Fragmento de "El conde de Maule y Antonio Pizano ante un paisaje de Chiclana". Franz Xavier Riedmayer. Óleo sobre lienzo. 1806. Colección particular. Foto. Félix Alonso del Real |
“El 10 de febrero de 1776 se abrieron los cimientos de esta iglesia parroquial del Sr. S. Juan Bautista,
colocando la primera piedra D. Andrés del Barco, Canónigo lectoral de Cádiz, comisionado por el Ylmo.Sr. D. Fr. Tomás del Valle, Obispo de la diócesis”.
Lápida conmemorativa de primera misa celebrada el 24 de junio de 1814. Iglesia Mayor de San Juan Bautista.
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Coordinador del II Centenario de la Iglesia Mayor
Doscientos años después de su apertura al culto –el 24 de junio de
1814–, la Iglesia Mayor de San Juan Bautista sigue siendo el edificio más
emblemático de Chiclana. Su perfil y estampa neoclásica –junto al Arquillo del
Reloj, la torre del antiguo Concejo que hoy le sirve de campanario– es visible
desde cualquier punto de la ciudad y con la ermita de Santa Ana representa los
dos grandes hitos de la arquitectura y de la religiosidad chiclanera.
Su construcción fue iniciada por Torcuato Cayón de la Vega,
inmediatamente después de que el arquitecto proyectara la ermita de Santa Ana.
Cayón dibuja los primeros planos de la Iglesia Mayor entre 1774 y 1776, dando
inicio a una épica historia en la que el hermoso templo nace como un singular
proyecto arquitectónico del clero y de los ilustrados chiclaneros y gaditanos.
La riqueza que en el último tercio del s. XVIII genera el comercio con América está
íntimamente vinculada al ambicioso edificio que concibe Cayón y culmina su
discípulo predilecto y ahijado, Torcuato José Benjumeda.
Treinta y ocho años transcurren hasta la primera misa, pero el
esplendor con el que Benjumeda rehace el proyecto inicial nunca verá al
completo la luz. El edificio, erigido con piedras de La Barrosa y de la cantera
del Jardal, va a quedarse para siempre incompleto. El fin del comercio de
Indias, la independencias americanas y la invasión francesa imposibilitan la
terminación de las obras: sin torres, sin la espléndida cúpula propuesta por
Benjumeda, sin su fachada dedicada a San Juan Bautista encargada a Cosme
Velázquez, sin los mármoles de jaspe negro que se incautaron los soldados
napoleónicos.
El templo, de medidas inusuales y extraordinaria presencia,
simboliza el original neoclasicismo gaditano. Pero es mucho más: es testimonio
de cómo una ciudad emerge de las ruinas y del fervor hacia San Juan Bautista,
la voz que clama en el desierto –“Vox clamantis in deserto”–, el que habla sin
ser escuchado. Un culto medieval que tiene su origen en los duques de Medina
Sidonia, a los que pertenecía Chiclana, pero a lo largo de los siglos el
“precursor”, el Mensajero de Cristo, es también “Patrón y Protector del pueblo
por unanimidad”. Así lo reconoce el Papa Benedicto XV al declararlo en 1916
junto a la Virgen de los Remedios como Santos Patronos de Chiclana.
Vista parcial de la fachada de la Iglesia Mayor. Foto: Pedro Leal Aragón |
1. Una iglesia en el
estilo neoclásico reinante en la Bahía de Cádiz
La construcción de la Iglesia Mayor es consecuencia del momento
histórico que vive la provincia de Cádiz en el siglo XVIII, que es el Siglo de
Oro de la Bahía. Chiclana, ante la ruina de la primitiva iglesia de San Juan
Bautista –del siglo XVI–, construye un templo que sobrepasa la magnitud de la
villa por el impulso del clero ilustrado. En ese momento de opulencia, los
chiclaneros lo que quieren es hacer un monumento dedicado a Dios con el máximo
esplendor que se podía y en el estilo reinante entonces, el Neoclásico. El
nuevo templo ocupa el mismo solar de la antigua iglesia, que fue derribada una
vez que al construirse en el año 1773 un panteón –cuyo proyecto se había
encargado a Torcuato Cayón–, sus muros se resquebrajan. Es cuando se plantea
hacer la nueva iglesia que ya demandaban el Concejo municipal y el propio
Obispado de Cádiz, además de los comerciantes gaditanos que acuden a sus casas de
recreo en Chiclana.
