lunes, 26 de enero de 2015

Magistral Cabrera, hombre de fe y ciencia / Laurel y rosas (27)

Retrato del Magistral Cabrera expuesto en el Museo de la Catedral de Cádiz.


JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

A pesar de los esfuerzos de antaño y de ahora, hay figura esenciales en la historia de Chiclana que pasan de puntillas. Uno de ellos es quizás el más ilustre sabio nacido entre nosotros: Antonio Cabrera y Corro (1763-1827), que, entre el corolario amplísimo de responsabilidades civiles -Interventor de Hacienda, Comisario de Guerra, Examinador Sindical y Profesor-, ha quedado para la historia como "canónigo magistral" de la Catedral de Cádiz, cargo que obtuvo en oposición a José María Blanco White, aunque "el Cabildo había hecho ya su elección -afirma el escritor y sacerdote sevillano en su autobiografía- antes de convocarlas, según sabía muy bien el candidato triunfador". No le faltaban méritos sin embargo a don Antonio. Ahí está esa referencia afortunada que es la biografía de Paz Martín Ferrero, "El Magistral Cabrera, una naturalista ilustrado" (Diputación de Cádiz-Ayuntamiento de Chiclana, 1997), que, particularmente, nos abrió -con la necesaria profundidad- el conocimiento de entre quien mejor luce entre los hijos de esta ciudad ese adjetivo notorio, distinguido y distintivo que es "insigne". Si hoy la figura del Magistral Cabrera sigue siendo una referencia actualísima es como botánico, aún como ictiólogo, pero indudablemente como ficólogo, es decir, como verdadero precursor del estudio de las algas. En el Real Jardín Botánico de Madrid existe aún un "herbario" enviado por Cabrera con especies de la marisma de Chiclana a Sancti Petri. Entre ellas, como simple curiosidad, una conocida como "Suhria vittata", rarísima en cuanto es habitual solo en los mares fríos del Hesmiferio Sur. 

En la exposición "Vox Clamantis" se pudo ver un ejemplar del libro "Breve noticia histórica del ficólogo español D. Antonio Cabrera" (1925), escrito por Luis Pardo, gentilmente cedido por el director del Archivo Diocesano del Obispado de Cádiz y Ceuta, el padre Luis Palomino Millán. Ese libro -en el que se incluye una lámina con una imagen de un retrato del Magistral Cabrera existente entonces en la Iglesia Mayor de San Juan Bautista y lamentablemente desaparecido- ha dado pie a que, de una vez, podamos saldar una deuda pendiente con el padre Palomino Millán, que es quién mejor conoce la figura extraordinaria del Magistral Cabrera, del que ha dado en los últimos años sugerentes conferencias destacando el notable papel del sacerdote chiclanero en el Cádiz de las Cortes, en donde jugó una gran influencia. Predicó, por ejemplo, en el Te Deum que se celebró en la Iglesia del Carmen tras la jura del texto constitucional. Ramón Solis recogió un anónimo "Soneto a la Constitución" que deja muy claro el papel preponderante del Magistral Cabrera, y en sus tres últimos versos afirma: "Tus leyes regirán la edad postrera/ si hay ministros del culto santo y puro/ como el insigne magistral Cabrera".




Evidentemente, en la apertura al culto de la Iglesia Mayor de San Juan Bautista la presencia -y el protagonismo- del ilustre magistral era inevitable: "El día del Sr. San Juan Bautista, Patrono del pueblo y titular de la iglesia, cantó el Sr. Vicario capitular de la ciudad de Cádiz, D. Mariano Martín de Esperanza, la primera misa y en ella predicó el Magistral D. Antonio Cabrera natural de esta villa", como se lee en el Libro de bautismos nº 41. Aunque nacido en la calle Jardines, Cabrera creció muy cerca de la Iglesia Mayor, en lo que eran las Cuatro Esquinas -según Jesús Romero Montalbán no era la que ahora conocemos, sino justamente más abajo, en el cruce de Padre Añeto con Corredera, la antigua calle de los Mesones-, en donde su familia regentaba una panadería. El padre Palomino Millán no solo va a recrearnos su figura esencial, sino que también va a sorprendernos con sus revelaciones como hombre de ciencia. Pero el próximo viernes, 30 de enero, a las 20,30 horas, en la propia Iglesia Mayor de San Juan Bautista, el director del Archivo Diocesano también va a mostrarnos esa otra fama de hombre santo que hizo del Magistral un personaje "popular, querido, entregado, desprendido y dadivoso, afable y jocoso". 

