lunes, 30 de octubre de 2017

DE JULIO CÉSAR A LA TORRE DE LOS ARQUILLOS | Laurel y rosas (97)

"Julio César ante la estatua de Alejandro en el Templo de Hércules en Cádiz" (1894), lienzo de José Morillo Ferradas.
Foto: Museo de Cádiz.

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

Julio César lloró en Sancti Petri. La escena la narra Suetonio en “La vida de los doce césares”. Había llegado Julio César a Gades en el año 68 a. C. como “cuestor” de Hispania Ulterior para administrar justicia y frente al Herculaneum —el famoso templo de Hércules Gaditano—, ante una estatua de Alejandro Magno, derrama esas lágrimas de desesperación al ver que a la edad –los famosos treinta años– en la que el rey de Macedonia había ya conquistado el mundo, él –que ya había cumplido treinta y dos– aún no había hecho nada notable. Esa noche tuvo un mal sueño en el que sometía a su madre y le llenó de espanto. El oráculo de aquel templo que estuvo dedicado al dios Melqart le prometió, sin embargo, que el sueño auguraba “el imperio del mundo, porque aquella madre no era otra que la Tierra, nuestra madre común”, según la cita de Suetonio. “Yo, Arsinoe, sibila de Gades, conocí a Cayo Julio César cuando solo era un oscuro cuestor de Hispania y acudió a mi templo a que le interpretara un sueño que mortificaba su alma. Desde aquella visita no me separé de su estela, hasta el día en el que cayó en la emboscada de la muerte y su cadáver fue incinerado en el Foro de Roma, ante millares de arrebatados romanos”, así comienza Jesús Maeso de la Torre la fascinante novela “Las lágrimas de Julio César” (Ediciones B). Sobre el mismo templo de Hércules Gaditano, en Sancti Petri, Julio César había decidido abandonar su cargo de administrador de justicia y emular la grandeza de Alejandro, parte a Roma para adentrase en la intricada red de poder y dinero que era la política romana… 



El mismo año que comienza la cruenta guerra civil que le enfrentó a Pompeyo, en el 49 a C., Julio César concedió a Gades el estatus de “Municipium Civium Romanorum”, el estatus de ciudadanos romanos de pleno derecho para sus habitantes. Para ello fue fundamental –además de la nostalgia por el templo de Hércules Gaditano– el apoyo que Gades, una de las provincias más ricas de la tardorrepública romana, le había ofrecido por su íntima amistad con Lucio Cornelio Balbo, apodado “Balbo el Mayor”, poderoso comerciante, banquero y militar al frente de la vieja oligarquía gaditana de linaje fenicio. Hay otra estupenda novela, escrita esta vez por León Arsenal (Madrid, 1960), “Balbo, la mano izquierda de César” (La Esfera de los Libros), que también comienza con César frente al templo gaditano y su gran flamero humeante. Balbo también está allí: “Pocos, aún entre sus enemigos, nombraban que Cayo Julio César tuviese tanto talento como ambición, así como un olfato envidiable para los golpes de efecto. Él, a su vez, se preciaba de saber reconocer a los hombres con esas mismas cualidades. Aquel magnate gaditano, Balbo, era uno de tales hombres”. 

Cádiz, indudablemente, se benefició de aquel sueño bajo la influencia del Hércules Gaditano y esta alianza entre Julio César y los Balbo. Lo afirma Lázaro Lagóstena: “Potencia económica, influyente en la capital imperial y sede del conventus Gaditanus, una de las circunscripciones más ricas de la Bética, Gades se dotó de los elementos urbanísticos propios de una gran ciudad romana. Es posible que en este contexto, aunque las fuentes no lo indican expresamente, se fraguara la construcción del acueducto que había de conducir el agua desde la lejana serranía hasta la sede insular de la civitas Gaditana”. Ese acueducto, que se finalizó a mediados del siglo I, fue una obra colosal que mostrará la exposición “Aqva Dvcta” en la Casa de Cultura. El profesor Lagóstena sostiene que ese acueducto que unía el manantial del Tempul con la ciudad de Gades fue, sin duda, un ejemplo paradigmático “de las obras de ingeniería y logros técnicos” de la sociedad romana, al tiempo que “ilustra magistralmente que la Bahía de Cádiz era un territorio mancomunado en época altoimperial”. Y así es.

