La torre de la Cabeza del Puerco vista desde la Loma. Foto: Proyecto Limes Platalea |
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
Hay rincones, espacios, paisajes que
contagian a quien lo transita de trascendencia. De la certeza de hallarse en un
lugar privilegiado, que te concede a la vez paz y euforia. Cada uno tiene el
suyo, o los suyos. Ahora, cuando el frío se cierne casi irreversible sobre nosotros,
es aún mayor el privilegio de pasear por una playa de La Barrosa desértica, al
pie de un oleaje más voraz y sonoro que en el verano. De entre todas las
posibilidades que los kilómetros de playa otorga, particularmente, la Loma del
Puerco ofrece, sin duda, una de las vistas más espectaculares de la playa, que,
por sí misma, explica su singularidad desde un punto de vista estratégico o de
vigilancia de la costa. Aún con el desarrollo hotelero del entorno, es uno de
esos parajes en el que el tiempo se detiene, entre las sabinas, los mirtos, las
santolinas, las retamas, los lentiscos, las jaras y los enebros del frente
litoral.
La Torre del Puerco, la
abandonada casa-cuartel, el Parque Periurbano de La Barrosa forman parte de un
escenario de extraordinario interés histórico, habitado y asociado a la
actividad pesquera, al menos hace 1.400 años a. C. Mucho, afortunadamente, se
ha escrito del capítulo fundamental en la historia de la Guerra de la
Independencia, que se desarrolló en este espacio singular: la batalla de 5 de
marzo de 1811. La Junta de Andalucía lo incluyó como “Sitio histórico”
vinculado a la Constitución de 1812, inscrito en el Catálogo General del
Patrimonio Histórico Andaluz con fecha 29 de febrero de 2012. Poco se sabe, sin
embargo, de los restos que, cuando aún era la loma propiedad de Campano,
seguían apareciendo: restos de caballos, de armamento… Huellas de las más de
tres mil quinientas víctimas de una batalla que los británicos guardan en su
historia militar con letras doradas, que dio nombre de “Barossa” a una
extraordinaria región vitivinícola de Australia, entre otras múltiples reconocimientos.
El torreón ya existía cuando Luis
Bravo de Laguna, comisionado por Felipe II, llegó a Andalucía en 1577 para
rehacer y reorganizar las defensas de las costas y escribió al Rey que “todo
esto está lleno de navíos enemigos”, en referencia a los temidos piratas
berberiscos. En la construcción de la Torre del Puerco se emplearon para su
construcción materiales romanos, como ladrillos, tégulas y restos de cocción de
alfares del siglo I-II d. C., entre otros elementos constructivos. En el
entorno inmediato de la torre-vigía se han hallado en sucesivas excavaciones, a
partir de la realizada en 1991 por Francisco Giles Pacheco y Rita Benítez Mota,
conjuntos líticos –tallado de piedra– del Pleistoceno Medio-Superior, un
poblamiento del Cobre, una industria alfarera romana del siglo I-II d. C. y
evidencias de poblamientos en diversas épocas modernas, como evidencia el hallazgo
de un horno, probablemente, romano pero reconstruido en época andalusí. Incluidos
en la “Base de datos del Patrimonio Inmueble de Andalucía”, todos estos
elementos –además de una pequeña necrópolis datada en la Edad del Bronce,
fechada por carbono 14 en el 1380 a. C.–, están hoy ocultos bajo las dunas. Y confirman
que nos hallamos ante un espacio habitado desde hace más de tres mil años, sin
duda, por sus características propicias para la pesca, pero también por sus
peculiaridades de avistamiento de la costa.
La torre, desde su camino de acceso junto a la casa-cuartel |
La Torre del Puerco se suma así a
los abundantes asentamientos de época romana que jalonan el litoral gaditano,
vinculada indudablemente a la rica actividad de salazones y a la privilegiada
situación geográfica, que además le sitúan cerca de la vía Heráclea. Otros
investigadores, como Francisco Cavilla Sánchez-Molero, han establecido una
continuidad en las explotaciones pesqueras en la loma del Puerco que confirman
la existencia en el periodo andalusí de una almadraba, a partir de hallazgos
subacuáticos de materiales cerámicos musulmanes que se fechan desde el siglo IX
al XIII.
De la casa cuartel de la Guardia
Civil –que ha servido de escenario, incluso, a alguna novela, como “La fábrica
de árboles”, de Miguel Gilaranz– poco se sabe, sin embargo. Es un edificio que,
si bien en sí mismo tiene escaso valor arquitectónico, se adapta perfectamente
a la cima del acantilado, casi camuflándose en el entorno, y es parte
indisociable del paisaje que los chiclaneros de hoy hemos conocido. Construida
a finales del siglo XIX o principios del siglo XX, fue destinada a alojar a las
familias del Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras, cuerpo armado suprimido en 1940 por Franco ante su “lealtad
republicana”. Sus funciones de vigía de la costa y protección de las fronteras,
las recibió entonces la Guardia Civil. Gilaranz habla en su novela de que,
durante la posguerra, acogía hasta a seis familias. Lo que es indudable es que
es testigo de un escenario arqueológico, histórico y medioambiental de máximo
interés. Porque, además del parque periurbano, es el punto de observación más
importante en Europa de la espátula común (Limes Platalea).