jueves, 6 de diciembre de 2012

Los jardines del Edén


Eva J. Rodríguez Romero, profesora agregada de Construcciones Arquitectónicas en la Universidad San Pablo-CEU, publica una investigación sobre "El paisaje de clausura" en Madrid.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | “El Madrid antiguo era una ciudad conventual, por el gran número de fundaciones religiosas, por el inmenso tamaño de las mismas y por la impronta que tenían monasterios y conventos en su imagen urbana”, afirma Eva J. Rodríguez Romero, profesora agregada de Construcciones Arquitectónicas en la Universidad San Pablo CEU y coordinadora de El paisaje de la clausura: jardines, huertas, claustros y el entorno urbano de los conventos barrocos de Madrid (CEU Ediciones). 

Rodríguez Romero cita a Ángel Fernández de los Ríos en su Futuro Madrid para ahondar en esa dimensión religiosa de la capital en el siglo XVII: “Los establecimientos religiosos ocupaban la tercera parte de la superficie del casco histórico madrileño, refiriéndonos con este término al contenido urbano dentro de su última cerca de 1625, traduciéndose en el momento de máximo auge en 63 monasterios”. 



Once de ellos –Descalzas Reales, Encarnación, Santa Isabel, las Carboneras, las Comendadoras de Santiago, Benedictinas de San Plácido, San Ildefonso, las Alarconas, las Góngoras, las Salesas Reales o los desaparecidos Santa Bárbara y Santísimo Sacramento– han sido objeto del análisis del grupo de investigación Arquitectura, Restauración y Paisaje, de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad San Pablo CEU, coordinado por Eva J. Rodríguez. 


Recreación del jardín de las Descalzas Reales.

“Aunque el estudio de la arquitectura conventual madrileña ha sido planteado por muchos autores –aclara Rodríguez Romero, especialista en Teoría e Historia de la Jardinería Española–, casi siempre se ha centrado en temas relacionados con los aspectos históricos, artísticos y constructivos de algunos conventos y, fundamentalmente, de sus iglesias. Lo que casi en ninguna ocasión se había abordado era el análisis de los espacios abiertos, tantos interiores como anexos a los conventos”. 

Esos jardines y huertos son “ventanas al cielo” en los que también está Dios: “En el plano simbólico, el jardín cuatripartito típico de los espacios claustrales representa el Edén según la descripción del Génesis”, explica Eva J. Rodríguez Romero. 


Evolución y estado actual 

“De esos espacios libres, internos y exteriores, nos hemos ocupado, analizando su evolución desde el siglo XVII, así como el estado actual de los que hemos tenido el privilegio de acceder”, añade. 

Entre ellos, hay una división natural: “Los monasterios se sitúan fuera de las ciudades, bien cercanos a estas o en pleno campo. Los conventos, tanto femeninos como masculinos, al ser edificios o conjuntos arquitectónicos inmersos en la ciudad, suelen tener menos espacios abiertos que los monasterios, por lo que sus claustros y sus reducidas huertas suelen ser su única abertura, ya que se protegen del entorno urbano tras sus altas tapias. Los monasterios, aparte de claustros, suelen tener zonas de huertas más abiertas, campos de cultivo e incluso zonas de bosque”. 

Claustro de las Descalzas Reales.
Aunque para hacer viable el proyecto, Rodríguez Romero aclara que “nos hemos centrado en los conventos femeninos –los más abundantes– que siguen perviviendo como tal en la actualidad, así como en dos de los conventos que, habiendo desaparecido, conservan su iglesia y parte de lo que fueron sus jardines convertidos en parques públicos”. Es decir, la Plaza de Santa Bárbara, del desaparecido Monasterio Real de la Visitación de Nuestra Señora, y el Huerto de las monjas, del Monasterio del Santísimo Sacramento. 

“En los conventos, el vergel claustral y la huerta expresan a la vez la renuncia al mundo y el reflejo de los modos de vida que la corte desarrollaba, aunque la tipología de jardín medieval, plano, cerrado y bien delimitado, con caminos en forma de cruz y fuente central, será la más frecuente”, explica la profesora Rodríguez Romero. 

