Vista de Cádiz, con representación en primer término de una almadraba, en la Obra "Civitates Orbis Terrarum" (1564-1578). |
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
Hace justamente un siglo en “El Correo de Cádiz”, con fecha 22 de agosto de 1917, apareció la siguiente información: “Ha ordenado el alcalde de Chiclana se convoque al Ayuntamiento y a los mayores contribuyentes de la población para estudiar la forma de terminar cuanto antes el camino vecinal que conduce a la playa La Barrosa, obra que es de gran interés para este vecindario”. El “camino vecinal a La Barrosa”, que así se llamó, sumaba ya seis años prácticamente baldíos: desde 1911, cuando el Ayuntamiento solicitó al gobernador civil la declaración de “utilidad pública”. Por aquel entonces la ciudad comenzaba a extenderse hacia lo que había sido “El Mayorazgo” fundado por el Conde del Pinar en 1732. Tanto que en 1912, el periodista Pedro Tejera escribió en el periódico “La información” que ya existían, al menos, “veinte posiciones de recreo”. Si recorremos aquella suscripción popular del camino de La Barrosa y su trazado desde aquel Mayorazgo, vemos también que el encanto de la playa y su “pintoresco pinar” ya era extraordinario hace cien años. “Reciban, pues, nuestras felicitaciones más entusiastas el Sr. Fernández Caro –decía “El Correo de Cádiz”, en referencia al alcalde Juan Fernández Caro y su “suscripción voluntaria”– y cuantos con él han colaborado para la realización del proyecto, y muy efusiva también para el pueblo de Chiclana, que con la construcción del camino a la playa de La Barrosa, verá aumentarse considerablemente el contingente de bañistas, pues muchas familias vendrán a disfrutar de las aguas del salutífero manantial de Fuente Amarga, como a la magnífica y deliciosa playa de La Barrosa, la playa más limpia, más tranquila, más hermosa y mejor que hay en el mundo”.
El alcalde Juan Fernández Caro convocó en la sala capitular del Excmo. Ayuntamiento –y que apenas unos meses antes se había trasladado ya a su actual ubicación– a esos “mayores contribuyentes”, la mayoría reconocidos bodegueros, contando con “el más noble y desinteresado patriotismo”, dice la crónica de “El Correo de Cádiz”. Los señores Cañizares y Gómez de Humarán habían anunciado la cesión de los terrenos que continuaban el camino de la Barca, que era como entonces se llamaba al que acababa en Sancti Petri. Consta lo que aportaron unos y otros: José Vélez Sánchez dio 500 pesetas, Joaquín de Mier y del Río dijo 300 pesetas, Manuel Romero Pérez que 100 pesetas… Había que reunir casi cuarenta mil, que era el presupuesto hasta la playa: “La más limpia, la más tranquila y mejor situada que se conoce; la que a juicio de todo el mundo, es superior a las de San Sebastián y Biarritz”, dijo aquella tarde el alcalde Fernández Caro.
La Barrosa, años 50. |
La fascinación por La Barrosa, pues, era hace un siglo ya mucho mayor de lo que creíamos. Antes de que aquel matrimonio británico, el pintor y naturalista William Ridell y su esposa, Violetta Buck, construyera a finales de la década de 1920 la que fue la primera residencia de verano en pleno pinar, que llamaron “Villa Violeta”, y en 1940 vendieran a otro británico y bodeguero, Don Guido Dingwall-Williams. Antes todavía de aquellos paisajes idílicos que pintó Felipe Arbazuza –“Playa de la Barrosa” (1925) o “Pinos y tierras rojas” (1928)–, que se exponen en el Museo de Cádiz. Y antes aún que aquella playa viera extinguirse la última de las dos almadrabas que había mantenido frente a su orilla, al menos desde el siglo XVI y, seguramente, desde época romana. José Ruiz Rodríguez pierde la demanda contra la Administración General del Estado contra la rescisión del contrato de arrendamiento de la almadraba de Torre del Puerco en 1916. La Compañía Almadrabera Española la seguiría calando aún en 1923. En 1928, año de la creación del Consorcio Nacional Almadrabero, ya había desaparecido.
En numerosas publicaciones del siglo XIX se describen las dos almadrabas de La Barrosa –además de la citada como “Punta de la Isla”, que luego sería Sancti Petri–, incluso en el “Reglamento” de 1866 que ordena el empleo de la técnica llamada de “tiro” frente a la de “buche”. Una Real Orden de 1843 enumeran las almadrabas de la costa de Cádiz y cita la denominada oficialmente como “Torre del Puerco”, creada en 1816, a cuyo pie, no obstante, hay un yacimiento con industria alfarera romana del siglo I-II d. C. –aunque la datación del yacimiento es muy anterior– destinada a la actividad pesquera y de salazones, junto a restos cerámicos almohades destinado al trasiego comercial. La otra, llamada “La Barrosa”, y fechada en 1813, estaba a la altura de la 2ª Pista: “Cerca de dos millas al Norte de la torre del Puerco se encuentra la Casa de la Barrosa, que es un gran caserón blanco asentado en la orilla de la playa destinada a la salazón del atún y a guardar los aparejos y demás utensilios de la almadraba que anualmente se calan allí”, dice el “Derrotero de las costas de España y Portugal” (1867), escrito por el capitán de fragata Pedro Riudavets. Frente al caserón había un fondeadero: “Las embarcaciones de pesca y también las de cabotaje –afirma Riudavets– encuentran un excelente abrigo para levante por enfrente de la Barrosa”.
Leer en Diario de Cádiz:
http://www.diariodecadiz.es/opinion/analisis/Camino-Barrosa-atunes_0_1135686688.html