lunes, 5 de febrero de 2018

"LA CHICLANERA", LA ZARZUELA PERDIDA | Laurel y rosas (104)



JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

Meses atrás dije aquí mismo que “no sabemos” por qué en “La verbena de La Paloma” (1894), tan castiza, tan madrileña, incluyen Ricardo de la Vega y Ruperto Chapí ese homenaje a Chiclana en forma de soleá, entonada en el café de Melilla: “¡Ay! En Chiclana me crié,/ que me busquen en Chiclana/ si me llegara a perder”. Hoy puedo dar una respuesta, y creo que definitiva: es un homenaje a otra “zarzuela chica” de notable éxito entonces, titulada “La Chiclanera”, y que, además, transcurre íntegramente en Chiclana. Aquella cantaora sobre el escenario del café de Melilla, a la que jalean por todo lo alto, no tiene nombre en el libreto. Pero el público madrileño sabía que era Soledad la Chiclanera, protagonista de ese “juguete cómico lírico” tan desconocido hoy, pero tan aclamado a finales del siglo XIX. Y lo sabían porque todo el mundo había visto “La Chiclanera”, ya que permaneció más de cuatro años de manera consecutiva en la cartelera tras su estreno en el Teatro Variedades la noche del 22 de diciembre de 1887. 

El libreto de “La Chiclanera” lo firmó el “aplaudido” dramaturgo, actor y empresario gaditano Eduardo Jackson Cortés y la música la compuso el “reputado” maestro Manuel Fernández Caballero, hoy reconocido apenas por “El dúo de la Africana” (1893). Al público de “La verbena de la Paloma” le debía resultar tan evidente el homenaje a “La Chiclanera” que lo rodea de guiños, por si aún “el Chiclana me crié,/ que me busquen en Chiclana/ si me llegara a perder” no era lo suficientemente claro. Y además estaba el reparto: la actriz que encarnó a Soledad la Chiclanera en su estreno –y durante aquellos años– fue la gran Leocadia Alba, que en “La verbena de la Paloma” hacía de Señá Rita, tabernera y sensata madrina del joven Julián. Papel que a su vez interpretaba Emilio Mesejo, el mismo actor y cantante que llevaba años haciendo de Angelito, el protagonista de “La Chiclanera”, junto al Don Casto que interpretaba su propio padre, José Mesejo. 



Los guiños, decía. Primero: el hecho de que se cante una soleá. Segundo: que entre los piropos que le lanzan a la cantaora el más elocuente es “morena barbiana”, o sea, desenvuelta y gallarda. Lo sé porque una “soleá” es lo que interpreta La Chiclanera al inicio de su zarzuela: “Yo soy la torera, la chiclanera, la moza rumbosa, barbiana y juncal, yo quiero jaleo, yo quiero trasteo…”. Y ser capaz de cantar por soleá –además de bailar y de poner una banderilla si llega el caso– es lo que le pide a su pretendiente. Lo sé, claro, una vez que he tenido la posibilidad de leer –y disfrutar– “La Chiclanera”, partitura con la que di casualmente en la Biblioteca Nacional.

Ya entramos en el argumento de esta zarzuela en un acto. Lo transcribo de la crítica del periódico “La Iberia” al día siguiente del estreno: “Sí, señor. La Chiclanera es una barbiana, hija de un torero que murió a resultas de una cogida”, comienza. “¿De un toro? No, señor; de una vaca escapada de un corral –y prosigue–. ¡Lo que es la fatalidad! Estaba predestinado a morir de una cornada y, ya que no de un toro, la recibió de una vaca”. Soledad, es su hija y se queda huérfana. “Quedó sola en Chiclana –dice el crítico–; y para no entristecerla, ninguno de los que la conocían la llamó desde entonces por su nombre: llamábanla Chiclanera”.


“En una casita que su padre le había dejado vivía Soledad –continúa–, rodeada de flores, sin más compañía que la de sus propios recuerdos, cuando un día se le presentan dos sacristanes, joven uno y viejo el otro, a darle la noticia de que acababa de morir en Madrid un tío suyo, dejándola en herencia 10.000 duros”. Y ahí está estalla la comedia. Los dos, Angelito y don Casto, sacristanes de Lavapiés, se enamoran de Soledad.

“Pero la Chiclanera, que es buena, porque sí, y porque lo heredó de su marecita, y que sabe también cuan triste es vivir solo, no quiere que don Casto se aburra y le obliga a vivir en su compañía y en la del que fue su pupilo”, revela “La Iberia”, que calificó de “gran éxito” el estreno. “El público que había hecho repetir el dúo de los sacristanes y que aplaudió los chistes de que está salpicado, no quiso retirarse del teatro sin saludar a los autores, y éstos se vieron obligados a presentarse por tres veces en escena, acompañados do la señorita Alba y de los señores Mesejo, padre e hijo, que interpretaron a maravilla sus papeles”.

Aunque tuvo, también, críticas negativas. “La Época” dice que es “una obra más de tantas como se estrenan y caen justamente en la fosa común a los pocos días de ser representadas, sin que nadie se acuerde de resucitarlas”. Pero la crítica no es ciencia, sino gusto. En “La República” la apreciaron más: “Chistes abundantes y apropiados al texto, música bonita y agradable. ‘La Chiclanera’ gustó mucho y durará bastante tiempo en los carteles”. Así será, cuatro años después el “juguete flamenco” seguía en la cartelera madrileña. Aunque irá alternando escenarios: del Teatro Martín al Príncipe Alfonso, del Felipe al Apolo, siempre de la mano de la gran Leocadia Alba. Pero ahora sí que habrá que resucitarla.

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