JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Un fabulador del lenguaje. Un creador de mundos literarios, de personajes ficticios que recorren la memoria del mundo. Ese es Álvaro Mutis (Colombia, 1923). La poética de una narrativa inteligente y emocional.
Su poesía, su narrativa, recoge la filosofía –y las aventuras– de uno de los protagonistas más importantes de las letras hispánicas del siglo XX: Maqroll el Gaviero. Heredero de la gran literatura hispanoamericana.
Trotamundo de culturas, viajero de la memoria, enamorado de Pollensa, monárquico tradicionalista en la corte de Felipe II, gaditano presumido, conversador desbordante.
Novelista universal de hondas raíces poéticas, narrador de personajes trashumantes y lenguaje imaginativo, llevaba escribiendo desde 1947. Ha muerto con 90 años. Requiem por Maqroll.
En 1953, con Los elementos del desastre, apareció el personaje que le otorgó el buen nombre, la fama y el don de los grandes. No volvió a aparecer hasta 30 años después. El Gaviero era una catedral sumergida.
Maqroll era –es–, simplemente, el viajero que cabalgó en la imaginación, en la memoria y en las obsesiones de Álvaro Mutis, recorre los siete mares y todos los mundos desde la gavia de sus paraísos perdidos, arrastra a miles de lectores y enhebra gran parte de la aventura literaria de este escritor irreversible.
Inmortal como Maqroll, protagonista de siete novelas, de ocho libros de poesía, ya imprescindible en las letras de aquí y de allá. Maqroll, su Ulises. El Ulises del siglo XX en busca de Ítaca.
En La nieve del almirante, Maqroll se aleja del mar y trabaja en una posada de montaña. Ahí deja, escritas en un muro, una colección de sentencias que se resume en ésta: “Sigue a los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. Evita hasta el más humilde fondeadero. Niega toda orilla”.
Lo escribió hace mucho David Gistau: “La vocación errante, la soledad esteparia, la burla escéptica, la huida, la habilidad con el revólver si viene al caso, todo eso es Maqroll, personaje capaz de prolongar también al lector más allá de su propia inmediatez, de su propia ceguera de prisionero doméstico”.
«Es un personaje creado con imaginación, pero es independiente de mí –reconoció Mutis–. Él lleva hasta el último extremo experiencias que he tenido en mi vida y que no me he atrevido a llevarlas hasta donde él las lleva. Él es otra persona, pero me acompañará toda la vida, aunque da mucha lata, una lata terrible».
Mutis encarnaba, en sí mismo, una vida cervantina, “un entrañable, conmovedor y doloroso ejemplo de lo que es el destino humano». Y esa era su descripción de las desventuras del Manco de Lepanto.
Mutis, como Cervantes, es un exiliado de sí mismo: infancia en Bruselas, regreso fortuito a Colombia tras la muerte temprana de su padre, inmersión en los trópicos, embarcado en mil trabajos que le llevaron por el mundo con su charlatanería y pinta de bonachón.
Al autor de «El Quijote» le unen, incluso, turbios asuntos de «manejo caprichoso y romántico» de fondos de la ESSO -la petrolera colombiana en la que trabajó de 1954-, que acabó con su huida a México y, sin poder zafarse de la justicia, dieciséis meses de cárcel en los que descubrió la condición humana.
La que tuvo esos otros personajes devotos: San Luis, rey de Francia; Napoleón, Felipe II. O esos otros personajes abrumadores, a la sombra de Maqroll: Ylona, Flor Estévez, «Wita», Ibn Bashur...
En ambos, Mutis y Maqroll, existe un desencanto nacido de la certeza de la muerte, de una orfandad ante lo irremediable. Para Maqroll, como a su hacedor, solo la poesía, la escritura, palia la fugacidad, evita que todo sea en vano.
Podría elegir cualquier poema de ese poemario prodigioso que el Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía 1948-1988 (Visor), tan releído. Pero quería despedirle con esa "Oración de Maqroll", que hoy es –así la entono– la "Oración de Mutis":
ORACIÓN DE MAQROLL
Tu as marché par les rues de chairRené Crevel, Babylone
No está aquí completa la oración de Maqroll el Gaviero.
Hemos reunido sólo algunas de sus partes más salientes,
cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos como antídoto
eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada.
Decía Maqroll el Gaviero:
¡Señor, persigue a los adoradores de la blanda serpiente!
Haz que todos conciban mi cuerpo como una fuente inagotable de tu infamia.
Señor, seca los pozos que hay en mitad del mar donde los peces copulan sin lograr reproducirse.
Lava los patios de los cuarteles y vigila los negros pecados del centinela. Engendra, Señor, en los caballos la ira de tus palabras y el dolor de viejas mujeres sin piedad.
Desarticula las muñecas.
Ilumina el dormitorio del payaso, ¡Oh, Señor!
¿Por qué infundes esa impúdica sonrisa de placer a la esfinge de trapo que predica en las salas de espera?
¿Por qué quitaste a los ciegos su bastón con el cual rasgaban la densa felpa de deseo que los acosa y sorprende en las tinieblas?
¿Por qué impides a la selva entrar en los parques y devorar los caminos de arena transitados por los incestuosos, los rezagados amantes, en las tardes de fiesta?
Con tu barba de asirio y tus callosas manos, preside ¡Oh, fecundísimo! la bendición de las piscinas públicas y el subsecuente baño de los adolescentes sin pecado.
¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento.
Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro.
Amén.