era La Conversión. Y en mi proyecto original el narrador también se convertía, pero al catolicismo. Lo que quiere decir que siguió los pasos de Huysmans un siglo después, abandonado el naturalismo para hacerse católico. Y yo no fui capaz de hacerlo”. El autor explica esa imposibilidad por una mera cuestión de credibilidad narrativa: la Francia de Ben Abbes, entre otras cuestiones, pero también porque el personaje de François, con tanto en común con Des Esseintes –el gran personaje decadentista de la literatura de Joris-Karl Huysmans (París, 1848-1907)–, no es ni mucho menos el propio Huysmans, que en 1900 evolucionó hacia un cristianismo místico. El tema central de la novela de Houellebecq, pese a que no tenga el eco de la presunta islamofobia, es el acercamiento a la fe, el papel preponderante que la religión –y no precisamente por la violencia que genera desde la aberración de la Yihad– está llamada a jugar en un escenario donde el regreso al credo o la conversión serás significativo. Por ejemplo, estos días ha dicho Houellebecq: “Que la gente se convierta es una señal de esperanza, no una amenaza. Dicho esto, no creo que la gente se convierta por razones sociales, las razones de su conversión son más profundas, incluso aunque mi libro me contradiga ligeramente, siendo el de Huysmans el caso clásico de un hombre que se convierte por razones que son puramente estéticas”.
      Como “ficción política”, lo que rodea a todo este escenario en Sumisión tiene un indudable lugar para el debate. Es decir, Ben Abbes y la Fraternidad Musulmana, con su política de islamización. Incluso también si, según algunos analistas, como el director de "Libération", Laurent Joffrin, la novela favorece la expansión del Frente Nacional al seguir la “táctica del miedo”. La cuestión de fondo es otra, con todos los matices que habría que hacer a Houellebecq, que son  muchos. El tema de Houellebecq –quien también ha denunciado como “el catolicismo, ciertamente, ha sido más o menos marginado” en Francia– es, aquí también, la necesidad de creer en Dios.

Leer en la revista Vida Nueva (nº 2.928):

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ante el estreno cinematográfico de "Drive", la gran novela de James Sallis

El gran James Sallis en una foto rescatada de su página web
James Sallis (Arkansas, 1944) fue compañero en los años 70 nada menos que de Michael Moorcock, J.G. Ballard y M. John Harrison en la legendaria revista de ciencia ficción “New Worlds”, género que aún sigue prodigando. Pero Sallis es, además, traductor, cuentista, poeta, historiador del jazz y autor de la biografía “Chester Himes: Una vida”. Ha publicado, entre otras novelas, la serie del detective Lew Griffin. Ahora, con motivo del estreno de la versión cinematográfica de "Drive", dirigida por Nicolas Winding Refn, premio al mejor director en el último festival de Cannes, toca recordar las sensaciones que en su día me produjo la lectura de esa novela breve, contundente y magnífica.

James Sallis, el gran James Sallis. Quizás sobran todas las demás palabras. Un crítico norteamericano lo definió una vez con una frase melodramática: “Puede que sea uno de los mejores escritores de novela negra del que la mayoría de los lectores nunca hayan oído hablar” (Knight Ridder Tribune). Lo era. Ya no. Afortunadamente, James Sallis escapó del silencio para convertirse en uno de los autores de novela negra que más entusiasmo desata entre los lectores. Un clásico vivo.
No sólo por su magnífica serie de Lew Griffin en los bajos fondos, húmedos y violentos, de Nueva Orleans, sino también por novelas como ésta: “Drive”, breve y concisa, pero todo un verdadero monumento de gran literatura. Sí, porque Sallis sabe, como pocos autores contemporáneos, manejar la estructura del relato, acierta con la réplica oportuna en el diálogo más realista e inteligente de cuantos se escriben hoy y sabe dotar a sus novelas de una atmósfera aprensiva, negra y criminal que remite a los grandes nombres del “hardboiled”: Ed McBrian, Donald Westlake y Larry Block, escritores norteamericanos a los que, no en vano, dedica Sallis esta pequeña obra maestra.
Sallis es poético y soberbio, ya lo verán, en crear protagonistas, perdedores deslumbrantes, como este Drive, como aquel Lew Griffin, que consiguen que el lector no tenga más remedio que transformarse en cómplice, aunque sean personajes que transiten por el hampa y el alcohol: violentos, mal encarados y sin esperanza; siempre, en cambio, capaces de reinventarse su propia ternura. Sus protagonistas miden siempre sus fuerzas solos ante el mundo, y como Drive, se atienen a valores, a principios morales –el valor de la amistad, de un pacto, la fidelidad del discípulo–, que únicamente son válidos para seres que aún no han caído en el pozo de la maldad, aunque lo observan muy al borde.
Drive no es detective, sólo conduce, es un profesional, un brillante especialista en conducción —“siempre quieren al mejor”—, que por las mañanas se dedica a hacer de doble para películas en Hollywood, pero que por las noches conduce para criminales y atracadores. Cierta noche es traicionado, estafado y casi asesinado; entonces se transforma en un justiciero tan implacable, brillante y metódico como cuando conduce:
Drive oía la respiración de aquel hombre al otro lado del teléfono.
—¿Y tú quién eres? ¿Una especie de ejército entero, joder?
—Yo conduzco. Nada más. Nada más.
—Sí. Bueno, pues déjame decirte que a mí me parece que, a veces, te extralimitas en tus funciones, no sé si me entiendes.
—Somos profesionales. La gente hace tratos, y tiene que cumplirlos. Así es como funciona, si se quiere que funcione.
Ese es Drive. Ese es Sallis, que en esta novela se asienta en unas cuantas de sus obsesiones, de sus temas preferidos, con su estilo literario y su desbordante causticidad. Sallis es agrio y contundente, a veces dulce como un trío de piano, como el mismo jazz que da fondo a sus novelas. En “Drive” da rienda suelta a unos cuantos de sus temas preferidos: la soledad, el desamparo de la sociedad contemporánea, el alcoholismo, el sistema sanitario de EE UU, la emigración… de todo ello apenas nos damos cuenta pendiente como estamos de que Drive ejecute su milimétrica venganza con la perfección que se espera de un especialista que únicamente aspira a seguir siendo el mejor.

