jueves, 8 de noviembre de 2012

W. R. Hearst, el gran expoliador


Una investigación académica detalla “La destrucción del patrimonio artístico español” entre 1800 y 1950, con el gran magnate norteamericano como gran protagonista.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ 
“La historia de un tiempo realmente ambiguo, incluso contradictorio, en el que un personaje avalado por una fortuna extraordinaria trató de rodearse de cuantos tesoros históricos deseó y fue capaz de atesorar. Con ello propició despojos hasta entonces difíciles de imaginar, a fin de materializar proyectos arquitectónicos sólo posibles de soñar, a la vez que procuró, a su paso, vacíos a duras penas disimulables en el catálogo histórico-artístico español”.

Es la historia del magnate W. R. Hearst, al que Orson Welles retrató en Ciudadano Kane, y protagonista del mayor expolio cometido contra el patrimonio artístico español. También es el gran protagonista de la profusa y sorprendente investigación publicada por José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez: La destrucción del patrimonio artístico español: W.R. Hearst, el gran acaparador (Cátedra).

Setecientas páginas apasionantes que Merino de Cáceres, catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, y Martínez Ruiz, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, han escrito para describir la “perniciosa asociación de ignorancia, desidia, codicia y una mal interpretada modernidad” que se extendió, al menos, durante siglo y medio, entre 1800 y 1950, en una combinación de expolio artístico y negocio que, de algún modo, tuvo su origen en el despojo indiscriminado de las tropas francesas durante la Guerra de Independencia.

El comedor de San Simeón, la mansión de Hearst en California
 “Una vez perdida esa especie de inviolabilidad de las obras sagradas, o de aquellas que se encontraban en la órbita de las clases poderosas, éstas quedaron a merced de cualquier desmán cometido bajo el signo de las más variadas razones”. La cuestión es que, como enumeran los autores, “avispados agentes traspasaron nuestras fronteras durante el siglo XIX con carretas repletas de obras de arte, y a lo largo de la primera mitad del XX se permitieron completar barcos con obras de todo tipo con destino a los mercados más prósperos”. El principal destino tenía por nombre William R. Hearst, el todopoderoso “Ciudadano Kane”. 

Voracidad coleccionista

Los objetivos fueron iglesias y monasterios –que particularmente padecieron una desamortización en 1836 que si bien “nacionalizó” numerosos bienes artísticos pero también arrojó a muchos inmuebles a la destrucción absoluta– y también palacios, casas nobles, castillos. La rapiña llegó, según Merino y Martínez Ruiz, con “la voracidad del coleccionismo estadounidense” durante finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX.

“La potente burguesía norteamericana era capaz de comprar todo cuanto en España se deseara vender”. Ambos autores apuntan directamente a los hispanistas Arthur Byne y su esposa, Mildred Stapley, como “los protagonistas fundamentales del negocio clandestino de venta y exportación de obras de arte del país”. Es decir, los marchantes que se encargaron de abastecer a Hearst y a todos cuantos nuevos ricos quisieron hacerse con un trozo de Historia de España, entre los que se citan a los J.P. Morgan, Henry S. Frick, Andrew Mellow o John D. Rockefeller, Jr. 

Montaje del monasterio de Sacramenia en Miami en 1952
Sólo a partir de 1922, coincidiendo con la denuncia en las Cortes del despojo de San Baudelio de Berlanga, y especialmente con la legislación de 1933, el expolio pasó a ser un negocio clandestino. Hearst, el primer gran magnate de la prensa, fue “el mayor comprador de arte español” y un verdadero especialista en armas, armaduras, tapices y cerámica hispanomorisca, sus piezas favoritas. Con Byne de agente, “no dudó en vulnerar todo tupo de obstáculos legales a fin de satisfacer su insaciable apetito como coleccionista”. Las piezas catalogadas procedentes de España –y hoy esparcidas por museos norteamericanos y de medio mundo– que acaparó entre 1912 y 1951 son miles y miles. 

Buena parte para decorar su impresionante mansión de San Simeón en California y su apartamento de Nueva York –cinco plantas y un ático del Clarendon Building de la calle 86, en donde colgaba, por ejemplo, El credo de los apóstoles, tapiz del siglo XVI procedente de la catedral de Toledo–, entre otra decena de inmensas residencias a lo largo de todo Estados Unidos, además de castillos en Irlanda y Escocia.

“Llevo la corte de los Austrias a pleno corazón de Manhattan o a lo alto de una loma en California. El gran magnate de la comunicación convirtió en posible lo aparentemente imposible –escriben los autores–, procuró para sí una puesta en escena que mucho debía a la historia y la cultura europeas, si bien interpretadas de una manera tan excéntrica y personal que sólo una personalidad como la suya podía imaginar”. 

Foto actual del claustro del Monasterio de Sacramenia en Miami
Como inimaginable fueron sus compras, entre ellas, el claustro, sala capitular y refectorio del desamortizado monasterio románico de Santa María la Real de Sacramenia (Segovia), así como heraldos del convento de San Francisco de Cuéllar (Segovia) que se instalaron, a partir de 1925, en Sacramenia, reconstruido piedra a piedra en Miami. 

Hearst también adquirió del monasterio cisterciense de Óvila (Guadalajara), vendido por Fernando Beloso, director del Banco Español de Crédito en 1931, su claustro, sala capitular, refectorio, dormitorio de novicios y portada manierista de la iglesia, cuyas piedras están dispersas hoy en el Golden Gate Park de San Francisco. [...]


José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez: La destrucción del patrimonio artístico español: W. R. Hearst, el gran acaparador (Cátedra), 736 páginas. En papel (Tapa blanda): 32,00 €

En el nº 2.822 de Vida Nueva, Hearst, el gran expoliador, íntegro solo para suscriptores.