Es cierto, como se ha escrito, que la cualidad más brillante del Magistral Cabrera no era ciertamente su talento, ni su sabiduría, ni su elocuencia, sino el constante ejercicio de las dos primeras virtudes cristianas: la humildad y la caridad. "Héroe de la caridad", lo llamó el agustino Domingo Peña de San José, primer Superior del convento de San Telmo en 1949, según nos ha alumbrado Romero Montalbán. En el libro "19 huellas" (Navarro Editorial, 2013) se lee un extraordinario relato escrito por Julián Mª Cano Villanueva, "Escultura para una encrucijada (Una mirada al Magistral Cabrera)". Ahí, don Antonio se encuentra con su ángel de la muerte, lo que fue su vida y su ejemplo; que a Cano Villanueva, en un íntimo colofón, le sirve para afirmar: "He comprendido que no se puede ser maestro de verdad si la sabiduría y la paz no inunda el espíritu de pies a cabeza".

http://www.diariodecadiz.es/article/opinion/1947070/magistral/cabrera/hombre/fe/y/ciencia.html

miércoles, 14 de enero de 2015

Vox Clamantis, arte e historia en la Iglesia Mayor de San Juan Bautista

Fragmento de "El conde de Maule y Antonio Pizano ante un paisaje de Chiclana". Franz Xavier Riedmayer.
Óleo sobre lienzo. 1806. Colección particular. Foto. Félix Alonso del Real

“El 10 de febrero de 1776 se abrieron los cimientos de esta iglesia parroquial del Sr. S. Juan Bautista, 
colocando la primera piedra D. Andrés del Barco, Canónigo lectoral de Cádiz, comisionado por el Ylmo. 
Sr. D. Fr. Tomás del Valle, Obispo de la diócesis”.
Lápida conmemorativa de primera misa celebrada el 24 de junio de 1814. Iglesia Mayor de San Juan Bautista.


JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Coordinador del II Centenario de la Iglesia Mayor

Doscientos años después de su apertura al culto –el 24 de junio de 1814–, la Iglesia Mayor de San Juan Bautista sigue siendo el edificio más emblemático de Chiclana. Su perfil y estampa neoclásica –junto al Arquillo del Reloj, la torre del antiguo Concejo que hoy le sirve de campanario– es visible desde cualquier punto de la ciudad y con la ermita de Santa Ana representa los dos grandes hitos de la arquitectura y de la religiosidad chiclanera.

          Su construcción fue iniciada por Torcuato Cayón de la Vega, inmediatamente después de que el arquitecto proyectara la ermita de Santa Ana. Cayón dibuja los primeros planos de la Iglesia Mayor entre 1774 y 1776, dando inicio a una épica historia en la que el hermoso templo nace como un singular proyecto arquitectónico del clero y de los ilustrados chiclaneros y gaditanos. La riqueza que en el último tercio del s. XVIII genera el comercio con América está íntimamente vinculada al ambicioso edificio que concibe Cayón y culmina su discípulo predilecto y ahijado, Torcuato José Benjumeda.

           Treinta y ocho años transcurren hasta la primera misa, pero el esplendor con el que Benjumeda rehace el proyecto inicial nunca verá al completo la luz. El edificio, erigido con piedras de La Barrosa y de la cantera del Jardal, va a quedarse para siempre incompleto. El fin del comercio de Indias, la independencias americanas y la invasión francesa imposibilitan la terminación de las obras: sin torres, sin la espléndida cúpula propuesta por Benjumeda, sin su fachada dedicada a San Juan Bautista encargada a Cosme Velázquez, sin los mármoles de jaspe negro que se incautaron los soldados napoleónicos.

