lunes, 4 de diciembre de 2017

CHICLANA, DE LA ZARZUELA A LA COPLA | Laurel y rosas (99)

Una escena de un montaje contemporáneo de "La verbena de La Paloma". Foto: España es cultura

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ

Es suficientemente conocido que en la más popular de las obras del llamado “género chico” –la zarzuela de un único acto–, es decir, “La verbena de La Paloma”, suena una nostálgica soleá: “¡Ay! En Chiclana me crié,/ que me busquen en Chiclana/ si me llegara a perder”. Es la primera estrofa que entona en el café de Melilla, en pleno corazón del Madrid castizo –el barrio de La Latina–, una cantaora anónima mientras que las hermanas Casta y Susana tratan de convencer a su barbiana tía Antonia, con la que viven, de que no vaya a la verbena. Mientras, la soleá continúa: “Los arroyos y las fuentes/ no quieren mezclar sus aguas/ con mis lágrimas ardientes”. A la cantaora se le oye de fondo, entre acometidas de unas –las sobrinas, que quieren a solas irse con Don Hilarión, el boticario–, y repliegues de otra –la tía Antonia–, que no renuncia a una noche “de broma y jarana”. La cantaora sigue interpretando, “jaleada y palmoteada”, como la describe José Blas Vega, acompañada por un piano minimalista: “Si porque no tengo madre/ vienes a buscarme a casa/ anda y búscame en la calle”. La soleá emerge ahora claramente como un quejío de dolor, reproche y desamor: “Que me dijo mi madre que no me fiara/ no de tus ojos que miran traidores/ ni de tus palabras”. 

Ay, ya está la chiclanera penando mal de amores, como años después cantaría Angelillo en ese supremo pasodoble que compusieron en el Madrid republicano entre Rafael Oropesa –poco antes de que se convirtiera en el director de la banda del Quinto Regimiento, el del General Lister– y Antonio Carmona Reverte para la película “¡Centinela alerta!” (1937), dirigida por el francés Jean Grémillon y producida, nada más y nada menos, por Luis Buñuel, a quien unánimemente los críticos tienen por su verdadero director. Esa comedia melodramática, acabada de filmar poco antes del 18 de julio, tenía un argumento, por cierto, creado por un “sainetero” ilustre como Carlos Arniches, y el guión lo iba a firmar un prestigioso Eduardo Ugarte, fundador con Federico García Lorca en plena guerra civil de “La Barraca”. Es ahí donde nace “Chiclanera”, esa traición convertida en copla y en verdadero himno, que Angelillo interpreta por vez primera en el rodaje y que tiene letra de un olvidado Luis Vega Pernas, que se inspiró, indudablemente, en la soleá, en ese jaleo, que Tomás Bretón insertara en el segundo cuadro de “La verbena de La Paloma o El boticario y las chulapas o Celos mal reprimidos”, los tres títulos con los que se estrenó con éxito arrollador en Madrid, en el Teatro Apolo, el 17 de febrero de 1894. Las cuatro estrofas de “En Chiclana me crié” la escribió –como todo el librero de la zarzuela– un injustamente postergado Ricardo de la Vega, “el famoso sainetero, que tantos y tan justos aplausos ha logrado dando honra y prez a la escena española”, que decía la necrológica en el “Abc” de 1910.

Cartel original. Foto: BNE
Si fama alcanzó “La verbena de La Paloma”, el sainete sentimental que Ricardo de la Vega ofreció a Ruperto Chapí –que entonces era la máxima figura de la zarzuela– antes que a un Bretón obsesionado con triunfar en la ópera, igualmente entusiasmó esa soleá de “En Chiclana me crié”. La soleá aún no era el palo flamenco que hoy se interpreta, sino más bien una copla con aires de bulerías, pero esa inserción aflamencada en el eje de la zarzuela que incluye Bretón se convertirá en una moda que, a partir de entonces, se populariza y se imita en el género chico y también en el grande. Ricardo de la Vega que vio el impacto de esa soleá, incluyó en la propia zarzuela su propio jaleo, haciéndole a tía Antonia dirigirse a la cantaora: “¡Olé, olé, olé,/ que te aplaudo yo!,/ ¡porque sí señó!,/ ¡porque me gustó!/ ¡Y no habrá ninguno/ que diga que no!/ ¡Bendita sea la madre/ que te parió!/ ¡Y lo digo yo,/ ¡y san se acabó!”. No solo se imita el estilo, también el tema. “La Tempranica”, cantante de “aires regionales”, graba en 1919, por ejemplo, un curiosa tonadilla, “Soy de Chiclana”, composición de Joaquín Peñalba y J. Vivas.

Ricardo de la Vega

La pregunta, sin embargo, es: ¿Por qué en “La verbena de La Paloma”, tan castiza, tan madrileña, incluye Ricardo de la Vega este homenaje a Chiclana? No lo sabemos. Pero sí es posible intuirlo, o al menos exponer una hipótesis que va más allá de la fama que, al fin del siglo XIX, tenía aquella Chiclana y sus balnearios, Braque y Fuente Amarga, que se extendía por todo el país como Biarritz o San Sebastián. Ricardo de la Vega (Madrid, 1839-1910) era hijo de aquel Ventura de la Vega que la noche del espléndido estreno de “El trovador”, el 1 de marzo de 1836, le presta su levita negra al joven Antonio García Gutiérrez cuando el público entusiasmado pidió: “¡El autor, el autor! ¡Qué salga el autor!”. Esa noche en la que García Gutiérrez hizo historia, Ventura de la Vega –a quien conoció en el café del Príncipe junto a Espronceda y Larra– le acompañó y ya nunca se separaron. Fue su amigo y su maestro. Pero también un hermano mayor. Así que Ricardo, el hijo, si homenajeó a Chiclana estaba pensando en García Gutiérrez. No hay otra. “¡Ay! En Chiclana me crié,/ que me busquen en Chiclana/ si me llegara a perder”.

Leer en Diario de Cádiz:
http://www.diariodecadiz.es/opinion/analisis/Chiclana-zarzuela-copla_0_1194480566.html