No se han conservado la planta de la iglesia medieval ni ninguno
de los planos de Cayón, afortunadamente sí los firmados por Torcuato Benjumeda
en 1786 –plantas general, cortes longitudinal y transversal– y en 1805, cuando
firma sus “pensamientos” para los altares que envía a la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando. “Se está haciendo una Iglesia Parroquial, que es
la única, con proporción al pueblo, y la dirige el arquitecto don Torcuato
Benjumeda, quien ya ha dado pruebas de que sigue el buen camino del Arte”, que
escribe en 1794 Antonio Ponz en su célebre Viaje de España [Tomo XVIII. Pág.
44-45].
Torcuato Cayón de la Vega. Anónimo. Óleo sobrelienzo. s. XVIII. Catedral de Cádiz. |
2. Benjumeda, arquitecto y vecino de Chiclana
Torcuato Benjumeda tuvo una íntima vinculación con Chiclana. Aquí,
en este mismo edificio –hoy sede del Museo de Chiclana– vivió, propiedad entonces
de su suegro, Manuel Martínez de Pinillos, quien también perteneció a la Junta
de Obras de la Iglesia Mayor en 1813. La fachada que aún vemos en este museo es
posiblemente obra suya, aunque está atribuida a Miguel de Olivares. Y aquí, en
la cercana iglesia de San Martín –hoy desaparecida–, también se casó. Todo esto
da una idea de lo que para él significaba, del anhelo que puso en el nuevo
templo, de cuyas obras estuvo al frente 42 años.
La iglesia Mayor fue su gran obra cumbre, pero también le supuso
grandes quebraderos de cabeza. En 1824 sabemos que presentó cuatro proyectos para
ultimar el revestimiento de su cúpula: con ladrillos sevillanos, azulejos de
Valencia, chapas de zinc o de plomo, aprobándose finalmente la primera solución.
Además, no cobró gran parte de sus trabajos. Al morir, en 1836, su hijo
Francisco de Paula perdonó la deuda a la Junta de Obras a cambio de que se dijeran
misas en su memoria.
El arquitecto Torcuato Benjumeda. Juan Rodríguez “El Panadero”. Óleo sobre lienzo. 1800-1830. Museo de Cádiz. |
3. Testimonio del esplendor y ruina del comercio gaditano
En la nueva iglesia, además del esplendor del siglo XVIII, también
se va a reflejar la ruina de los primeros años del XIX, cuando Cádiz deja de
detentar el monopolio con Indias y comienzan a independizarse, a partir de
1797, las colonias americanas. La batalla de Trafalgar (1805) y la invasión
francesa durante la guerra de la Independencia (1810-1812) va a provocar, unidas
a la crisis comercial, el periodo más dramático en la historia de Chiclana. La
Iglesia Mayor servirá de cuartel de artillería y caballerizas de las tropas
napoleónicas en pleno asedio a Cádiz y a la Isla de León.
Tras la marcha de los
franceses, la Junta de Obras, reconstituida en febrero de 1813, decide emprender
la tarea de abrir por fin la iglesia al culto gracias al empuje –y aportación
económica– de dos ricos comerciantes, el chiclanero Antonio Pizano Fernández y
el chileno Nicolás de la Cruz Bahamonde, Conde de Maule. El Archivo Parroquial
conserva hoy parte del extraordinario patrimonio documental de la antigua
Iglesia de San Juan Bautista: libros de bautismos –el primero, de 1537–,
matrimonios y enterramientos desde el siglo XVI. Muchos de ellos se copiaron
entre 1775 y 1776. Posee, además, la documentación de las Juntas de Obras desde
1787. “La iglesia parroquial es de bella arquitectura –escribió Nicolás de la
Cruz, Conde de Maule, en su Viaje de España,
Francia e Italia–. La portada tiene dos cuerpos, cada uno con cuatro
columnas pareadas de orden compuesto. En la parte superior, en el frontis, se ven
dos genios sosteniendo un escudo”.
Vista interior cortada por la línea A. B. a lo largo del plano
de la Iglesia Parroquial de la Villa de Chiclana de la Frontera.
Torcuato José Benjumeda. Plano. Julio, 1786. Colección Solís.