          El templo, de medidas inusuales y extraordinaria presencia, simboliza el original neoclasicismo gaditano. Pero es mucho más: es testimonio de cómo una ciudad emerge de las ruinas y del fervor hacia San Juan Bautista, la voz que clama en el desierto –“Vox clamantis in deserto”–, el que habla sin ser escuchado. Un culto medieval que tiene su origen en los duques de Medina Sidonia, a los que pertenecía Chiclana, pero a lo largo de los siglos el “precursor”, el Mensajero de Cristo, es también “Patrón y Protector del pueblo por unanimidad”. Así lo reconoce el Papa Benedicto XV al declararlo en 1916 junto a la Virgen de los Remedios como Santos Patronos de Chiclana.

Vista parcial de la fachada de la Iglesia
Mayor. Foto: Pedro Leal Aragón

1. Una iglesia en el estilo neoclásico reinante en la Bahía de Cádiz
La construcción de la Iglesia Mayor es consecuencia del momento histórico que vive la provincia de Cádiz en el siglo XVIII, que es el Siglo de Oro de la Bahía. Chiclana, ante la ruina de la primitiva iglesia de San Juan Bautista –del siglo XVI–, construye un templo que sobrepasa la magnitud de la villa por el impulso del clero ilustrado. En ese momento de opulencia, los chiclaneros lo que quieren es hacer un monumento dedicado a Dios con el máximo esplendor que se podía y en el estilo reinante entonces, el Neoclásico. El nuevo templo ocupa el mismo solar de la antigua iglesia, que fue derribada una vez que al construirse en el año 1773 un panteón –cuyo proyecto se había encargado a Torcuato Cayón–, sus muros se resquebrajan. Es cuando se plantea hacer la nueva iglesia que ya demandaban el Concejo municipal y el propio Obispado de Cádiz, además de los comerciantes gaditanos que acuden a sus casas de recreo en Chiclana.

           No se han conservado la planta de la iglesia medieval ni ninguno de los planos de Cayón, afortunadamente sí los firmados por Torcuato Benjumeda en 1786 –plantas general, cortes longitudinal y transversal– y en 1805, cuando firma sus “pensamientos” para los altares que envía a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. “Se está haciendo una Iglesia Parroquial, que es la única, con proporción al pueblo, y la dirige el arquitecto don Torcuato Benjumeda, quien ya ha dado pruebas de que sigue el buen camino del Arte”, que escribe en 1794 Antonio Ponz en su célebre Viaje de España [Tomo XVIII. Pág. 44-45].

Torcuato Cayón de la Vega. Anónimo. Óleo sobrelienzo. s. XVIII. Catedral de Cádiz.

2. Benjumeda, arquitecto y vecino de Chiclana
Torcuato Benjumeda tuvo una íntima vinculación con Chiclana. Aquí, en este mismo edificio –hoy sede del Museo de Chiclana– vivió, propiedad entonces de su suegro, Manuel Martínez de Pinillos, quien también perteneció a la Junta de Obras de la Iglesia Mayor en 1813. La fachada que aún vemos en este museo es posiblemente obra suya, aunque está atribuida a Miguel de Olivares. Y aquí, en la cercana iglesia de San Martín –hoy desaparecida–, también se casó. Todo esto da una idea de lo que para él significaba, del anhelo que puso en el nuevo templo, de cuyas obras estuvo al frente 42 años.

          La iglesia Mayor fue su gran obra cumbre, pero también le supuso grandes quebraderos de cabeza. En 1824 sabemos que presentó cuatro proyectos para ultimar el revestimiento de su cúpula: con ladrillos sevillanos, azulejos de Valencia, chapas de zinc o de plomo, aprobándose finalmente la primera solución. Además, no cobró gran parte de sus trabajos. Al morir, en 1836, su hijo Francisco de Paula perdonó la deuda a la Junta de Obras a cambio de que se dijeran misas en su memoria.

El arquitecto Torcuato Benjumeda. Juan Rodríguez “El
Panadero”
. Óleo sobre lienzo. 1800-1830. Museo de Cádiz.

