lunes, 22 de abril de 2013

García Gutiérrez, doscientos años después




JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Antonio García Gutiérrez (Chiclana, 5 de julio de 1813-Madrid, 26 de agosto de 1884) no fue sólo un famoso autor dramático, sino un ejemplo del ideal y vida romántica. Un hombre, un poeta, que en sí mismo representó como pocos el siglo XIX español. Más allá de que llevara el drama romántico a su máxima expresión de belleza lírica, estructura teatral y compromiso político, García Gutiérrez encarnó la misma modernidad que su teatro propugnaba.

El poeta de Chiclana era ya en 1836, con solo 22 años, el indudable referente del Romanticismo español, junto al Duque de Rivas y José Zorrilla. En ese año, el 1 de marzo, protagonizó uno de los estrenos más asombrosos del teatro contemporáneo: El Trovador, en el que un público entusiasmado al grito de “¡El autor, el autor!” obligó a saludar al joven dramaturgo –por entonces soldado en las milicias de Mendizábal– desde el proscenio. Era la primera vez que sucedía en España, inaugurando una costumbre que aún permanece. 

Aún en 1880, ya en el declive de su salud y de su trayectoria dramática, García Gutiérrez seguía representando el ímpetu romántico y liberal –aunque se había ido atemperando– cuando en el ya Teatro Español se le homenajea como “gloria de la literatura española”. Sin duda lo era. Y lo sigue siendo, aunque permanezca en un estado de “semiolvido” que en el Bicentenario de su nacimiento tenemos la obligación de rescatar. 

Apunte manuscrito de la versión de El Trovador de 1850

Insuperable poeta dramático, su obra va mucho más de El trovador y Simón Bocanegra, sus dos grandes éxitos convertidos en famosas óperas por Giussepe Verdi y aún representadas alrededor de todo el mundo. García Gutiérrez escribió más de 90 libretos, entre dramas –la gran mayoría en verso y algunos de triunfal estreno como Venganza catalana o Doña Urraca de Castilla–, comedias y zarzuelas, además de varios poemarios e innumerables versos publicados en la prensa periódica. Hasta su muerte en 1884, fue considerado, entre ellos por el mismísimo Mariano José de Larra, entre los más grandes autores españoles. 

Fue, sin embargo, mucho más que un escritor, aspecto sobre el que no se ha profundizado como se debería: traductor que introdujo el romanticismo francés en España, periodista en México y Cuba, cónsul en Génova y Bayona, comisario de la Deuda Española en Londres, miembro de la Real Academia Española, director del Museo Arqueológico Nacional, jefe del Cuerpo de Bibliotecarios, Archiveros y Anticuarios del Ministerio de Fomento, caballero de la Orden de Isabel la Católica… y un liberal convencido. Muy popular, fue, junto a Zorrilla y Espronceda, el poeta más recitado de la segunda mitad del siglo XIX. Y, sin duda, un andaluz universal.

martes, 9 de abril de 2013

Y José Luis Sampedro se fue con "La vieja sirena"




JUAN CARLOS RODRÍGUEZ
Ha muerto José Luis Sampedro. Y rompo este silencio de meses, para despedirle con honores, revuelto si cabe porque en los papeles y las pantallas se le loa como un estandarte, como un indignado, como un economista, como un intelectual del desencanto. Lo era, lo seguirá siendo. Pero, aún apreciando su humanismo y su rebeldía, quiero decirle adiós al novelista. 

Sí, Sampedro era amplio, poliédrico e icónico, pero para mí –para ese lector juvenil que aún soy de vez en cuando– se va el mago, esa voz legendaria, ese genio capaz de atravesar el tiempo y la literatura de “La vieja sirena” (1990).

Ese portentoso narrador del alma y sus alegrías, de sus quebrantos y miserias, de su amor inextinguible. Ese maravilloso trovador de la valentía, de la justicia, del amor que aún es Glauka con sus ojos verdes, personaje inolvidable y sustancial de la novela española del siglo XX. Esa Glauka, sirena entre los siglos, que es la humanidad misma, inocente, que aprende y se corrompe al mezclarse con los hombres, con los humanos, con sus ambiciones, con su afán de poder y de poseer, con su miedo a la muerte... y a la vida.





Glauka, como Krito, es sabiduría y sensualidad, nostalgia y felicidad nunca ausente de dolor. Pasaron los años, y “La vieja sirena” nunca se ha ido. Ni ahora que creo que Sampedro se reencarnará en algún lugar como Glauka. O estará junto a ella.

Porque puede que lo haga en Salvatore Roncone, su otro gran personaje, el protagonista de “La sonrisa etrusca” (1985), esa otra gran novela –misericorde, lúcida, sentimental– en el haber de Sampedro. Imprescindible, por supuesto. Con ella y con “La vieja sirena”, dicho ya queda, me hubiera bastado rendir honores a José Luis Sampedro, escritor, novelista y nostálgico.

Este mismo Sampedro que es Malvina, el caballero D’Eon, Ernesto Ribalta y hasta el dios Narciso en “Real sitio” (1993), la novela con la que cerró esa trilogía que denominó “Los círculos de los tiempos”, que inauguró con “Octubre, octubre” (1981), retrato eficaz de un tiempo que no acaba de irse y prosiguió con “La vieja sirena”, insuperable testimonio de todo lo que Sampedro es y será.