JUAN CARLOS RODRÍGUEZ
Ha muerto José Luis Sampedro. Y rompo este silencio de
meses, para despedirle con honores, revuelto si cabe porque en los papeles y
las pantallas se le loa como un estandarte, como un indignado, como un
economista, como un intelectual del desencanto. Lo era, lo seguirá siendo.
Pero, aún apreciando su humanismo y su rebeldía, quiero decirle adiós al
novelista.
Sí, Sampedro era amplio, poliédrico e icónico, pero para mí –para ese lector juvenil que aún soy de vez en cuando– se va el mago, esa voz legendaria, ese genio capaz de atravesar el tiempo y la literatura de “La vieja sirena” (1990).
Sí, Sampedro era amplio, poliédrico e icónico, pero para mí –para ese lector juvenil que aún soy de vez en cuando– se va el mago, esa voz legendaria, ese genio capaz de atravesar el tiempo y la literatura de “La vieja sirena” (1990).
Ese portentoso narrador del alma y sus alegrías, de sus
quebrantos y miserias, de su amor inextinguible. Ese maravilloso trovador de la
valentía, de la justicia, del amor que aún es Glauka con sus ojos verdes,
personaje inolvidable y sustancial de la novela española del siglo XX. Esa
Glauka, sirena entre los siglos, que es la humanidad misma, inocente, que
aprende y se corrompe al mezclarse con los hombres, con los humanos, con sus
ambiciones, con su afán de poder y de poseer, con su miedo a la muerte... y a la vida.
Glauka, como Krito, es sabiduría y sensualidad, nostalgia y felicidad nunca ausente de dolor. Pasaron los años, y “La vieja sirena” nunca se ha ido. Ni ahora que creo que Sampedro se reencarnará en algún lugar como Glauka. O estará junto a ella.
Porque puede que lo haga en Salvatore Roncone, su otro gran personaje, el protagonista de “La sonrisa etrusca” (1985), esa otra gran novela –misericorde, lúcida, sentimental– en el haber de Sampedro. Imprescindible, por supuesto. Con ella y con “La vieja sirena”, dicho ya queda, me hubiera bastado rendir honores a José Luis Sampedro, escritor, novelista y nostálgico.
Glauka, como Krito, es sabiduría y sensualidad, nostalgia y felicidad nunca ausente de dolor. Pasaron los años, y “La vieja sirena” nunca se ha ido. Ni ahora que creo que Sampedro se reencarnará en algún lugar como Glauka. O estará junto a ella.
Porque puede que lo haga en Salvatore Roncone, su otro gran personaje, el protagonista de “La sonrisa etrusca” (1985), esa otra gran novela –misericorde, lúcida, sentimental– en el haber de Sampedro. Imprescindible, por supuesto. Con ella y con “La vieja sirena”, dicho ya queda, me hubiera bastado rendir honores a José Luis Sampedro, escritor, novelista y nostálgico.
Este mismo Sampedro que es Malvina, el caballero D’Eon, Ernesto Ribalta y hasta el dios Narciso en “Real sitio” (1993), la novela con la que cerró esa trilogía que denominó “Los círculos de los tiempos”, que inauguró con “Octubre, octubre” (1981), retrato eficaz de un tiempo que no acaba de irse y prosiguió con “La vieja sirena”, insuperable testimonio de todo lo que Sampedro es y será.