3. Testimonio del esplendor y ruina del comercio gaditano
En la nueva iglesia, además del esplendor del siglo XVIII, también se va a reflejar la ruina de los primeros años del XIX, cuando Cádiz deja de detentar el monopolio con Indias y comienzan a independizarse, a partir de 1797, las colonias americanas. La batalla de Trafalgar (1805) y la invasión francesa durante la guerra de la Independencia (1810-1812) va a provocar, unidas a la crisis comercial, el periodo más dramático en la historia de Chiclana. La Iglesia Mayor servirá de cuartel de artillería y caballerizas de las tropas napoleónicas en pleno asedio a Cádiz y a la Isla de León. 

          Tras la marcha de los franceses, la Junta de Obras, reconstituida en febrero de 1813, decide emprender la tarea de abrir por fin la iglesia al culto gracias al empuje –y aportación económica– de dos ricos comerciantes, el chiclanero Antonio Pizano Fernández y el chileno Nicolás de la Cruz Bahamonde, Conde de Maule. El Archivo Parroquial conserva hoy parte del extraordinario patrimonio documental de la antigua Iglesia de San Juan Bautista: libros de bautismos –el primero, de 1537–, matrimonios y enterramientos desde el siglo XVI. Muchos de ellos se copiaron entre 1775 y 1776. Posee, además, la documentación de las Juntas de Obras desde 1787. “La iglesia parroquial es de bella arquitectura –escribió Nicolás de la Cruz, Conde de Maule, en su Viaje de España, Francia e Italia–. La portada tiene dos cuerpos, cada uno con cuatro columnas pareadas de orden compuesto. En la parte superior, en el frontis, se ven dos genios sosteniendo un escudo”.

Vista interior cortada por la línea A. B. a lo largo del plano
de la Iglesia Parroquial de la Villa de Chiclana de la Frontera.
Torcuato José Benjumeda. Plano. Julio, 1786. Colección Solís.

4. Testigos del templo y villa de Chiclana
Muchos son los personajes eclesiásticos vinculados a la historia de la actual Iglesia Mayor, como el canónigo magistral de la Catedral de Cádiz, el sabio botánico Antonio Cabrera y Corro –nacido en Chiclana en 1762–, que predicó en la primera misa inaugural el 24 de junio de 1814 y tuvo importante cargos religiosos y civiles en el Cádiz doceañista. Entre ellos, habría que destacar a dos insignes obispos de la diócesis de Cádiz, que mantenían en Chiclana casa de recreo, como era habitual desde que en el siglo XV ya lo hiciera el obispo Gonzalo de Venegas. Uno es Fray Félix María de Arriete y Llano (1811-1879), quien presidió la consagración de la Iglesia de San Juan Bautista en 1847 y trasladó oficialmente a la Villa su residencia –a la desaparecida Casa del Obispo–, meses antes de su muerte, cuando renuncia a la sede gaditana. Fue enterrado en la propia Iglesia Mayor y luego trasladado a la catedral de Cádiz. El otro, José María Rancés y Villanueva (1842-1917), residió en la casa de don José del Retortillo, en la plaza a la que hoy da nombre.

         Solo un obispo permanece enterrado en la Iglesia Mayor. Su tumba ocupa el crucero bajo un epitafio que le oculta como “Pedro José/ Obispo Pecador”. Aunque gaditano, Pedro José Chaves de la Rosa fue rector de la Universidad de Osuna, obispo de Arequipa (Perú) y nombrado en 1813 Pro-Capellán de Palacio, Limosnero Mayor del Rey y Patriarca de las Indias, aunque Fernando VII, al volver de Francia, rechaza su nombramiento, ordenando su destierro a Chiclana, donde ya había residido desde su vuelta de América. Destacan también sacerdotes chiclaneros fundamentales en el paso del siglo XIX al XX, como los piadosos Francisco de Paula Fernández-Caro Pareja y Manuel Añeto Guijarro. Además del padre Fernando Salado Olmedo, que presidió la conmemoración de I Centenario de la Iglesia Mayor.

Libro de bautismos nº 5. Portada Ilustrada. Manuscrito. 1745 [Copia del original de 1552-1558]. Archivo
Parroquial. Iglesia Mayor de San Juan Bautista.

