domingo, 30 de noviembre de 2014

Chaves de la Rosa, obispo pecador (1) / Laurel y rosas (23)

El obispo Chaves de la Rosa. Anónimo. Fundación de Estudios Universitarios “Francisco
Maldonado”  [Antigua 
Universidad de Osuna]. Ayuntamiento de Osuna.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
Al pie de las gradas del presbiterio, bajo la cúpula de la Iglesia Mayor de San Juan Bautista, hay una sepultura que todos hemos pisado: “Pedro José/ Obispo Pecador/ Pide sufragios./ Falleció el 26 de/ Octubre de 1819/ a los 79 años de edad.// Este Ilustrísimo/ Sabio dispuso ocul/tarse al mundo/ bajo este humilde/ Epitafio”. La exposición “Vox Clamantis. Arte e Historia en la Iglesia Mayor de San Juan Bautista. 1814-2014” –que aún pueden ver en el Museo de Chiclana– ha permitido exponer por primera vez el retrato del “ilustrísimo sabio” Pedro José Chaves de la Rosa Galván y Amado (Cádiz, 1740-Chiclana, 1819). En ella se apuntan brevísimos trazos biográficos de una figura esencial –y desconocida– en la historia de América y también de España. Le debía particularmente el siguiente bosquejo, con la esperanza de que el padre José María Alcedo o el Dr. Mario Velarde Zevallos puedan, próximamente, mostrarnos la vida y obra de un personaje ante el que –así he de proclamarlo– uno no puede más que fascinarse cuando investiga y lee acerca de él. “Del varón mas prominente que, tal vez, de los reinos de España, haya visitado las playas de América”, como lo describió en 1888 uno de sus biógrafos, Mariano de Cateriano.

Las breves biografías existentes de Chaves de la Rosa –cuyo primer apellido es, a veces, escrito en América como “Chávez de la Rosa”– proceden todas de Arequipa (Perú), tierra natal del Dr. Velarde, del nobel Mario Vargas Llosa y del novelista Jorge Eduardo Benavides, que lo cita en varias ocasiones en su magnífica novela “El enigma del convento” (Alfaguara). Con Chiclana, Chaves de la Rosa tiene una íntima vinculación más allá de que esté enterrado aquí, dado que mantuvo residencia entre nosotros entre 1814 y 1819, aunque ya desde 1805 debió de pasar largos periodos en la villa por lazos familiares. Pero es Arequipa, ciudad en la que fue obispo entre 1787 y 1804, donde desplegó una incesante actividad liberal y de beneficencia, que aún hoy permanece viva. “Una exitosa reforma en la educación impartida en el Seminario Conciliar de San Jerónimo, asimismo contribuye a la divulgación de las ideas ilustradas y a una gran actividad a favor de los más necesitados”, como resume Nicolás María Cambiaso y Verdes en su Diccionario de personas célebres de Cádiz, 1830. El testimonio de Cambiaso es el único –cinco páginas subyugantes– escrito desde España. 

Imposible, ya lo confieso, encerrar en unas pocas líneas la extraordinaria vida de este obispo que, en su humildad, se reconoció pecador. Fue, dice Cambiaso, “hijo de don Salvador y doña Rosa Violante Galván, nació el 24 de junio de 1740, en la calle de San Pedro”, en Cádiz. La borla de teología –sigue afirmando Cambiaso– la recibió en la universidad de Osuna en 1761. Universidad de la que llegó a ser rector tres veces: en los años 1861, 1864 y 1866. Tras pasar por la catedral de Cádiz, por la capilla del Pópulo, es nombrado canónigo lectoral de la catedral de Córdoba. Pío VI –con la le nombra obispo de Arequipa, a donde viaja en 1788 acompañado de siete sacerdotes, pajes y criados que portan una prodigiosa biblioteca. Su labor intelectual debió ser pródiga y contagiosa. Aún este mismo año, ha visto la luz el ensayo “Tradición y modernidad: la biblioteca del obispo Pedro Chávez de la Rosa” (Pontificia Universidad Católica del Perú/Instituto Riva-Agüero, 2014), que explica por qué en la novela de Benavides –editada solo hace unos meses– un personaje en la Arequipa de Chaves de la Rosa llega a alabar de otro “el amor por las pugnas dialécticas y un encendido espíritu crítico y libertario, muy probablemente azuzado por los buenos libros que el obispo donó al seminario”. Pero en Arequipa fue mucho más: “Su palacio no parecía sino el domicilio de la piedad –escribe Cambiaso de su paso por Perú–, su traje era siempre el más modesto, su conversación grata, edificante, e instructiva; su régimen serio, religioso, e invariable: en todo cuanto le era propio respiraba cristianismo”.

Chaves de la Rosa regresa a Cádiz a finales de 1804. “Se retiró a vivir de particular en el oratorio de san Felipe Neri –añade Cambiaso–, habiéndose dignado S. M. asignarle cinco mil duros anuales de pensión sobre la mitra, para su decente manutención, y se puede decir con verdad que esto mas tenían los pobres de Cádiz y Chiclana, porque todo lo daba de limosna, y apenas tenía para pasar con un solo familiar”. Pero no pudo mirar a otro lado durante la Guerra de Independencia. “Su amplio espíritu liberal fue puesto de manifiesto en todo momento y en todo lugar”, como afirma el historiador peruano José del Carpio y Neira. Cautivo Fernando VII en Francia, en 1808 es nombrado miembro del Supremo Consejo de Estado. En Madrid, a juicio de Mariano A. Cateriano, “despliega todo el poder de su genio y esa portentosa actividad de otros tiempos”. Las Cortes de 1810, ya en Cádiz, le nombran presidente de la Junta Suprema de Censura desde donde promueve la eliminación de la Inquisición. La Junta de Regencia, aun con Fernando VII retenido por Napoleón en Valençay, le otorga en 1813 el título de Pro-Capellán de Palacio, Limosnero Mayor del Rey y Patriarca de las Indias, e igualmente Vicario General de los Ejércitos y la Armada. Tiene 73 años. Pero Chiclana le espera de vuelta.