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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Memoria fúnebre de Álvaro Mutis



JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Un fabulador del lenguaje. Un creador de mundos literarios, de personajes ficticios que recorren la memoria del mundo. Ese es Álvaro Mutis (Colombia, 1923). La poética de una narrativa inteligente y emocional. 

Su poesía, su narrativa, recoge la filosofía –y las aventuras– de uno de los protagonistas más importantes de las letras hispánicas del siglo XX: Maqroll el Gaviero. Heredero de la gran literatura hispanoamericana. 

Trotamundo de culturas, viajero de la memoria, enamorado de Pollensa, monárquico tradicionalista en la corte de Felipe II, gaditano presumido, conversador desbordante. 

Novelista universal de hondas raíces poéticas, narrador de personajes trashumantes y lenguaje imaginativo, llevaba escribiendo desde 1947. Ha muerto con 90 años. Requiem por Maqroll. 

En 1953, con Los elementos del desastre, apareció el personaje que le otorgó el buen nombre, la fama y el don de los grandes. No volvió a aparecer hasta 30 años después. El Gaviero era una catedral sumergida. 

Maqroll era –es–, simplemente, el viajero que cabalgó en la imaginación, en la memoria y en las obsesiones de Álvaro Mutis, recorre los siete mares y todos los mundos desde la gavia de sus paraísos perdidos, arrastra a miles de lectores y enhebra gran parte de la aventura literaria de este escritor irreversible. 

Inmortal como Maqroll, protagonista de siete novelas, de ocho libros de poesía, ya imprescindible en las letras de aquí y de allá. Maqroll, su Ulises. El Ulises del siglo XX en busca de Ítaca. 

En La nieve del almirante, Maqroll se aleja del mar y trabaja en una posada de montaña. Ahí deja, escritas en un muro, una colección de sentencias que se resume en ésta: “Sigue a los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. Evita hasta el más humilde fondeadero. Niega toda orilla”.




Lo escribió hace mucho David Gistau: “La vocación errante, la soledad esteparia, la burla escéptica, la huida, la habilidad con el revólver si viene al caso, todo eso es Maqroll, personaje capaz de prolongar también al lector más allá de su propia inmediatez, de su propia ceguera de prisionero doméstico”. 

«Es un personaje creado con imaginación, pero es independiente de mí –reconoció Mutis–. Él lleva hasta el último extremo experiencias que he tenido en mi vida y que no me he atrevido a llevarlas hasta donde él las lleva. Él es otra persona, pero me acompañará toda la vida, aunque da mucha lata, una lata terrible». 

Mutis encarnaba, en sí mismo, una vida cervantina, “un entrañable, conmovedor y doloroso ejemplo de lo que es el destino humano». Y esa era su descripción de las desventuras del Manco de Lepanto. 

Mutis, como Cervantes, es un exiliado de sí mismo: infancia en Bruselas, regreso fortuito a Colombia tras la muerte temprana de su padre, inmersión en los trópicos, embarcado en mil trabajos que le llevaron por el mundo con su charlatanería y pinta de bonachón. 

Al autor de «El Quijote» le unen, incluso, turbios asuntos de «manejo caprichoso y romántico» de fondos de la ESSO -la petrolera colombiana en la que trabajó de 1954-, que acabó con su huida a México y, sin poder zafarse de la justicia, dieciséis meses de cárcel en los que descubrió la condición humana. 

La que tuvo esos otros personajes devotos: San Luis, rey de Francia; Napoleón, Felipe II. O esos otros personajes abrumadores, a la sombra de Maqroll: Ylona, Flor Estévez, «Wita», Ibn Bashur... 

En ambos, Mutis y Maqroll, existe un desencanto nacido de la certeza de la muerte, de una orfandad ante lo irremediable. Para Maqroll, como a su hacedor, solo la poesía, la escritura, palia la fugacidad, evita que todo sea en vano.




Podría elegir cualquier poema de ese poemario prodigioso que el Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía 1948-1988 (Visor), tan releído. Pero quería despedirle con esa "Oración de Maqroll", que hoy es –así la entono– la "Oración de Mutis":

ORACIÓN DE MAQROLL 

Tu as marché par les rues de chair 
René Crevel, Babylone 


No está aquí completa la oración de Maqroll el Gaviero.
Hemos reunido sólo algunas de sus partes más salientes,
cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos como antídoto
eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada.


Decía Maqroll el Gaviero:


¡Señor, persigue a los adoradores de la blanda serpiente!
Haz que todos conciban mi cuerpo como una fuente inagotable de tu infamia.
Señor, seca los pozos que hay en mitad del mar donde los peces copulan sin lograr reproducirse.
Lava los patios de los cuarteles y vigila los negros pecados del centinela. Engendra, Señor, en los caballos la ira de tus palabras y el dolor de viejas mujeres sin piedad.
Desarticula las muñecas.
Ilumina el dormitorio del payaso, ¡Oh, Señor!
¿Por qué infundes esa impúdica sonrisa de placer a la esfinge de trapo que predica en las salas de espera?
¿Por qué quitaste a los ciegos su bastón con el cual rasgaban la densa felpa de deseo que los acosa y sorprende en las tinieblas?
¿Por qué impides a la selva entrar en los parques y devorar los caminos de arena transitados por los incestuosos, los rezagados amantes, en las tardes de fiesta?
Con tu barba de asirio y tus callosas manos, preside ¡Oh, fecundísimo! la bendición de las piscinas públicas y el subsecuente baño de los adolescentes sin pecado.
¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento.
Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro.
Amén.

lunes, 22 de abril de 2013

García Gutiérrez, doscientos años después




JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Antonio García Gutiérrez (Chiclana, 5 de julio de 1813-Madrid, 26 de agosto de 1884) no fue sólo un famoso autor dramático, sino un ejemplo del ideal y vida romántica. Un hombre, un poeta, que en sí mismo representó como pocos el siglo XIX español. Más allá de que llevara el drama romántico a su máxima expresión de belleza lírica, estructura teatral y compromiso político, García Gutiérrez encarnó la misma modernidad que su teatro propugnaba.