5. Un legado arquitectónico y patrimonial vivo
La Iglesia Mayor es una obra inacabada. El templo se abre al culto con una cúpula provisional de madera, que años después se construye con menores proporciones y materiales muy pobres, y sin su linterna, nada que ver con el esplendor imaginado por Benjumeda. Los altares dibujados por el arquitecto tampoco se pueden construir en mármol, sino que se realizan también en madera policromada. Décadas más adelante se reconstruirán inspirándose en los modelos de 1805. No se pueden rematar las torres ni se puede concluir la serie escultórica prevista en la fachada, con un San Juan Bautista como imagen titular, para la que se había contratado a Cosme Velázquez. 

          El famoso escultor academicista tan solo pudo erigir el conjunto heráldico del frontón. Entre los daños causados por el ejército napoleónico, se incluye el expolio de los mármoles labrados para el altar mayor y para el podio de los pilares. Pero, a pesar de todo, la Iglesia Mayor ha podido conservar testimonios de su historia artística y eclesiástica –como la rica orfebrería y ornamentos litúrgicos de los siglos XVIII y XIX–, que es un legado patrimonial aún en uso y, por tanto, vivo.



6. El año 1814 y el resurgir económico de Chiclana
La inauguración de la Iglesia Mayor tiene lugar el 24 de junio de 1814, cuando se dice en ella la primera misa. Esa ceremonia de apertura al culto del templo dedicado a San Juan Bautista no solo pone fin a un largo periodo de infortunios y pesares económicos, sino que también simboliza el renacer de Chiclana. Ningún momento histórico tiene la significación que este año de 1814. La fecha tiene la mayor de las importancias. Tanto en lo espiritual como en lo arquitectónico, por lo que significó abrir al culto una Iglesia Mayor que, aunque se terminó como bien se pudo, aún hoy es, sin duda, la construcción más importante de su historia.

           “El día 23 de Junio de 1814 se trasladó la Majestad de Nuestro Dios a la nueva parroquia del Sr. San Juan Bautista de la iglesia de San Martín que estuvo sirviendo de parroquia desde el día 3 de octubre de 1778”, se puede leer en el Libro de entierros nº 14 [Folio 290. 1814-1817], conservado en el Archivo Parroquial de la Iglesia Mayor de San Juan Bautista. Nunca el pueblo chiclanero –y su clero– pusieron tanto anhelo en una obra de tanta envergadura como ésta.

           La nueva iglesia simboliza, además, la íntima vinculación de Chiclana con la capital gaditana, con su arquitectura y con su economía. Seguirá siendo, por supuesto, ciudad de recreo de las familias ricas de Cádiz. En lo económico y en lo social, es también el año en el que de nuevo se pudo comenzar a labrar las tierras o a reponerse las viñas, aunque desaparecieron para siempre los olivares.

San Juan Bautista. Franz Xavier Riedmayer. Óleo
sobre lienzo. 1817. Iglesia Mayor de San Juan Bautista

7. ¿Por qué San Juan Bautista?
La tradición nos dice que el templo principal de un municipio suele estar dedicado a su santo patrón. En muchas ciudades el patronazgo, además, está vinculado a una aparición o plegaria satisfecha, como es el caso de la Virgen de los Remedios. Pero, ¿por qué San Juan Bautista? Para identificar el origen del culto al “Precursor” en Chiclana debemos remontarnos al siglo XVI. Encontramos la primera referencia a la primitiva iglesia de “Sant Juan” en la Crónica de Pedro de Medina (1561), aunque también habla de una pequeña iglesia anterior dedicada a San Martín. Es muy probable que, al aumentar la población de la entonces aldea, el Duque de Medina Sidonia, señor de la villa de Chiclana, contribuyese con la edificación de una iglesia más digna. La titularidad de San Juan Bautista podría deberse a la onomástica habitual de la Casa de Medina Sidonia, cuyos duques alternaban con frecuencia el nombre de Alonso y Juan Alonso. Entre 1445 y 1615 se sucedieron hasta cuatro duques con el nombre de Juan. 

