viernes, 7 de octubre de 2011

Una cuestión de velocidad. A Félix Romeo. In Memoriam

El escritor en una calle de Zaragoza- (EL HERALDO)
A veces ya esta dicho todo. O casi. Y uno tan sólo llega para declamar un poco más alto lo ya escrito. Me pasa esta tarde mientras leo acerca de la muerte temprana de Félix Romeo (Zaragoza, 1968) de un ataque al corazón. En este instante, somos ya –y hablo desde una voz ciudadana, casi como un narrador omnisciente y colectivo– más incultos, más sumisos, más individualistas. Y también menos agitadores, menos lúcidos, menos individuos. Sin Félix somos todos un poco menos.

Elsa Fernández Santos lo ha definido como “abrumadoramente culto, lector voraz, cinéfilo compulsivo, poeta, articulista, agitador cultural, actor ocasional y uno de los más brillantes ensayistas literarios de los últimos tiempos”. Nada que añadir a una certera radiografía de un hombre inmensamente –y humildemente- inteligente. Romeo publicó tan sólo dos  novelas (Dibujos animados, Discotèque), “pero dejó su fértil pensamiento en decenas de artículos, charlas y entrevistas en las que afloraba toda su energía y sabiduría”.

Jamás pasó inadvertido. Ni quería ni podía. Así era su sorprendente vitalidad. Fue insumiso –y condenado por ello– cuando había que serlo, director del programa cultural La Mandrágora y autor de una novela tan estupenda como Dibujos animados (1995), con la que irrumpió en una escena literaria en la que le miraban de reojo porque nunca se casó con la mediocridad ni lo políticamente correcto.
Estas cosas pueden que se digan cuando ya se ha ido. Pero desde la barrera de la crítica y la prensa especializada, de la edición y la cultura, Romeo siempre causaba respeto por su osadía y su inmensa sabiduría. Eran tan grande que dedico todo un intenso libro entre las memorias novelada y el canto fúnebre, Amarillo, para tratar de comprender el suicidio de su amigo el escritor Chusé Izuel.
 No quiero ahondar en la necrológica, tan sólo quiero despedirle con una cita de Dibujos animados que siempre lleve conmigo: 
“Ahí estaba la vida. Una cuestión de velocidad. Uno podía estar horas y horas esperando que Coyote continuara con un plan y Correcaminos sufriera un descalabro”.