El poeta de Chiclana era ya en 1836, con solo 22 años, el indudable referente del Romanticismo español, junto al Duque de Rivas y José Zorrilla. En ese año, el 1 de marzo, protagonizó uno de los estrenos más asombrosos del teatro contemporáneo: El Trovador, en el que un público entusiasmado al grito de “¡El autor, el autor!” obligó a saludar al joven dramaturgo –por entonces soldado en las milicias de Mendizábal– desde el proscenio. Era la primera vez que sucedía en España, inaugurando una costumbre que aún permanece. 

Aún en 1880, ya en el declive de su salud y de su trayectoria dramática, García Gutiérrez seguía representando el ímpetu romántico y liberal –aunque se había ido atemperando– cuando en el ya Teatro Español se le homenajea como “gloria de la literatura española”. Sin duda lo era. Y lo sigue siendo, aunque permanezca en un estado de “semiolvido” que en el Bicentenario de su nacimiento tenemos la obligación de rescatar. 

Apunte manuscrito de la versión de El Trovador de 1850

Insuperable poeta dramático, su obra va mucho más de El trovador y Simón Bocanegra, sus dos grandes éxitos convertidos en famosas óperas por Giussepe Verdi y aún representadas alrededor de todo el mundo. García Gutiérrez escribió más de 90 libretos, entre dramas –la gran mayoría en verso y algunos de triunfal estreno como Venganza catalana o Doña Urraca de Castilla–, comedias y zarzuelas, además de varios poemarios e innumerables versos publicados en la prensa periódica. Hasta su muerte en 1884, fue considerado, entre ellos por el mismísimo Mariano José de Larra, entre los más grandes autores españoles. 

Fue, sin embargo, mucho más que un escritor, aspecto sobre el que no se ha profundizado como se debería: traductor que introdujo el romanticismo francés en España, periodista en México y Cuba, cónsul en Génova y Bayona, comisario de la Deuda Española en Londres, miembro de la Real Academia Española, director del Museo Arqueológico Nacional, jefe del Cuerpo de Bibliotecarios, Archiveros y Anticuarios del Ministerio de Fomento, caballero de la Orden de Isabel la Católica… y un liberal convencido. Muy popular, fue, junto a Zorrilla y Espronceda, el poeta más recitado de la segunda mitad del siglo XIX. Y, sin duda, un andaluz universal.

martes, 9 de abril de 2013

Y José Luis Sampedro se fue con "La vieja sirena"




JUAN CARLOS RODRÍGUEZ
Ha muerto José Luis Sampedro. Y rompo este silencio de meses, para despedirle con honores, revuelto si cabe porque en los papeles y las pantallas se le loa como un estandarte, como un indignado, como un economista, como un intelectual del desencanto. Lo era, lo seguirá siendo. Pero, aún apreciando su humanismo y su rebeldía, quiero decirle adiós al novelista. 

Sí, Sampedro era amplio, poliédrico e icónico, pero para mí –para ese lector juvenil que aún soy de vez en cuando– se va el mago, esa voz legendaria, ese genio capaz de atravesar el tiempo y la literatura de “La vieja sirena” (1990).

Ese portentoso narrador del alma y sus alegrías, de sus quebrantos y miserias, de su amor inextinguible. Ese maravilloso trovador de la valentía, de la justicia, del amor que aún es Glauka con sus ojos verdes, personaje inolvidable y sustancial de la novela española del siglo XX. Esa Glauka, sirena entre los siglos, que es la humanidad misma, inocente, que aprende y se corrompe al mezclarse con los hombres, con los humanos, con sus ambiciones, con su afán de poder y de poseer, con su miedo a la muerte... y a la vida.





Glauka, como Krito, es sabiduría y sensualidad, nostalgia y felicidad nunca ausente de dolor. Pasaron los años, y “La vieja sirena” nunca se ha ido. Ni ahora que creo que Sampedro se reencarnará en algún lugar como Glauka. O estará junto a ella.

Porque puede que lo haga en Salvatore Roncone, su otro gran personaje, el protagonista de “La sonrisa etrusca” (1985), esa otra gran novela –misericorde, lúcida, sentimental– en el haber de Sampedro. Imprescindible, por supuesto. Con ella y con “La vieja sirena”, dicho ya queda, me hubiera bastado rendir honores a José Luis Sampedro, escritor, novelista y nostálgico.

