jueves, 15 de noviembre de 2012

El via crucis de Botero


El Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge una exposición antológica con 80 obras del pintor colombiano en la que está ausente su última gran serie sobre la Pasión de Jesús.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | “A veces creyente, a veces ateo”. Así ve su fe Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932). Con esa misma duda podría interpretarse su pintura. Más bien esa otra pintura de “religión y clero”, como él mismo la ha denominado en Celebración, la exposición antológica con la que conmemora su 80º cumpleaños en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

La muestra exhibe 80 obras –79 pinturas y una escultura monumental, el bronce Caballo con bridas (2009)–, entre las que tan solo siete muestran la afinidad de Botero con la pintura religiosa.

“El arte sacro es un capítulo fundamental del arte occidental y también de la imaginería colonial barroca latinoamericana. Botero se incluye en esa tradición, tal y como muestran las siete pinturas de esta sala, aunque lejos de los fines didácticos o de representatividad que le son propios”, explica su hija, Lina Botero, comisaria de la exposición y autora del ensayo central del catálogo.


Cardenal durmiendo (2004)

Cierto que en esas siete obras de “religión y clero” que se pueden ver en Bilbao, cinco de ellas –El obispo (2002), El nuncio (2004), Cardenal durmiendo (2004), El seminario (2004), Baño en el Vaticano (2006)– son ejemplos del interés del pintor colombiano por los temas religiosos como una excusa para explorar pictóricamente las situaciones, las formas, los colores, los atuendos y los atributos iconográficos, como camándulas y báculos.

“Es la plasticidad de las formas y vestiduras lo que le interesa, la teatralidad y el boato de este mundo, que el pintor plasma con amable sentido del humor”, añade Lina Botero.


Sin ánimo de ofender

Ante esta serie de pinturas, extensa desde aquel En camino al Concilio Eucarístico (1972) de la colección de los Museos Vaticanos, es imposible sustraerse a la sátira, incluso a la burla o descreencia de casullas vaticanas.

Botero no lo niega, aunque en su retahíla de nuncios, cardenales, obispos, madres superioras, seminaristas… mantiene que no hay sarcasmo ni ánimo de ofender. Las obras están ahí, exponiendo, cuando menos, cierta ambigüedad. Sus composiciones, absurdas casi siempre, responden de modo evidente a esa exaltación del color y del volumen que define su pintura. Al igual que la burla.

Capítulo aparte en esta dualidad de la obra religiosa de Botero es la interpretación, sobre todo, de la figura de Cristo. En Bilbao tan solo se puede ver uno de estos retratos: Ecce homo (1967). Aunque el volumen sigue presente como marca del pintor, la ambigüedad aquí desaparece y queda un Jesús desnudo, paciente, doliente y, en contra de lo que es habitual en la imaginería boteriana, sin ironía, ni sátira.

Muy nítidamente se ve en las obras pintadas entre 2008 y 2011 en torno al vía crucis: la Pasión de Cristo, serie de 27 óleos de diverso formato y 34 dibujos expuesta el pasado mes de diciembre en la Galería Marlborough de Nueva York y, durante esta primavera, en el Museo de Bellas Artes de Antioquía (Medellín, Colombia), al que Botero la ha donado íntegramente.


Jesús y la multitud-Via Crucis (2010)

“Botero, quien en sus propias palabras dice ser a veces creyente y a veces agnóstico, captura la intensidad y crueldad y a la vez la penetrante poesía del tremendo drama del camino de la Cruz que Cristo recorrió hacia su crucifixión”, afirma la historiadora del arte Cristina Carrillo de Albornoz, autora de la introducción del catálogo de la Galería Marlborough. En ese texto, Carrillo de Albornoz compara la obra de Botero con la del filósofo Francis Bacon.

En su conjunto, el vía crucis no responde al orden de las estaciones; y su organización es casi siempre temática o, simplemente, cromática. Parte, desde el punto de vista artístico, de la admiración de Botero por el Quattrocento italiano, su fuente recurrente de inspiración y el período más decisivo en la historia de la pintura según opina el pintor colombiano.


Homenaje pictórico

Así que, en primer lugar, su Pasión de Cristo nace de un homenaje pictórico: “El arte ennobleció las imágenes del vía crucis, que fueron desapareciendo sobre todo a partir de la Revolución Francesa. Picasso, que pintó casi todo, solo tiene un Cristo”, según señala el pintor colombiano.

Sin embargo, en una segunda mirada, ese Botero que se autodenomina “creyente a ratos, pero no religioso; no practico”, ha ideado una serie de plena vigencia contemporánea. Su Cristo está presente entre nosotros, en escenarios de hoy como Central Park o la Quinta Avenida en Nueva York, pero también en esa otra América hispanoamericana que simbolizan las calles de Medellín.

Es un Jesús que habita en los rostros y la angustia, en el dolor y también en la esperanza. Ese Jesús y la multitud (2010), por ejemplo, en donde la mirada de Cristo bajo la corona de espinas encierra una tristeza infinita. Es el Cristo también de El beso de Judas (2010) en el que el propio Botero se sitúa en un ángulo del cuadro y mira hacia Jesús en el mismo instante en que Judas, vestido como cualquiera lo haría hoy pero con un rolex de oro en la muñeca, besa al Maestro entre los soldados romanos.


Crucifixión-Via Crucis (2010)

Incluso ese Jesús de El camino de los lamentos (2011) en el que un policía sudamericano, en vez de un soldado romano, le golpea con su porra mientras al fondo de la escena una mujer mira con horror por una puerta entreabierta. O ese otro de Crucifixión (2012), inmenso, de dos metros por uno y medio, en el que Cristo está pintado de verde en la cruz clavada en Central Park, el icono de Nueva York, mientras que al fondo las niñeras, inmigrantes y latinas, conducen sus carritos de niños como cualquier otro día.

En esta visión contemporánea del vía crucis la presencia de la Virgen es también constante. Una María que nada tiene que ver con esa Nuestra Señora de Colombia (1992) que se puede ver en el Bellas Artes de Bilbao, una simple copia de un icono medieval, sino esa otra Virgen caracterizada como cualquier madre de hoy, con el horror en la mirada, ante el calvario, ante la angustia, ante la multitud que, dos mil años después, le mira y no le ve, con rostros de rabia y de traición, casi de enajenación.

Es lo que se ve en Jesús encuentra a su madre (2011), otra de las escenas extraordinarias de esta Pasión de Cristo interpretada por Botero que da una imagen muy distinta a esa otra que se muestra en Bilbao en siete de las ochenta obras que ha seleccionado Lina Botero en el Museo de Bellas Artes –se pueden ver hasta el 20 de enero– con afán antológico.

El estilo personal, figurativo y a contracorriente del pintor colombiano se ve en la exposición bilbaína, además de en “Religión y clero”, en otros siete apartados en los que se examina la “Obra temprana”, la visión de “Latinoamérica”, el imaginario de “El circo”, las “Versiones” de obras conocidísimas de la pintura universal, la famosa serie sobre la prisión de “Abu Ghraib”, una selección de sus pinturas en torno a la fiesta de los toros reunida, “La corrida”, y un último capítulo dedicado a la “Naturaleza muerta”.

En el nº 2.823 de Vida Nueva.