La llamada "Torre de los Arquillos". Foto: Paco Vera / Blog Ch'usay.

Aquel acueducto de la vieja Gades –el más largo de cuantos se construyeron en España, con ochenta kilómetros– transcurría por los términos municipales de Algar, San José del Valle, Jerez de la Frontera, Paterna de Rivera, Torrecera, Puerto Real, Chiclana, San Fernando y Cádiz. “Es por tanto uno de los escasos recursos patrimoniales cuya recuperación, defensa y puesta en valor –afirma de nuevo Lagóstena– puede interesar directamente a decenas de miles de ciudadanos, habitantes de estas localidades”. Esta vinculación con Chiclana –la entonces villa romana de Caeciliana— es aún evidente en la denominada “Torre de los Arquillos”, el inicio del sifón que cruzaba el entonces arroyo Zurraque por su desembocadura, y que se encuentra en El Marquesado y es uno de los linderos con Puerto Real. “Los restos conservados muestran factura similar a las conocidas en el valle de los Arquillos, y su deterioro actual hace que conserve un frágil equilibrio. De las alquerías sólo queda el recuerdo en la toponimia de la zona”, según la descripción que hace el propio Lagóstena en la “Guía para la ruta cultural del acueducto romano del Tempul a Gades”, proyecto emprendido con el nombre latino de “Aqva Dvcta” por el seminario Agustín de Horozco de Estudios Económicos de la Universidad de Cádiz.

Ver en Diario de Cádiz:
http://www.diariodecadiz.es/opinion/analisis/Julio-Cesar-Torre-Arquillos_0_1186081648.html

lunes, 16 de octubre de 2017

CONDE DEL PINAR Y SEÑOR DE FUENTEAMARGA | Laurel y rosas (96)

Espacio en el actual balneario que recuerda al Conde del Pinar como su fundador en 1803. 


JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

Cuando en el 1823, aún bajo el reinado del ominoso Fernando VII, se casa en el Palacio Real de Madrid Luis Fernando Mon y del Hierro (Palma de Mallorca, 1784), con María Matilde Velasco y Parada –camarera mayor de la melancólica reina María Amalia de Sajonia–, añade al título de Conde del Pinar un sonoro “Señor de la Casa y Pinares del Fierro y Baños de Fuenteamarga”. La alaraca con la que el cuarto conde del Pinar no había dudado en darse lustre con lo más preciado de sus posesiones en Chiclana, entre otras pertenencias, como el cortijo de la Casa de la Guardia, tendría justificación; ya que Luis Fernando Mon y la propia condesa consorte serían quienes dieran prestigio a los baños de Fuente Amarga como “centro de la atracción turística del siglo XIX en España”, como la califica el investigador Juan Manuel López Azcona. “Acudiendo en 1854 entre otros agüistas –añade– las hijas del infante D. Francisco de Paula de Borbón, las hermanas del Rey consorte y las del duque de Montpensier”.

Luis Fernando Mon y del Hierro no fue, sin embargo, el responsable de que se erigiera el establecimiento de Fuente Amarga, que en sus inicios solo tenía “cierto número de chozos con varios hoyos a donde se hacía circular el agua desde el manantial”, según el relato que Carlos Montemar, director de los “establecimientos minero-medicinales sulfurosos” de Chiclana, recoge en su impagable “Guía del bañista” (1870). “A pesar del comercio de los productos de cereales, hortalizas, vinos de esta villa –narra–, no bastaría a sostener las 24.050 almas que se le calcula, a no ser por los cincuenta a sesenta mil duros que dejan los concurrentes de varias provincias en la temporada de baños de 1º de junio a fin de octubre, a usar de las especiales aguas sulfurosas de Braque y Fuente Amarga”. 

Fue, realmente, su padre: José Antonio Mon y Velarde (Mon, Asturias, 1743), conde del Pinar por su matrimonio con Isabel María del Hierro y Alós, hija de Marcos José del Hierro y Ruiz de Rivera, que era, a su vez, nieto del primer conde, Marcos del Hierro y Prado. Y de quien, realmente, se sabe muy poco, más allá de algunos pleitos, sus galeones y las riquezas indianas que le llevaron a asentarse en Chiclana, donde era “el mayor hacendado”, según el catastro de la Ensenada (1750-54), y casó con Juana Blasco de Aragón. Tal es así que en 1735 había recibido el título nobiliario de Felipe V por sus “buenos servicios”, sin que se sepan cuales fueron. Y sus hijos, Juan Bautista –el primogénito, nacido en Chiclana en 1699– y Marcos del Hierro y Blasco de Aragón, tuvieron, además de vida breve, que sortear la condena de “jenízaros”. Es decir, de su ascendencia francesa cuando mediado el siglo XVIII el Consulado de Cádiz prohibió el comercio con las Indias no solo a los extranjeros, sino también “a los hijos de los extranjeros nacidos en España”. Ellos, no obstante, afirmaban ser “españoles originarios”.