Este mismo Sampedro que es Malvina, el caballero D’Eon, Ernesto Ribalta y hasta el dios Narciso en “Real sitio” (1993), la novela con la que cerró esa trilogía que denominó “Los círculos de los tiempos”, que inauguró con “Octubre, octubre” (1981), retrato eficaz de un tiempo que no acaba de irse y prosiguió con “La vieja sirena”, insuperable testimonio de todo lo que Sampedro es y será. 

viernes, 12 de octubre de 2012

"Entrevista con un fantasma". Un homenaje in memoriam al periodista Antonio Rivera


He contado, aproximadamente, el proceso de nacimiento del libro de relatos Fantasmas y monstruos de Chiclana, que incluye uno de mis relatos: "Entrevista con un fantasma". Me gustaría –además de incluir aquí el comienzo del mismo, gracias a Navarro Editorial– contaros de modo breve cómo nació esta narración porque, ante todo, y quizás sea su motivación más precisa, es un homenaje a un gran periodista del que aprendí mucho cuando aún era estudiante de periodismo y que ahora, cuando se cumplen diez años de su muerte, está más que nunca presente en la memoria de quienes le conocimos y apreciamos: Antonio Rivera (Chiclana, 1961-Valparaiso, Chile, 2002). 

Entre el 11 y 30 de abril de 1983, Diario de Cádiz publicó, al menos, una decena de artículos acerca del “Fantasma” de Chiclana, un ensabanado –es decir: sabana blanca al vuelo– que se había hecho famoso en un tiempo de crisis y de transformación en el que la sociedad (y el periodismo) estaba de algún modo ingresando en la modernidad. Hoy, una noticia así –o una secuencia de informaciones– me gustaría pensar que no iría más allá de un breve... ni causaría el revuelo que aquellas "apariciones" levantaron.

El último, un amplio reportaje titulado “Nadie quiere desvelar la identidad del fantasma”, es el único que tiene firma: Antonio Rivera. Entonces era un recién llegado al Diario de Cádiz. Veinte años después, cuando fallece en un viaje turístico por Chile, era subdirector y referencia personal y profesional para muchos compañeros. Como advierto en la "nota final" de mi relato, todas las citas usadas en el mismo –un homenaje con un añadido de ficción– son entresacadas de esos artículos, especialmente del firmado por Rivera. Desde la admiración. 



En el anuario "La transición en Andalucía", Juan José Téllez Rubio –otro periodista que compartía aquella redacción, junto a Jorge Bezares– titula el artículo sobre el año 1983 con una frase nada sicalíptica: "Ya están aquí los fantasmas". En la entradilla, lo explicaba así: "En Chiclana, en plena primavera del año 83, una fantasma recorre las calles. Pero la población sospecha que se trata de un amante adúltero cuya identidad se desconoce y provoca recelos entre la población. El suceso dará pie a una de las principales leyendas urbanas que servirá de frontera entre la Transición y la postmodernidad en Cádiz".

Eso es, y no sé si lo he conseguido, lo que he intentado narrar, así como ser fiel lo más posible, digamos, a la ambientación del relato: es decir, a la descripciones de los personajes y su barrio, de la ciudad y de sus circunstancias. Así, por supuesto, a las reflexiones que Antonio Rivera hace en su reportaje y, sin duda, a lo que me imagino que habría pensado en ese instante... 

Sí, el protagonista de mi relato no es el "mentecato" ensabanado. Es Antonio Rivera; acudiendo desde la redacción de Cádiz a Chiclana para culminar aquella serie de noticias anónimas publicadas en torno al fantasma, ejerciendo de reportero sobre el terreno, sin duda, hastiado por el tema, pero dispuesto a contarlo todo...

No contó la identidad de aquel fantasma de vuelo corto. No importaba. La noticia –y cualquiera se daría cuenta al leer ese reportaje firmado por Antonio– estaba en el escenario, los rostros, el barrio, el ser colectivo, la ciudad... A eso es a lo que he querido ser fiel. 




Del mismo modo, no he querido ser preciso en la ubicación exacta del "fantasma", entre las barriadas de San Sebastián, el Arenal o Solagitas. Porque hubo implicados más allá de las fronteras del barrio... De algún modo, ese espacio impreciso quiere ser todos ellos, aunque se le de el nombre de Solagitas... Licencia literaria.

Ya lo digo: no encontrarán, casi treinta años después, la identidad del fantasma descrita en el relato ni de quienes estuvieron involucrados en ello. No he tratado de reescribir el reportaje de Antonio, por tanto me he permitido otorgar nombres y cargos ficticios a algunos personajes (como al guardia civil, el sargento Romero) y respetar tan solo con nombre y apellidos a quienes sí aparecen con ellos en algunos de los textos periodísticos.

Un texto literario, un relato, en cualquier caso debe tener validez de por sí, sin codas ni notas. Así que, en cualquier caso, olvídense de lo dicho. Aquí os dejo los primeros párrafos del relato. Ya saben que Fantasmas y monstruos de Chiclana está a la venta en la librería Navarro y próximamente en su web. Que disfruten:

Entrevista con un fantasma 



A Antonio Rivera, in memoriam 



«Era una sábana enorme que lo tapaba por completo, de los pies a la cabeza, como consumando su desaparición». 
Luis Mateo Díez, El paraíso de los mortales. 