Ryan Gosling protagoniza la versión fílmica
Drive nació a una infancia criminal, con una madre que calla palizas y que un día mata a su marido mientras sirve la mesa ante la imagen estupefacta del hijo. Pero Drive crece rápido, lo observa todo y aprende deprisa: coches, armas, llaves de yudo… Escapa de sus padres de adopción en Tucson (Arizona) con 16 años, un Ford Galaxie y una frase muy bien ensayada –“se me dan bien los coches”— en busca de la tierra prometida: Los Ángeles. No habrá un especialista en conducción como él, que ha seguido asimilando las lecciones de los mejores. Pero las tentaciones y el aburrimiento son grandes: “¿Qué haces hoy, chico?” En el hampa también contratan a los mejores. Mientras, Drive, cobra y cierra los ojos: “Yo sólo conduzco”. Él también elige a los mejores. Hasta que le engañan. Entonces, demostrará que a tipos como él, precisos y perfeccionistas, mejor no tenerlos enfrente. O lo pagarás con tu muerte.
Sallis compone también una hábil disección de Hollywood, no sólo conduciéndonos por las películas en las que participa Drive –entre ellas, alguna de los hermanos Coen–, sino sobre todo a través de Manning, guionista y postrero narrador: “Yo iba a ser el próximo gran escritor americano. En mi mente, al menos, eso está claro. Publiqué cantidad de cuentos en revistas literarias. Entonces apareció mi primera novela y dio la razón a los retrógrados. El fracaso fue estrepitoso. La segunda ni siquiera gritó al precipitarse al abismo. ¿Y tú?”.
En cierto modo, Manning y Sallis quizás tienen mucho en común. Y un párrafo que encarna todo un credo: “Tal vez sea cierto que me desagrada sobremanera el estiércol del sistema político americano, las películas de Hollywood, las editoriales neoyorquinas, nuestros últimos seis presidentes, todas las películas rodadas en los últimos diez años excepto las de los hermanos Coen, los periódicos, las tertulias radiofónicas, los coches americanos, la industria musical, la publicidad de los medios de comunicación, las modas incesantes […], pero por muchas cosas en la vida siento un aprecio rayano en la devoción. Por esta botella de vino, sin ir más lejos. Por el clima de Los Ángeles. Por lo que estamos a punto de comer”.
 Y por la literatura, por supuesto. De Borges a Don Quijote… pero también Richard Stark, George Pelecanos, John Shannon, Gary Phillips, grandes del “hardboiled” actual norteamericano. Qué homenaje. Qué obra maestra.

James Sallis: Drive (RBA, Serie Negra), Barcelona, Noviembre de 2011, 156 páginas, 14 €

Trailer oficial de la película "Drive" en español.

Enlace con la web de James Sallis 

domingo, 14 de agosto de 2011

Querer es confusión y servir es sabiduría. La vida según Stefan Zweig

Hay un hermoso, sabio y extraño libro en la producción de Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942) que tiene por título Los ojos del hermano eterno (Acantilado). En él se narra, como una leyenda oriental, la vida de Virata, juez justo y virtuoso, que renuncia a su carrera en tiempos de Buda para descubrir el valor absoluto de la vida. Hay en esta novela corta y redonda, apenas 70 páginas, multitud de sentencias, citas e historias. De ellas quería hoy extraer tan sólo una breve cita a la que le vengo dando vueltas últimamente que, sobre todo, me gustaría que nos sirviera para llegar a esta hermosa metáfora de la vida escrita por Zweig, uno de mis escritores favoritos. El rey concede a Virata un deseo (Pág. 67) y éste responde:

–No quiero disponer de mi libre albedrío. Porque el hombre libre no lo es y el que no hace nada también es culpable. Solo es libre el que sirve, que ofrece su voluntad a otro y emplea sus fuerzas en una obra, sin hacer preguntas. Sólo la mitad de la acción es obra nuestra: el principio y el final, la causa y el efecto, pertenecen a los dioses. Líbrame de mi voluntad, porque querer es confusión y servir es sabiduría, y te estaré agradecido, rey.