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4. Testigos del templo y villa de Chiclana
Muchos son los personajes eclesiásticos vinculados a la historia
de la actual Iglesia Mayor, como el canónigo magistral de la Catedral de Cádiz,
el sabio botánico Antonio Cabrera y Corro –nacido en Chiclana en 1762–, que predicó
en la primera misa inaugural el 24 de junio de 1814 y tuvo importante cargos
religiosos y civiles en el Cádiz doceañista. Entre ellos, habría que destacar a
dos insignes obispos de la diócesis de Cádiz, que mantenían en Chiclana casa de
recreo, como era habitual desde que en el siglo XV ya lo hiciera el obispo
Gonzalo de Venegas. Uno es Fray Félix María de Arriete y Llano (1811-1879),
quien presidió la consagración de la Iglesia de San Juan Bautista en 1847 y
trasladó oficialmente a la Villa su residencia –a la desaparecida Casa del
Obispo–, meses antes de su muerte, cuando renuncia a la sede gaditana. Fue
enterrado en la propia Iglesia Mayor y luego trasladado a la catedral de Cádiz.
El otro, José María Rancés y Villanueva (1842-1917), residió en la casa de don
José del Retortillo, en la plaza a la que hoy da nombre.
Solo un obispo permanece enterrado en la Iglesia Mayor. Su tumba
ocupa el crucero bajo un epitafio que le oculta como “Pedro José/ Obispo
Pecador”. Aunque gaditano, Pedro José Chaves de la Rosa fue rector de la
Universidad de Osuna, obispo de Arequipa (Perú) y nombrado en 1813 Pro-Capellán
de Palacio, Limosnero Mayor del Rey y Patriarca de las Indias, aunque Fernando
VII, al volver de Francia, rechaza su nombramiento, ordenando su destierro a
Chiclana, donde ya había residido desde su vuelta de América. Destacan también
sacerdotes chiclaneros fundamentales en el paso del siglo XIX al XX, como los
piadosos Francisco de Paula Fernández-Caro Pareja y Manuel Añeto Guijarro.
Además del padre Fernando Salado Olmedo, que presidió la conmemoración de I
Centenario de la Iglesia Mayor.
Libro de bautismos nº 5. Portada Ilustrada. Manuscrito. 1745 [Copia del original de 1552-1558]. Archivo Parroquial. Iglesia Mayor de San Juan Bautista. |
5. Un legado arquitectónico y patrimonial vivo
La Iglesia Mayor es una obra inacabada. El templo se abre al culto
con una cúpula provisional de madera, que años después se construye con menores
proporciones y materiales muy pobres, y sin su linterna, nada que ver con el
esplendor imaginado por Benjumeda. Los altares dibujados por el arquitecto tampoco
se pueden construir en mármol, sino que se realizan también en madera
policromada. Décadas más adelante se reconstruirán inspirándose en los modelos
de 1805. No se pueden rematar las torres ni se puede concluir la serie
escultórica prevista en la fachada, con un San Juan Bautista como imagen titular,
para la que se había contratado a Cosme Velázquez.
El famoso escultor
academicista tan solo pudo erigir el conjunto heráldico del frontón. Entre los
daños causados por el ejército napoleónico, se incluye el expolio de los
mármoles labrados para el altar mayor y para el podio de los pilares. Pero, a pesar
de todo, la Iglesia Mayor ha podido conservar testimonios de su historia
artística y eclesiástica –como la rica orfebrería y ornamentos litúrgicos de los
siglos XVIII y XIX–, que es un legado patrimonial aún en uso y, por tanto,
vivo.
6. El año 1814 y el resurgir económico de Chiclana
La inauguración de la Iglesia Mayor tiene lugar el 24 de junio de
1814, cuando se dice en ella la primera misa. Esa ceremonia de apertura al
culto del templo dedicado a San Juan Bautista no solo pone fin a un largo
periodo de infortunios y pesares económicos, sino que también simboliza el
renacer de Chiclana. Ningún momento histórico tiene la significación que este
año de 1814. La fecha tiene la mayor de las importancias. Tanto en lo
espiritual como en lo arquitectónico, por lo que significó abrir al culto una Iglesia
Mayor que, aunque se terminó como bien se pudo, aún hoy es, sin duda, la
construcción más importante de su historia.