«Y sacó del bolsillo otra carta de Chiclana, provincia de Cádiz, en la cual se leía también la palabra sibilítica, el misterioso conjuro: ¡Mentecato!» 
Luis Coloma, Pequeñeces 



Nada pródiga en hechos extraordinarios ni otras taumaturgias, la aparición de un fantasma de los de siempre —con un espíritu invisible bajo el sudario de pinta en blanco, huecos por ojos y una movilidad diríase que espontánea o, más bien, sideral— le había dado a Chiclana un tema de conversación generoso, rico en chácharas de ida y vuelta que no se sabían muy bien cómo iban a desenvolverse. El gran Rivera, alto y altivo, novel periodista de los del Diario, no había podido evitar tomarse los desvelos de la vencindad a chacona. Y le había contado al redactor-jefe que «para las personas mayores está claro que se trata de un chiflado o de una simple tomadura de pelo, aunque para los pequeños es motivo de verdadero terror». Y el Diario, siempre tan veleidoso con la verdad, le dio cuerpo de plomo a la confesión, composición en la linotipia y al Pájaro a venderlo. Lo cierto era, y Rivera fue haciéndose a la idea un poco más tarde, que chanza había la justa y, una vez que habían pasado varios días desde que se viera al fantasma correr o volar —hiciera lo que fuera—, se aparecían en Chiclana legiones de curiosos que más que a besar a San Sebastián, subían La Banda como si fuera la Feria, única ocasión en la que en el pueblo parece que no son fantasmas quienes habitan las casas y la gente apabulla las calles. Esas primeras noches, a esa riada de novelería se le escucha el murmullo cruzando el río, calle Ancha arriba. Aunque, debido a que el Fantasma había tenido a bien quedarse en casa dado el curso de los acontecimientos y no rondar, de momento, por las cuatro calles de Solagitas, ese público curioso fue transformándose —algunas noches después— en una mesnada dispuesta a darle caza con palos y perros a cualquier atisbo de sábana andante, más por verse privado del espectáculo que por miedo alguno. O es lo que parecía.

Al gran Rivera no le había quedado claro si al Fantasma se lo llevó la levantera después de ser visto atravesar casapuertas tres o cuatro noches, porque desde que cruzó la calle Calvario por primera vez —iba tras un fantasma al fin y al cabo— a él se le aparecían en las esquinas vecinos en confesión que más que el perdón del padre Almandoz buscaban una foto de Paco Muriel y reírse posando para el Diario. Al fin y al cabo, nadie podía saber, o eso pensaba, desde cuando la sábana con espíritu o sin él salía a la calle dada las diez, según unos; con la carta de ajuste, según los otros. Ahí se detenían las coincidencias: en torno a la medianoche estaba visto que era el horario preferido del Fantasma para abandonar las sombras y atravesar callejones sin luces ni almas. Por eso Rivera había preferido, antes de tomar ninguna otra decisión, ignorar desde cuándo venían dándose las apariciones porque los testimonios eran caprichosos y variables. Ni había manera, por lo pronto, de comprobarlo.

Como tampoco contaba con averiguar la calle o calles que el Fantasma andaba, o volaba —aunque aún no había renunciado del todo a ello—, así como en qué casapuertas desaparecía. No había modo, o es lo que parecía, de dar con el itinerario de esas idas y vueltas, porque si pintaba una cruz en cada casa en la que se decía haber visto salir o entrar al Fantasma, y así lo había hecho en el callejero que había tenido que ir a comprar a la Imprenta Navarro, le salía un cementerio o una mancomunidad de espectros que iban hasta el Arenal, y hasta alguno parecía fugarse en la orilla o ahogarse en el río Iro. Los así elocuentes, en cambio, se volvían mudos y hasta ciegos cuando, con rodeos o no, preguntaba si en los andares, las botas, las manos o los ojos del Fantasma —si es que los tenía— se presentía una identidad, un nombre. Tan sólo había dado por supuesto, porque había unanimidad, que el Fantasma era él y no ella. Con andares de hombre e identidad, por tanto, desconocida. No logró un testimonio ni tan siquiera cuando se le ponía esa cara de joputa que decía «si está vivo o muerto me da igual, ¿a quién se parecía?, ¿te sonaba a alguien?». Había dado con la conclusión de que los que hablaban de más confundían puertas y calles a propósito. Y los que hablaban de menos, igualmente a voluntad, volvían la cara con un «yo no se nada, yo no he visto nada, yo no conozco a nadie». Sabía –y no era poco– que ahí, en la frontera de las barriadas de Solagitas con el Arenal, más bien tierra de nadie, todo el mundo sabía a dónde y a quién el Fantasma se le sobrevenía. Y, por supuesto, quién era este mentecato de sábana andabile. Y que había un dicho y hecho sobre ocultar al villano, esconder lo que hubiera cometido y, sobre todo, para seguir dándole carrete al asunto aquel de las apariciones que, por una vez, hacía que el barrio estuviera en boca de todos. Hasta del Diario, que nunca había reparado —más en ocasiones de esta misma futilidad— en aquellas calles, aquel enfangado, aquel despropósito. Y con el Diario habían llegado la Guardia Civil, los Municipales y la cofradía de curiosos de La Banda y el El Lugar…
Fantasmas y monstruos de Chiclana (Navarro Editorial), está a la venta en la propia Librería Navarro (c/ Vega, 24) al precio de 13,00 euros y próximamente en su página web www.navarrolibreria.com

Fantasmas y monstruos de Chiclana


Una tarde del invierno pasado, en la tertulia convocada por la recién estrenada Editorial Navarro, surgió la lectura de algunos relatos que tenían como personaje central un fantasma y que habían acabado de escribir José Luis Aragón Panés y Pedro M. Quiñones Grimaldi. Los dos autores locales –sobra decir, de Chiclana, Cádiz– ni sabían lo que el uno y el otro estaban escribiendo... 