          La iglesia primitiva se construyó durante el gobierno del VI Duque de Medina Sidonia, Juan Alonso Pérez de Guzmán y Zúñiga –casado con Ana de Aragón y Gurrea, nieta del rey Fernando el Católico–, familiar directo de Antonio de Zúñiga y Guzmán (1480-1533), prior de la Orden de San Juan de Jerusalén (posteriormente Orden de Malta), el cual, a su vez, era nieto del primer Duque de Medina Sidonia, Juan Alonso de Guzmán. La duquesa Ana de Aragón mandó construir en Chiclana las ermitas de Santa Ana y San Sebastián. Y ella fue quien, probablemente, decidiera en honor de su esposo la advocación de San Juan Bautista a la primera parroquia de la villa de Chiclana.

          El Libro de bautismos nº 41 [1810-1816. Folio 155] del Archivo Parroquial recoge cómo “el día del Sr. San Juan Bautista, Patrono del pueblo y titular de la iglesia, cantó el Sr. Vicario capitular de la ciudad de Cádiz, D. Mariano Martín de Esperanza, la primera misa y en ella predicó el Magistral D. Antonio Cabrera natural de esta villa”. La crónica la escribe el párroco Nicolás Martínez, sin embargo es en el Libro de entierros nº 14 [1814-1817. Folio 290], donde otro sacerdote, Montero de Espinosa según firma, anota la “inscripción que se ha de poner en la puerta de la Iglesia”, pendiente aún desde hace doscientos años:

A JESUCRISTO
DIOS UNO Y VERDADERO
BAJO LA TUTELA DEL
PRECURSOR
FUE DEDICADO ESTE TEMPLO
VENCIDO LOS FRANCESES
REINANDO EL REY
FERNANDO VII
EN EL AÑO DEL SEÑOR
MDCCCXlV.



* Texto incluido en el catálogo de la exposición "Vox Clamantis. Arte e historia en la Iglesia Mayor de San Juan Bautista. 1814-2014", editado por el Ayuntamiento de Chiclana, dentro de los actos del II Centenario de la Iglesia Mayor de San Juan Bautista. © Ayuntamiento de Chiclana. Todas las imágenes incluidas en este artículo pertenecen al catálogo de la exposición. 

** Este texto se ha escrito con la contribución y la colaboración inestimable de Jesús Romero Montalbán y Carmen Arias Guerrero, a los que agradezco todas sus aportaciones y sabiduría.  

Más información: http://www.museodechiclana.es/es/voxclamantis

domingo, 11 de enero de 2015

Una travesía espiritual / Laurel y rosas (26)

Vista de la sala 2 de la exposición "Vox Clamantis" en el Museo de Chiclana. Foto: Félix Alonso del Real

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

Hoy cierra al público en el Museo de Chiclana la exposición “Vox Clamantis. Arte e historia en la Iglesia de San Juan Bautista. 1814-2014”, acto nuclear de la conmemoración del II Centenario del templo erigido por los arquitectos Torcuato Cayón y Torcuato Benjumeda. La muestra, inaugurada el 6 de noviembre, ha culminado el aumento en un 30 por ciento del número de visitantes del museo de la Casa Briones, que a lo largo de 2014 han sumado 10.350 visitantes. Más de 1.700 de ellos han acudido a ver esta exposición, de la que el Ayuntamiento de Chiclana, junto con la complicidad de las empresas locales –Hierros Montalbán y Sánchez, Transportes Belizón y Rodríguez y Clínica Novo Sancti Petri– han permitido publicar un catálogo de 48 páginas que ahonda en las razones de una conmemoración que, ante todo, ha querido ser, como afirma en el mismo el padre Francisco José Aragón Calderón, “un monumento espiritual”. Con textos, además, del alcalde, Ernesto Marín; el catedrático de Historia del Arte Teodoro Falcón Márquez; el investigador Jesús Romero Montalbán –comisario del II Centenario–; la restauradora Carmen Arias Guerrero, y el que suscribe, pienso que, modestamente, el catálogo queda como un imprescindible testimonio para que, ahora que toca la despedida de la exposición, permanezca como una publicación que nos permita “reflexionar sobre la Iglesia Mayor desde diferentes ópticas: como monumento artístico, como lugar de culto religioso y como ejemplo de obra colectiva y participativa”, que escribe Carmen Arias.

