JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Otra vez la poesía. José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1926) ve culminada con el Premio Cervantes –justo después de obtenerlo Nicanor Parra– una trayectoria poética “discontinua e intermitente”, como él mismo admite, pero rigurosa y vivida verso a verso desde 1962, año en el que publicó su primer poemario, Las adivinaciones, en el que ya proclamó que solo “la palabra acabará salvándome”.
Un Cervantes para 60 años de versos y apenas una decena de poemarios, cinco novelas, dos libros de memorias… pero que, en conjunto, es el testimonio autobiográfico y rotundo de un poeta con mayúsculas.
Todo en Caballero Bonald es poesía. Desde Ágata ojo de gata, un largo poema en prosa enmascarado de novela, hasta esas memorias inconclusas, La costumbre de vivir, en las que toma la palabra contra las “ofensas de la vida”. En cierto modo, esta expresión es la que el poeta sitúa como la clave de toda su obra. Porque, guste o no, en Caballero Bonald hay una voz independiente, insobornable, que siempre ha defendido que el verso solo ha de ver la luz cuando es redondo y representa la propia voz del poeta, es decir, “la preocupación por rastrear mi propia experiencia”. Incluido su último título, Entreguerras (Seix Barral), largo poema sin rimas ni signos de puntuación.
Consciente de que “sabe que miente el que recuerda”, toda su poesía está condicionada por esa premisa autobiográfica. “Yo intento, a través del propio lenguaje, aclararme mi propia experiencia, ejercer una crítica de ese lenguaje que me sirva a la vez para investigar en mis fijaciones, en mis fantasmas temáticos”. Sobre todo, esa voluntad del poeta de que la memoria, el pasado –al fin y al cabo, “evocar lo vivido equivale a inventarlo”–, tienen valor en cuanto ayudan a fijar el presente.
Mostrar el presente
Porque el poeta, el artista en general, tiene en cierto sentido la obligación de mostrarnos el presente. Aunque haya muchos caminos para llegar hasta ello.
Así, la poesía cívica, amatoria, social, meditativa coexisten en una producción que ha sabido mantener una absoluta coherencia. Sobre todo, porque desde el primer al último verso, desde las novelas que cruzan ese territorio mítico de Argónida (Doñana) hasta las memorias de un antifranquista contumaz, componen, ante todo, una aventura de la palabra.
“Cada día me convenzo y estoy dispuesto a admitir que no existen los géneros. Creo que lo que llamamos géneros literarios tiene mucho que ver con el artificio, las estratagemas, las trampas retóricas. Un poema es la máxima temperatura que puede alcanzarse con el manejo de la lengua”.
Baste acaso lo que Jenaro Talens ve en la poesía del jerezano: “La escritura asume como límite y como horizonte desde, al menos, Descrédito del héroe, el carácter retórico, es decir, verbal, de nuestra relación lingüísticamente mediada con el mundo. Sus textos se adhieren, por ello, con una voluntad constante a la vertiente culterana del barroco español”.
Ese decidido barroquismo impregna no solo al poema, también al personaje: “Yo he defendido el barroco toda la vida porque reivindico mi historia, mis tradiciones. Andalucía es barroca desde Góngora hasta la Catedral de Cádiz, no creo que lo barroco sea algo confundible con la retórica, con lo ampuloso o artificial. Todo lo que no es barroco es periodismo”. Palabras que, por su cuenta y riesgo, dejan a la clara cuánto de erróneo hay en ese dictamen que a veces se posa en su poesía calificándola o reduciéndola al realismo.
De madre francesa y padre cubano, asentados en Jerez al albur de los negocios de la exportación del vino, Caballero Bonald heredó y desarrolló una pasión por Hispanoamérica y el lenguaje que queda patente al nombrar a sus dos poetas referenciales: Alejo Carpentier y José Lezama Lima.
Poesía moral
A menudo se ha definido la poesía de Caballero Bonald, sobrepasando el barroquismo, como moral. En el sentido de que la coherencia lingüística es testimonio también de una coherencia temática. Lo moral en la poesía de Caballero Bonald está concebida, como el título del poemario escrito entre 1976 y 1986, en pos del Descrédito del héroe. Es decir, en combatir toda institución, todo poder, lo que el poeta define meridianamente cuando afirma eso de que “soy insumiso hasta de mí mismo”.
El poema es, en este sentido, una constante lucha contra la certeza. “Qué palabra inhumana la palabra certeza: lo que aún desconozco constituye el único argumento de esta historia”, escribió en “Caprespre a Lluch-Alcari”, poema en prosa –como todos los de Laberinto de fortunas (1984)– en que proclama también: “No es posible que nadie tenga fe en lo que es cierto”, verso del poema “De la creencia infantil en la lluvia”.
Caballero Bonald siempre estará, pues, frente a la certeza, cualquiera que sea. De que su poesía, en cualquier caso, es, ante todo, duda: porque, como viene a decir en varios de sus versos, tan solo el que duda puede explorar el camino hacia la verdad.
Intención de trascendencia
Testimonios que pueden ser leídos desde la religión. Es común ver a Caballero Bonald como un poeta antirreligioso. No lo es, pese a que sus declaraciones públicas, a veces con vehemencia, han atacado a la jerarquía eclesiástica.
En sus versos, sin que se puedan calificar siquiera de espirituales, hay una intención de trascendencia, de búsqueda que en la mayoría de las veces cobran la forma de apelaciones directas al lector; siempre, eso sí, desde la duda y, sobre todo, desde la libertad.
Esa obsesión frente a la institución –sea cual sea– es en Caballero Bonald una obsesión arraigada desde una libertad irreductible. Esa libertad da al hombre el protagonismo de su literatura. Y es el hombre, en su soledad, el que tiene que encontrarse con Dios.
Voluntad de poesía
“El islam como la Iglesia católica tiene muchas lecturas, y las hay intransigentes. Pero es una falsedad reducirlos a ellas”, respondió Caballero Bonald preguntado por la demonización del islam a raíz de la publicación de Manual de infractores (2005), al fin y al cabo, un tratado de insurgencia nacido frente a la segunda guerra de Irak.
Con este poemario renace en José Manuel Caballero Bonald la voluntad de volver a escribir poesía: “Soy aquel que no quiso / recurrir al recurso del silencio / cuando ya no quedaban palabras por aquí”.
Esa confesión del que escribe como insurrección –son versos del poema titulado “De los peligros epistolares”– para expresar su rebeldía ante todo lo que le rodea resume su obra literaria, que, al fin y al cabo, es su obra poética más allá de géneros y marcada por una impresionante capacidad verbal, justamente reconocida como culminación de toda una generación, la de los 50, que, en cierto modo, también es reconocida por fin con este galardón.
“Pensé que no iba a llegar…”, afirma el escritor jerezano del único premio que, hasta el momento, le faltaba de cuantos se conceden de renombre a poetas en lengua española. Un premio, en definitiva, al barroquismo y la libertad.
En el nº 2.827 de Vida Nueva.