Retrato de J. Antonio Mon y Velarde.
Fuente: Enciclopedia del Ecuador.

La historiografía, a veces, nos ha hecho ir pasando de uno en otro conde del Pinar de tal modo que parece que hablamos siempre del mismo. Pero seguirle el rastro a la familia del Hierro entre fortunas indianas y luchas de poder es recorrer tres siglos de la más viva historia de España. Por ejemplo, nos podemos detener en ese José Antonio Mon y Velarde que manda a construir el balneario de Fuenteamarga, aunque fuera uno de sus guardas quien descubriera el manantial hacia 1790 en terrenos de su propiedad y su administrador, llamado Ramón González –quien primero derribó en 1803 una pileta allí construida por el Concejo municipal, que atendía una solicitud del párroco de San Sebastián para que “sus aguas fueran aprovechadas por la humanidad doliente”–, el que proyectó la instalación de tinas de barro y compró los terrenos colindantes. Este José Antonio Mon fue el conservador Conde del Pinar de las Cortes de Cádiz, amigo de Menéndez Valdés y de Jovellanos, con fama de juez cruento e implacable, miembro del Consejo Real y defensor de la Inquisición, el mismo que persiguió hasta la extenuación al “divino” Argüelles y a los afrancesados. Aún venía a Chiclana a “refugiarse” en sus propiedades cuando giraban las tornas de la revolución liberal.

Fernando VII llegó a apadrinar a una de sus nietas, la hija mayor de Luis Fernando Mon y del Hierro, el de la boda en Palacio y embajador en Berlín. Con este acabaría la vinculación de los conde del Pinar con Chiclana. Su segundo hijo, Luis Gonzaga Mon y Velasco, heredará el título como V conde del Pinar, convertido en uno de los líderes del carlismo. También acérrimos carlistas serían los hijos de este, Matilde –dama de Berta de Rhoan, esposa del infante don Carlos– y José María Mon y Chinchilla, que ostentó el título hasta su muerte en 1936, aún en el exilio. Veinte años después lo reivindicó Carlos García Mon. A su muerte en 2002 sin hijos, pasó a otra rama de la familia: a Juan Valdés y de la Colina, hoy VIII Conde del Pinar, descendiente directo de Ángela Mon del Hierro, una de las hermanas de aquel atildado “Señor de la Casa y Pinares del Fierro y Baños de Fuenteamarga”.

http://www.diariodecadiz.es/opinion/analisis/Conde-Pinar-senor-Fuenteamarga_0_1181881815.html

lunes, 2 de octubre de 2017

EL CHICLANERO PUENTE ZURRAQUE (y II) | Laurel y rosas (95)

Comienzo de los trabajos de traslado del puente de barcas sobre el caño Zurraque en 1909. Fuente: Diario de Cádiz

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

Los chiclaneros solo llevaban un siglo cruzando el caño Zurraque por la llamada “carretera nueva” a San Fernando, primero con una barca tirada por maromas inaugurada en 1802, y, desde 1843, con un puente de madera sostenido sobre siete barcas y con cabecera de piedra, cuando era notorio que había que actuar con urgencia. A principios del siglo XX, el llamado “puente del Duque de la Victoria”, en honor a Baldomero Espartero, ya presentaba un estado ruinoso. Tanto que hasta el Ayuntamiento de Cádiz aprobó en pleno el 23 de julio de 1905 solicitar al Gobierno “la sustitución del actual puente de barcas entre San Fernando y Chiclana por uno fijo” e incluso sugería, según se leía en este mismo Diario de Cádiz: “Para el crédito necesario podría destinarse alguna cantidad de la destinada por el Gobierno para paliar la crisis de Andalucía”.