          Las fotografías de Félix Alonso del Real ilustran, además, las más de 75 piezas con las que ha contado la muestra, que ha sido posible gracias a la confluencia de un amplísimo número de instituciones, comenzando por el propio Ayuntamiento, la empresa municipal Emsisa –que gestiona el Museo de Chiclana–, la propia parroquia de San Juan Bautista o el Obispado de Cádiz y Ceuta, amén de una notable participación de chiclaneros –treinta, redondeando la cifra– sin los que hubiera sido imposible y cuya relación desafortunadamente no cabe en esta ventana de opinión, aunque sí debo nombrar a Pedro Torres, de Modas África, y a Rafael Morales, de Modas Morvel. Y a otros muchos que, incluso en la relación de participantes del catálogo, no aparecen tampoco porque han querido permanecer anónimos. Casi todos son coleccionistas de “amor y pasión por Chiclana”, sin los que en muchos casos no tendríamos al alcance de la mano obras de arte fundamentales para entender la ciudad y nuestra historia, como ha sido tener el privilegio de exponer el magnífico paisaje romántico de Franz Xavier Riedmayer, pintado en 1806, “El conde de Maule y Antonio Pizano ante un paisaje de Chiclana”. Todas estas instituciones, todos estos chiclaneros, merecen –y así debe ser consignado– laureles y rosas con el adiós de la muestra del Museo de Chiclana.

Portada del catálogo de "Vox Clamantis".

          La exposición –y el catálogo como testigo– ha sido una aventura singular para construir, ante todo, un debido homenaje a todos esos otros chiclaneros, del clero y de la ciudadanía, así como a muchos gaditanos, hombres del comercio, la arquitectura y la Iglesia, que desde 1874 soñaron con un gran templo que, a la vez que una gran ofrenda a Dios, fuera símbolo del poder económico de una Chiclana que vivió en primera línea el comercio de Indias y el gran desarrollo burgués de la segunda mitad del siglo XVIII. Los “Torcuatos” Cayón y Benjumeda, con su poderosa concepción de una arquitectura neoclásica de cambio y transformación, pero también Manuel Espinosa, “cantero, profesor de arquitectura y aparejador”, y Pedro Ovando, “maestro albañil de la Villa”. O a Nicolás de la Cruz Bahamonde, Conde de Maule, o Antonio Pizano, a los que nunca el pueblo de Chiclana podrá agradecer suficientemente que, tras el desastre de la invasión francesa, se propusieran, con su propio dinero por delante, que la hermosa iglesia se inaugurara por fin hace doscientos años. “Entre todos ellos –dice Romero Montalbán en el magnífico texto que firma en el catálogo– nos legaron este providencial templo neoclásico que contemplamos como el más monumental de los edificios de nuestra ciudad, testigo en sí mismo de los avatares de toda nuestra historia contemporánea”. Así lo dice también el alcalde: “Todos estamos obligados a difundir el entrañable y valioso legado cultural e histórico vinculado con la Iglesia Mayor. Conocerlo es, sin duda, conocer mejor nuestra ciudad y quienes somos hoy. Esta iglesia de la que presumimos los chiclaneros es uno de los más bellos ejemplos de la rica arquitectura neoclásica gaditana, de nuestro pasado y de nuestra capacidad de emprendimiento”.

           “Vox Clamantis” ha llegado a su fin, pero, afortunadamente, con el catálogo en mano y a disposición de los chiclaneros en el Museo de Chiclana, no la olvidaremos. El II Centenario de la Iglesia Mayor tiene aún seis meses por delante, pero ahora prosigue, al menos, con la certeza de que, como San Juan Bautista, homenajes y conmemoraciones no se diluyen en la inmensidad del desierto, que se oyen y se aprecian. Aunque, más allá de la fe, con la bandera de la cultura y la historia, nunca tenemos que dejar, como San Juan Bautista,  de predicar en el desierto. Siempre hay alguien que escucha.

http://www.diariodecadiz.es/article/opinion/1936969/una/travesia/espiritual.html