Trazados, por tanto, aún de clara ascendencia medieval. “Jardines cerrados, sin posibilidad de recrearse en vistas lejanas –añade–, pero sí en el verdor de sus propias plantaciones y en la armonía de sus trazados, con ese sentido primigenio de paraíso a salvo de todo mal, latente en todo jardín medieval o incluso ancestral”. 

Y con reflejo indudable de simbolismos religiosos, “ya que, por ejemplo, en la literatura piadosa se alude habitualmente a la Virgen María como jardín cerrado”. 

Portada del libro.
El simbolismo, sin embargo, de estos jardines y huertas va mucho más allá. Por ejemplo, en los frutales y flores, con ejemplos que todavía perviven. “Las flores hablaban un doble lenguaje estético y espiritual, no a modo de jeroglífico que hubiese que descifrar, sino un lenguaje culto destinado a almas sensibles, en una vida cotidiana fuertemente marcada por la religión, más si cabe en el mundo conventual”, explica la coordinadora de El paisaje de la clausura. 

Esta simbología botánica tuvo su auge en el Renacimiento y se puso de moda en el siglo XIX. Rodríguez Romero cita algunos ejemplos: las hojas trifoliadas de las fresas representan la Trinidad; la vid, “el linaje de la estirpe de José”; la rosa es símbolo de la Pasión de Cristo, pero si no tiene espinas alude a la Inmaculada Concepción; la azucena es la castidad, virginidad o pureza, mientras que el clavel representa a Jesucristo. 

Partiendo del claustro, huerta y patios de la Encarnación, Rodríguez Romero aclara que, en origen, las celdas de las monjas se abrían hacia la huerta y el jardín… incluso a la Casa de Campo. Es decir, hacia Dios. Aunque de modo que ellas no podían ser vistas desde el exterior. “La ciudad le ha ido restando terreno, pero han pasado a ser una ventana al cielo en medio de Madrid”, concluye. 


El concepto de belleza 

Otra de las investigadoras de Universidad San Pablo CEU, Mayka García Hípola, se ha centrado en examinar la huerta de las Góngoras y el llamado Jardín de Sacramento. A partir de ellos reflexiona: “La huerta y el jardín. Estos espacios son dos paisajes, dos posibilidades, dos procesos. (…) El jardín y el claustro están dedicados a la contemplación religiosa y, en cambio, la huerta se dedica al aprovechamiento económico. El jardín valora lo óptico o relativo a la visión, y la huerta, lo relativo a la aptitud. Pero ambos están próximos al concepto de belleza, en un caso asumida para la espiritualidad, y en el otro para el autoabastecimiento”. 

Huerta de las Descalzas Reales

De hecho, a la hora de recrear ese denominado Jardín de Sacramento, que perteneció al convento de las Bernardas Cistercienses, recuerda una cita del P. Sigüenza, que alude a la visión desde el vergel de Sacramento de los tejados de Madrid y, además, resume la espiritualidad del jardín claustral: “Bien se miren desde las celdas o aposentos que caen encima de ellos, que es lo mejor que se habita de la casa, es un gran alivio para el alma, despierta la contemplación, hacen levantar a la hermosura del cielo el pensamiento”. 

El paisaje, recuerda García Hípola, afecta, en definitiva, también a nuestro estado de ánimo, a nuestra felicidad. El jardín, el huerto, es también contemplación, oración, Dios. “La geometrización de la arquitectura interior de estos conventos al salir y contaminar el paisaje exterior hace más sutil la transición de los umbrales más importantes en estos espacios de clausura”, concluye. 

En el plano simbólico, el jardín cuatripartito típico de los espacios claustrales, representa el Edén según la descripción del Génesis. De hecho, es una evocación espiritual tan poderosa que, además, la profesora García Hípola asume que “no se puede reflejar por escrito” ni tan siquiera en fotografías, esa atmósfera creada en los jardines y huertas de estos conventos “gracias a los juegos de sombras, los olores, la humedad y el ruido del agua”. 

De ahí que llega incluso a proponer “collages interpretativos” en los que la intervención plástica aumenta la capacidad de evocación de la fotografía y la palabra escrita. 


En el nº 2.828 de Vida Nueva.