[Y hago un inciso obligado por la actualidad: supongo que el género fantástico en su estricto soignificado vuelve a estar de moda: los miedos, la crisis, lo desconocido en el horizonte. Eso quizás explique el Nobel a Mo Yan, autor de ciencia ficción y en quien suele sembrar sus obras de fantasmas, monstruos y otros seres en continua reencarnación. Lean su extraordinario: La vida y la muerte me están devastando (Kailas)].

Decía, que ni José Luis Aragón Panés ni Pedro M. Quiñones Grimaldi sabían lo que el uno había traído para leer esa tarde a los otros escritores allí presentes. De esas lecturas o más bien de su persistencia –hubo una segunda vez, y otras lecturas de nuevo con fantasmas– nació la idea de proponer a la novel editorial que nos acogía un libro de relatos escrito por los que allí estábamos presentes o al menos acudían de vez en cuando por la librería Navarro.

A la venta desde el día 11

Ya está a la venta. Ha tenido un largo camino: Fantasmas y monstruos de Chiclana (Navarro Editorial). Porque no sé si he dicho que aquellos relatos que se leyeron en voz alta tenían como escenario esta ciudad de Chiclana y, como era de esperar de los autores, se situaban en tiempos pasados. 

Es decir, de algún modo, y con fantasmas, monstruos o leyendas de por medio, esas narraciones contaban capítulos de la historia de Chiclana. Así que el interés de los editores, de Jose Guillén y Eva Vicente, era el de fundir el género fantástico con la historia de Chiclana. Y que, de algún modo, el lector saliera de su lectura conociendo algo más de nuestra ciudad. Y lo han conseguido.

Por ello, y no me voy a extender más, se ha intentado, en la medida de lo posible, organizar los textos de una manera cronológica. intentado porque en el escenario de lo fantástico a veces los tiempos se mezclan, saltan y se funden...

Vista del castillo de Sancti Petri. Foto de María Benítez
Desde la visita de Aníbal al templo de Melkart que recrea José de Mier Guerra, referente de la historia fenicia de la ciudad de Chiclana en lo que es hoy el castillo de Sancti Petri, hasta un recorrido por lo que José Luis Ramos ha calificado acertadamente de "Chiclana macabra", los relatos encierran tres mil años de historia y pasión...

Pasión, sí. Porque es fruto de la pasión por una ciudad. En él, además de episodios históricos, van a encontrar hitos en la geografía de la ciudad: castillo de Sancti Petri, salinas, bodegas, poblado de Sancti Petri y su alambraba, playa de la Barrosa, ermita de Santa Ana, Plaza Mayor, iglesia de San Telmo, Paquiro, río Iro, el vino y la sal...

Pasión por la historia

Y porque la pasión, de algún modo, hilvana mucho de los relatos. No querría dejarme ninguno atrás pero este es su índice de autores, destacando antes que nada la aportación de la Fundación Fernando Quiñones, con su hijo Mauro al frente: porque compartir en un libro la maestría y el ejemplo del gran Fernando Quiñones es todo un ejemplo. 

Ese texto de Fernando cedido por la Fundación, Cubalix, tan sólo es uno de los relatos fantásticos –otro imprescindible, pero de extensión prohibitiva para el libro era Todo un verano para el padre Alfonso– que escribió y que ubicó en su imaginaria y literaria "Contreras", ciudad que en sus descripciones, monumentos, edificios, personajes... responde a Chiclana.

Junto a Fernando Quiñones, José Luis Aragón Panés, Pedro M. Quiñones Grimaldi y José de Mier, han participado escritores también referenciales de Chiclana en lo literario, como los ineludibles Jesús Romero y José A. Ureba, o la joven y prometedora Jacqueline M.Q. También en lo histórico, como Tomás Gutiérrez, Paco Montiel o Pepe Verdugo. Además de otros apasionados por nuestro ser colectivo como Julián M. Cano, José Luis Ramos, Concha Herrera y la jovencísima Irene Gómez Villarreal.

De mi relato ya os contaré...

Fantasmas y monstruos de Chiclana (Navarro Editorial), está a la venta en la propia Librería Navarro (c/ Vega, 24) al precio de 13,00 euros y próximamente en su página web www.navarrolibreria.com

Mo Yan, extraordinario e intenso: un gran Nobel


Más que merecido el Nobel a Mo Yan. A vuela pluma es justo y gratificante, aunque como ocurrió como Gao Xingjian: si no fuera por su disidencia con el régimen de Pekin seguramente no lo hubiera ganado... A propósito de una de sus obras favoritas, al menos para mí, La vida y la muerte me están desgastando (Kailas Editorial), escribí hace unos años esta breve reseña que comparto ahora. Aquella novela le elegí entre las cinco mejores escritas en 2009. Afortunadamente, será un clásico –afortunadamente, gracias al Nobel, sin duda–, la obra que tan sólo un grande es capaz de concebí. Esto es lo ya dije en 2009:




Mo Yan es el seudónimo de Guan Moye (Gaomi, Shandong, 1955) y significa “no hables” en chino. Su novela Sorgo Rojo fue llevada al cine por el gran director Zhang Yimou. Hoy es el escritor chino más conocido en Occidente, junto con Gao Xingjian (premio Nobel en el año 2000). Su última obra, narra los avatares del terrateniente Ximen Nao, que es ejecutado y se pasa dos años en el infierno antes de ser devuelto a la Tierra por el señor del inframundo, Yama, reencarnado en un burro.

