"Julio César ante la estatua de Alejandro en el Templo de Hércules en Cádiz" (1894), lienzo de José Morillo Ferradas. Foto: Museo de Cádiz. |
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
Julio César lloró en Sancti Petri. La escena la narra Suetonio en “La vida de los doce césares”. Había llegado Julio César a Gades en el año 68 a. C. como “cuestor” de Hispania Ulterior para administrar justicia y frente al Herculaneum —el famoso templo de Hércules Gaditano—, ante una estatua de Alejandro Magno, derrama esas lágrimas de desesperación al ver que a la edad –los famosos treinta años– en la que el rey de Macedonia había ya conquistado el mundo, él –que ya había cumplido treinta y dos– aún no había hecho nada notable. Esa noche tuvo un mal sueño en el que sometía a su madre y le llenó de espanto. El oráculo de aquel templo que estuvo dedicado al dios Melqart le prometió, sin embargo, que el sueño auguraba “el imperio del mundo, porque aquella madre no era otra que la Tierra, nuestra madre común”, según la cita de Suetonio. “Yo, Arsinoe, sibila de Gades, conocí a Cayo Julio César cuando solo era un oscuro cuestor de Hispania y acudió a mi templo a que le interpretara un sueño que mortificaba su alma. Desde aquella visita no me separé de su estela, hasta el día en el que cayó en la emboscada de la muerte y su cadáver fue incinerado en el Foro de Roma, ante millares de arrebatados romanos”, así comienza Jesús Maeso de la Torre la fascinante novela “Las lágrimas de Julio César” (Ediciones B). Sobre el mismo templo de Hércules Gaditano, en Sancti Petri, Julio César había decidido abandonar su cargo de administrador de justicia y emular la grandeza de Alejandro, parte a Roma para adentrase en la intricada red de poder y dinero que era la política romana…
El mismo año que comienza la cruenta guerra civil que le enfrentó a Pompeyo, en el 49 a C., Julio César concedió a Gades el estatus de “Municipium Civium Romanorum”, el estatus de ciudadanos romanos de pleno derecho para sus habitantes. Para ello fue fundamental –además de la nostalgia por el templo de Hércules Gaditano– el apoyo que Gades, una de las provincias más ricas de la tardorrepública romana, le había ofrecido por su íntima amistad con Lucio Cornelio Balbo, apodado “Balbo el Mayor”, poderoso comerciante, banquero y militar al frente de la vieja oligarquía gaditana de linaje fenicio. Hay otra estupenda novela, escrita esta vez por León Arsenal (Madrid, 1960), “Balbo, la mano izquierda de César” (La Esfera de los Libros), que también comienza con César frente al templo gaditano y su gran flamero humeante. Balbo también está allí: “Pocos, aún entre sus enemigos, nombraban que Cayo Julio César tuviese tanto talento como ambición, así como un olfato envidiable para los golpes de efecto. Él, a su vez, se preciaba de saber reconocer a los hombres con esas mismas cualidades. Aquel magnate gaditano, Balbo, era uno de tales hombres”.
Cádiz, indudablemente, se benefició de aquel sueño bajo la influencia del Hércules Gaditano y esta alianza entre Julio César y los Balbo. Lo afirma Lázaro Lagóstena: “Potencia económica, influyente en la capital imperial y sede del conventus Gaditanus, una de las circunscripciones más ricas de la Bética, Gades se dotó de los elementos urbanísticos propios de una gran ciudad romana. Es posible que en este contexto, aunque las fuentes no lo indican expresamente, se fraguara la construcción del acueducto que había de conducir el agua desde la lejana serranía hasta la sede insular de la civitas Gaditana”. Ese acueducto, que se finalizó a mediados del siglo I, fue una obra colosal que mostrará la exposición “Aqva Dvcta” en la Casa de Cultura. El profesor Lagóstena sostiene que ese acueducto que unía el manantial del Tempul con la ciudad de Gades fue, sin duda, un ejemplo paradigmático “de las obras de ingeniería y logros técnicos” de la sociedad romana, al tiempo que “ilustra magistralmente que la Bahía de Cádiz era un territorio mancomunado en época altoimperial”. Y así es.
La llamada "Torre de los Arquillos". Foto: Paco Vera / Blog Ch'usay. |
Aquel acueducto de la vieja Gades –el más largo de cuantos se construyeron en España, con ochenta kilómetros– transcurría por los términos municipales de Algar, San José del Valle, Jerez de la Frontera, Paterna de Rivera, Torrecera, Puerto Real, Chiclana, San Fernando y Cádiz. “Es por tanto uno de los escasos recursos patrimoniales cuya recuperación, defensa y puesta en valor –afirma de nuevo Lagóstena– puede interesar directamente a decenas de miles de ciudadanos, habitantes de estas localidades”. Esta vinculación con Chiclana –la entonces villa romana de Caeciliana— es aún evidente en la denominada “Torre de los Arquillos”, el inicio del sifón que cruzaba el entonces arroyo Zurraque por su desembocadura, y que se encuentra en El Marquesado y es uno de los linderos con Puerto Real. “Los restos conservados muestran factura similar a las conocidas en el valle de los Arquillos, y su deterioro actual hace que conserve un frágil equilibrio. De las alquerías sólo queda el recuerdo en la toponimia de la zona”, según la descripción que hace el propio Lagóstena en la “Guía para la ruta cultural del acueducto romano del Tempul a Gades”, proyecto emprendido con el nombre latino de “Aqva Dvcta” por el seminario Agustín de Horozco de Estudios Económicos de la Universidad de Cádiz.
Ver en Diario de Cádiz:
http://www.diariodecadiz.es/opinion/analisis/Julio-Cesar-Torre-Arquillos_0_1186081648.html