Lo que se dijo –y escribió– de aquel pleno permite imaginarse una realidad desesperante ante el mal estado del puente: “También recuerda al Gobierno los beneficios que traería a toda la zona el poder contar con un puente fijo y en el que las mercancías y los productos del campo pudieran ser transportados sin las actuales dificultades. El municipio gaditano también aprobó dirigirse a los ayuntamientos de Chiclana, Medina, Alcalá de los Gazules, Trebujena, Conil, Vejer, Tarifa y San Fernando para que soliciten la sustitución del puente de barcas al Gobierno e insistan en los perjuicios que está causando a la zona el lamentable puente de barcas”. En juego estaba, según la Corporación Municipal de Cádiz, “el abastecimiento de los frutos agrícolas”. La huerta, ante la crisis de la maldita filoxera, se había convertido en el único sustento de Chiclana.

El estado del puente se agravaba aún más, incapaz de resistir ante las lluvias. En abril de 1907, el Diario vuelve a publicar: “El gobernador civil ha telegrafiado al ministro de Fomento, informando que el puente de barcas situado en la carretera entre San Fernando y Chiclana, ha sufrido importantes daños en los últimos temporales. De agravarse la situación será imposible la comunicación entre ambos pueblos de la provincia, con el enorme perjuicio que causará a todos”. Ya unos meses antes, en febrero, el ingeniero de Obras Públicas de la provincia, Enrique Martínez, había comenzado a presupuestar los coste de un nuevo puente, solo estaba pendiente el proyecto y la financiación. Ambos se resolvieron al año siguiente, en mayo de 1908: “Una noticia de trascendental importancia para toda la provincia de Cádiz se recibió anoche desde Madrid. El Gobierno ha acordado la sustitución del viejo puente de barcas sobre el caño Zurraque por uno de hierro. El autor del proyecto del nuevo puente es el joven ingeniero Francisco García de Sola y el importe de las obras es de 400.000 pesetas”.

Plano del s. XIX con el puente sobre el caño Zurraque. Fuente: Cartografía Histórica de Andalucía.

Las crónicas permiten seguir con detalle el programa constructivo: “Martínez y García de Sola estiman que las obras puedan dar comienzo en cuanto se adjudiquen. Para ello se correrá el actual puente de barcas aguas arriba, construyendo terraplenes de avenida y estribos de madera. Por aquí se establecerá el paso mientras no se termina el nuevo puente de hierro”. El concurso no solo incluyó la sustitución del puente, sino también el arreglo del camino de acceso al puente: “No solamente se procederá a arreglar el firme, sino que la carretera será levantada para evitar las continuas inundaciones motivadas por la marea”. El contratista que ganó el concurso fue la empresa “La máquina de Levante”, que tenía de encargado a Fernando Palomeque. 

Realmente, el puente de barcas se comenzó a desmontar el 27 de octubre de 1909 con la presencia de “numerosas personas” y la dirección de Enrique Martínez y Francisco García de Sola. Al día siguiente, el Diario afirmaba en una gozosa crónica: “En la pasada noche han tenido lugar las faenas de traslado del viejo puente de barcas que cruza el caño de Zurraque, en la carretera de San Fernando a Chiclana. Este puente va a ser sustituido por uno de hierro diseñado por el ingeniero García de Sola. El viejo puente de barcas fue construido por el Ayuntamiento de Chiclana y ha permanecido en ese lugar 67 años, 5 meses y 12 días. Los últimos en cruzarlo fueron una manola que se dirigía a Chiclana y dos carromatos que conducían cochinos para La Isla. En el extremo norte del puente existe una inscripción con el nombre del mismo: Duque de la Victoria”. Denominación, por cierto, que oficialmente mantendría.

El nueve puente tenía “88 metros de longitud, siete metros de ancho, cinco para autos, carros y caballerías y dos para las aceras”, explicaba el Diario, que resaltó su coste, finalmente, en 500.000 pesetas. Poco más de dos años y medio tardaron en construirse sus siete tramos. La inauguración tuvo lugar el 13 de junio de 1912, “por ser la feria de Chiclana”, decía el cronista. Resistió hasta 1967, año en el que la reforma de la carretera N-340 provocó sus sustitución. Luego vendría el desdoble de 1996, la pasarela del tren tranvía en 2012… y los atascos de los últimos veranos. Y sigue siendo fundamental para Chiclana.