Estamos en 1950. Así arranca una serie de vidas, muertes y transmigraciones -cerdo, buey, perro y mono- que agotan al protagonista pero que nunca le hacen olvidar su esencia humana. En cada una de las reencarnaciones, el terrateniente sufre una injusticia aún mayor, lo que el autor utiliza para criticar el régimen comunista mediante un relato que viaja de la Revolución Cultural a la muerte de Mao, y en el que hay un gran sentido del humor.

Extraordinaria e intensa, sin duda, que incomprensiblemente las librerías han condenado al ostracismo de los anaqueles de “ciencia ficción”. Es mucho más. Es la vida misma. La China de ayer y de hoy. Sobra decir que Mo Yan, autor también de las censuradas “Las baladas del ajo”, reside ahora en Pekín. Lo cual da aún más valor a su literatura.


martes, 29 de mayo de 2012

Carlos Cano, tan actual, tan imprescindible…



Andaba uno recomponiendo y actualizando el blog, y necesitaba un poco de ánimo músical. Revisé la lista de mis discos [¿podemos seguir llamándolos así?]. Y ahí estaba el primero: “A duras penas”, de Carlos Cano [En este caso sí, aún lo sigo teniendo en LP]. ¿Por qué no? Lo voy escuchando. Cada vez más atento. Y pienso: ¡Cuánto ha rejuvenecido el inmortal de Carlos Cano! ¿O somos nosotros: esta sociedad quién ha dado un paso atrás de treinta, cuarenta años? Claro que no. O tanto no. Pero escuchando “La miseria”, “El Salustiano”, “La hoguera”, “Aleluya” o “Qué es lo que pasa”… pienso que, de golpe, esas letras han vuelto a convertirse en actuales, en imprescindibles…

Quizá siempre lo han sido, igual hemos sido nosotros quien no hemos querido seguir escuchándolas en estos años de burbujas y ruido. Ni hemos conservado debidamente en nuestra memoria a ese Carlos Cano de los setenta tan proverbial y lúcido. Sí, Carlos, ahora “Anochece” otra vez, y no me resisto a pensar en ese largo gemío, ese grito que entonas:
¡No, no, no, no, no, no...! ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? Hace frío.Tengo miedo. ¡Piedad de mí! ¿Es que un topo se comió el sol, o es que el mundo se congeló? ¡No! Diez mil palomas dicen que no. Canastera, hazme con tu pelo un canasto pa mi pena. Llénamelo de flores, canastera.
Sí. Carlos, ahora con el miedo nos acordamos de “La miseria”:
Vengo de abajo, cansado de tanta cuesta. Vengo, no sé a dónde voy, huyendo de ella. La miseria tiene en su casa las uñas de la soberbia. Ve en un mundo cerrado del que se alimenta. La miseria es el lugar donde nací, donde no quiero yo morir. Es un lugar muy especial para el amor y la moral. La miseria. Vengo de abajo, de un valle podrido de yerba,
donde no existe el futuro, sólo la miseria.
La miseria, la miseria, la miseria…
O de eso que cantas en “La hoguera”, nos preguntamos como “hemos callado”…
Morir por algo sí, pero lentamente. Y en libertad morir por algo. Día a día morir por vida. Madre ¿por qué se calla?
Quiero decirle que algo pasa. ¿Por qué se calla, padre?
¿Por qué no grita «fuego»? Yo quiero decir, que algo pasa aquí por el Sur: mucho sol y sol y poca luz. 

Hasta se estremece la memoria y duele todo el cuerpo con el Salustiano en Alemania, y ese “yo no creo que el sombrero les toque en la tómbola / a esos gachos trajeaos que viven de ná. / Que lo roban, lo roban, lo roban, con cuatro palabritas finan lo roban”. Y qué decir, de esa “Viva la grasia” que se te mete cuarenta años después en el corazón y no lo suelta como un mal mordisco:
Esta es la canción: ¡un, dos!
Ustedes tienen sol, grasia pa vivir, vino, playas y flamenco... Sí, mucha grasia pa derramarla por las vendimias del Roselló.¡Viva la grasia de Andalucía con pasaporte de emigración!
Quizás, Carlos, al menos parece que algunos escuchan lo que cantas en “El baile del abejorro”. O igual no. A todos hay que gritarles eso de:
Vengan p'acá los abandonaos, los desgraciaícos, los maltrataos,
los desamparaos, los más entonaos.
 
(Ay, qué gustico llevando el compás.)

¡Cuidao, cuidao! con

los espabilaos, los disfrazaos, los aprovechaos, los encapuchaos,
los embalsamaos, los encangrejaos que bailan p'atrás. 
A la calle, a la calle.
Ay, qué güeno que ya nos da el aire.