“El día 23 de Junio de 1814 se trasladó la Majestad de Nuestro
Dios a la nueva parroquia del Sr. San Juan Bautista de la iglesia de San Martín
que estuvo sirviendo de parroquia desde el día 3 de octubre de 1778”, se puede
leer en el Libro de entierros nº 14 [Folio 290. 1814-1817], conservado en el
Archivo Parroquial de la Iglesia Mayor de San Juan Bautista. Nunca el pueblo
chiclanero –y su clero– pusieron tanto anhelo en una obra de tanta envergadura como
ésta.
La nueva iglesia simboliza, además, la íntima vinculación de
Chiclana con la capital gaditana, con su arquitectura y con su economía.
Seguirá siendo, por supuesto, ciudad de recreo de las familias ricas de Cádiz.
En lo económico y en lo social, es también el año en el que de nuevo se pudo
comenzar a labrar las tierras o a reponerse las viñas, aunque desaparecieron para
siempre los olivares.
San Juan Bautista. Franz Xavier Riedmayer. Óleo
sobre lienzo. 1817. Iglesia Mayor de San Juan Bautista
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7. ¿Por qué San Juan Bautista?
La tradición nos dice que el templo principal de un municipio
suele estar dedicado a su santo patrón. En muchas ciudades el patronazgo,
además, está vinculado a una aparición o plegaria satisfecha, como es el caso
de la Virgen de los Remedios. Pero, ¿por qué San Juan Bautista? Para
identificar el origen del culto al “Precursor” en Chiclana debemos remontarnos al
siglo XVI. Encontramos la primera referencia a la primitiva iglesia de “Sant
Juan” en la Crónica de Pedro de Medina (1561), aunque también habla de una
pequeña iglesia anterior dedicada a San Martín. Es muy probable que, al
aumentar la población de la entonces aldea, el Duque de Medina Sidonia, señor de
la villa de Chiclana, contribuyese con la edificación de una iglesia más digna.
La titularidad de San Juan Bautista podría deberse a la onomástica habitual de
la Casa de Medina Sidonia, cuyos duques alternaban con frecuencia el nombre de
Alonso y Juan Alonso. Entre 1445 y 1615 se sucedieron hasta cuatro duques con
el nombre de Juan.
La iglesia primitiva se construyó durante el gobierno del VI
Duque de Medina Sidonia, Juan Alonso Pérez de Guzmán y Zúñiga –casado con Ana
de Aragón y Gurrea, nieta del rey Fernando el Católico–, familiar directo de Antonio
de Zúñiga y Guzmán (1480-1533), prior de la Orden de San Juan de Jerusalén
(posteriormente Orden de Malta), el cual, a su vez, era nieto del primer Duque
de Medina Sidonia, Juan Alonso de Guzmán. La duquesa Ana de Aragón mandó
construir en Chiclana las ermitas de Santa Ana y San Sebastián. Y ella fue
quien, probablemente, decidiera en honor de su esposo la advocación de San Juan
Bautista a la primera parroquia de la villa de Chiclana.
El Libro de bautismos nº 41 [1810-1816. Folio 155] del Archivo
Parroquial recoge cómo “el día del Sr. San Juan Bautista, Patrono del pueblo y
titular de la iglesia, cantó el Sr. Vicario capitular de la ciudad de Cádiz, D.
Mariano Martín de Esperanza, la primera misa y en ella predicó el Magistral D.
Antonio Cabrera natural de esta villa”. La crónica la escribe el párroco
Nicolás Martínez, sin embargo es en el Libro de entierros nº 14 [1814-1817.
Folio 290], donde otro sacerdote, Montero de Espinosa según firma, anota la
“inscripción que se ha de poner en la puerta de la Iglesia”, pendiente aún
desde hace doscientos años:
A JESUCRISTO
DIOS UNO Y VERDADERO
BAJO LA TUTELA DEL
PRECURSOR
FUE DEDICADO ESTE TEMPLO
VENCIDO LOS FRANCESES
REINANDO EL REY
FERNANDO VII
EN EL AÑO DEL SEÑOR
MDCCCXlV.
** Este texto se ha escrito con la contribución y la colaboración inestimable de Jesús Romero Montalbán y Carmen Arias Guerrero, a los que agradezco todas sus aportaciones y sabiduría.
Más información: http://www.museodechiclana.es/es/voxclamantis