A la calle, a la calle, ay, qué güeno que ya empieza el baile.
Ni que decir tiene que qué razón tenías cuando nos cantabas “Qué es lo que pasó”. Más que nunca “hay que avanzar al galope”. Ahora, Carlos, te escuchamos nuevamente. Y te echamos más de menos que nunca: tu voz y tu mensaje. Aunque siento que más que nunca estaríamos decepcionándote... Tu luz es tu música, tus letras...



Cuando piensas que todo ya pasó, que nada hay que temer, entonces salta la mosca y de sopetón te baja de las nubes a la tierra.Ay, el frío... Regresas a la ciudad, de pronto llueven gusanos como cuerdas que te atan de pies y manos y te aburren las ideas. Ay, la imaginación... ¡qué difícil!, ¡qué dificil!...
Y luego viene el cansancio y el hastío de los muertos que andan. Ay, el frío... ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que pasa aquí? Hay que avanzar, hay que avanzar. Pero vamos, digo yo, me parece que algo pasa,que algo se esconde detrás de tanta firma ilegible,que las cosas son como son, no como parecen ser. Ay, el frío... No quiero estar más atado a los que nadan y guardan la ropa.Yo no comparto la espera ni el milagro que no lleve mi esfuerzo.
Por eso pongo al servicio del hombre la imaginación y llevo por los caminos este canto de esperanza y de fuerza. Ay, el frío... ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que pasa aquí? Hay que avanzar al galope. 

jueves, 17 de mayo de 2012

La muerte de Carlos Fuentes




Muere el hombre, nace el mito. Le está ocurriendo a Carlos Fuentes, que está siendo parido ­en México, en Buenos Aires, en Santiago de Chile, en Barcelona, para que su palabra permanezca en la incertidumbre de cada día. Pienso en él, lejano, una tarde en Valladolid, en ese corazón de la “Terra nostra”, convenciendo a quienes estábamos por oírle de que lenguaje e identidad son uno. De que si hablamos una lengua “impura”, una lengua de mestizajes y migraciones, de invasores y de invadidos, de árabes, aztecas y cristianos viejos, es porque “somos” esa misma diversidad, un cruce de vientos, océanos y orillas, ajenos a toda raíz que conduzca a un sentimiento de nacionalismo, de xenofobia, de expropiación. Y ese “somos” de Carlos Fuentes comprende a ese ser en expansión que es, detrás de cualquier frontera, lo hispanohablante, lo indoamericano, lo castellano. Un Quijote cabalgando en América, un gringo viejo en El Escorial, un Martín Fierro cruzando Europa, Atahualpa en Nueva York.

Pienso en aquella tarde, en “Terra nostra” –su novela fundacional y fundamental, con tanto que ver con su visión del mundo–, en él como antítesis de Artemio Cruz, en él como Laura Díaz, en su refinada pose, en la bonhomía de un hombre que creyó en el valor de la palabra, la razón de la música y en la verdad de las cosas. Si algún día fue aquello que Paz le reprochó –“apologista de tiranos”– por su simpatía cubana, siempre la supo diferenciar de su rechazo castrista. Porque Fuentes, como sus novelas, era un pensador obsesionado con todo aquello que veía más allá de su bigote siempre cano, contra todo lo que hacía que el “somos” se fuera cada día transformando en una guerra de tús frente a yos, contra el destino divergente de una América que amaba y vivía, contra todo aquello que significaba olvidar la memoria y evitar la imaginación. Nunca quiso conformarse con el mundo como lo veía: soñaba con cambiarlo, escribió para cambiarlo, habló para cambiarlo.

Quisó diseccionar México en unas cuantas novelas, vivió el “boom” y encontró su voz integradora entre “Gabo” y Vargitas, reprobó al Octavio Paz en Adán en Edén como “mezquino cacique cultural” o lamentó no haberse logrado imbuir de la narrativa póstuma de Roberto Bolaño. Carlos Fuentes era así: coherente con sus gustos; pertinaz con sus ideas, nunca evitaba un pulso. A la vez, era un pacificador constante, pero nunca ofreció la derrota de callarse. Pienso, en su maestría literaria –temprana, cansada ya en las últimas novelas– y creo, con todo lo dicho, que tenía aún más valor como pensador de lo contemporáneo, como adalid de la lengua, como conferenciante espléndido, como intelectual del sentido común. Como un escritor, culto y honorable, que va por ahí –ahora que nace un mito– mirando al mundo con timidez, pero describiéndolo con saña. Y viviéndolo con pasión. Un humanista genuino que escribió: “Nada está a salvo del destino. Nunca admires al poder, ni odies al enemigo, ni desprecies al que sufre”.

lunes, 23 de abril de 2012

Una fiesta de la lectura



En contextos de crisis, la literatura nos da otro lugar, otro tiempo, otra lengua, una respiración. Es la apertura de un espacio que permite la ensoñación, el pensamiento, y que da origen a las experiencias. La literatura es necesaria, más que nunca. Y no sólo como evasión, sino como aprendizaje, como travesía, como conocimiento  o como placer.

¿Cuál es el libro que lee Hamlet  cuando entra en escena, en el segundo acto? A la pregunta de Polonio, contesta: “Palabras, palabras, palabras”,  evadiéndonos título o autor. Pero esas “palabras, palabras, palabras” consiguen en Hamlet lo mismo que en Don Quijote, consiguen “algo” en el lector, están cambiándonos, están descubriéndonos un nuevo horizonte, están mostrándonos un nuevo camino.

Al novelista Kiko Amat le gusta decir que “leer es saber que estás vivo cuando lo estabas olvidando”. Otro narrador, esta vez colombiano, Héctor Abad Facio-lince, afirma que “hay dos maneras de sentir con gran intensidad: viviendo y leyendo. Y esas dos experiencias, además, se retroalimentan: cuanto más se ha vivido, con más hondura se lee, cuanto más se lee, con más intensidad se vive”.

Por todo ello:  leer en cierto modo permite superar el demonio de lo inesperado, encontrar en la figura de la madre testimonios de superación, descubrir nuevas aventuras vitales, refugiarse en la fidelidad del amor, imaginar otra realidad que nos envuelva, examinar el grotesco mundo del dinero o comprender a la multitud desde la soledad.


Por ello celebramos este Día del Libro y del Derecho de Autor. Por ello, la Unesco nos invita a movilizarnos en torno al libro. “Rollo de papiro o códice, manuscrito, impreso o tableta digital, el libro ha cambiado cientos de veces de apariencia –afirma la directora general de la UNESCO, Irina Bokova para hoy–. Pero sea cual sea el medio empleado, el libro materializa las ideas y los valores que los hombres y mujeres consideran dignos de transmitirse. Es un valioso instrumento de intercambio del saber, de entendimiento mutuo y de apertura a los demás y al mundo”.

Es lo que dice su mensaje para un día como hoy. Para un día que surge como apoyo a quienes viven del libro y lo hacen vivir. Autores, libreros, editores, distribuidores… y lectores. Necesitamos lectores. Necesitamos libros. Para saber vivir en sociedades interculturales, mestizas y globales. Lo reivindicamos el día que murió Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso. Y permítanme que les cuente algo de él.

Hijo de un capitán extremeño que llegó al Perú con Francisco Pizarro y una nieta de Túpac Yupanqui, antepenúltimo emperador inca. Bautizado como Gómez Suárez de Figueroa, en memoria de uno de sus abuelos, el Inca Garcilaso –al que el copia y pega, la ignorancia galopante, confunde continuamente con Garcilaso de la Vega– nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539. Y murió el 1616 en Córdoba.

De él se dice que es el "primer mestizo biológico y espiritual de América". Es también el primer mestizo de nuestra literatura. Sus crónicas incas y renacentistas, sus Comentarios reales, aún se leen como ejemplo del primer novelista (historia ficción, al fin y al cabo) que “encarna la alteridad, lo diferente” y escribe desde ello.

Y eso es lo que nos da el libro, ayer y hoy. El testimonio. La imaginación. Los sueños. De todos aquellos “otros”, reales o ficticios, que hoy viven en nosotros. Para hacernos vivir más y mejor.

Muchas gracias

PD Texto leído en la inauguración de la Fiesta de la Lctura de la Librería Navarro y el Ateneo de Chiclana. Muchas gracias a ambos por la invitación a inaugurar esta Fiesta de la Lectura.

viernes, 7 de octubre de 2011

Una cuestión de velocidad. A Félix Romeo. In Memoriam

El escritor en una calle de Zaragoza- (EL HERALDO)
A veces ya esta dicho todo. O casi. Y uno tan sólo llega para declamar un poco más alto lo ya escrito. Me pasa esta tarde mientras leo acerca de la muerte temprana de Félix Romeo (Zaragoza, 1968) de un ataque al corazón. En este instante, somos ya –y hablo desde una voz ciudadana, casi como un narrador omnisciente y colectivo– más incultos, más sumisos, más individualistas. Y también menos agitadores, menos lúcidos, menos individuos. Sin Félix somos todos un poco menos.

Elsa Fernández Santos lo ha definido como “abrumadoramente culto, lector voraz, cinéfilo compulsivo, poeta, articulista, agitador cultural, actor ocasional y uno de los más brillantes ensayistas literarios de los últimos tiempos”. Nada que añadir a una certera radiografía de un hombre inmensamente –y humildemente- inteligente. Romeo publicó tan sólo dos  novelas (Dibujos animados, Discotèque), “pero dejó su fértil pensamiento en decenas de artículos, charlas y entrevistas en las que afloraba toda su energía y sabiduría”.

Jamás pasó inadvertido. Ni quería ni podía. Así era su sorprendente vitalidad. Fue insumiso –y condenado por ello– cuando había que serlo, director del programa cultural La Mandrágora y autor de una novela tan estupenda como Dibujos animados (1995), con la que irrumpió en una escena literaria en la que le miraban de reojo porque nunca se casó con la mediocridad ni lo políticamente correcto.
Estas cosas pueden que se digan cuando ya se ha ido. Pero desde la barrera de la crítica y la prensa especializada, de la edición y la cultura, Romeo siempre causaba respeto por su osadía y su inmensa sabiduría. Eran tan grande que dedico todo un intenso libro entre las memorias novelada y el canto fúnebre, Amarillo, para tratar de comprender el suicidio de su amigo el escritor Chusé Izuel.
 No quiero ahondar en la necrológica, tan sólo quiero despedirle con una cita de Dibujos animados que siempre lleve conmigo: 
“Ahí estaba la vida. Una cuestión de velocidad. Uno podía estar horas y horas esperando que Coyote continuara con un plan y Correcaminos sufriera un descalabro”.