Galdós, según Sorolla. Foto: Casa-Museo de Pérez Galdós. Las Palmas de Gran Canarias. |
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
La vida, como la literatura, es disonante, ambigua y ambivalente. Estos tres adjetivos –exactos sin duda– los enumera el filósofo Joan-Carles Mèlich es un librito extraordinario, “La lectura como plegaria” (Fragmenta Editorial). “En la literatura no hay ideas claras y distintas, no hay principios que nos digan cómo y de qué forma hay que leer, ni cuál es la forma correcta de lectura. En la literatura, como en la vida, tampoco hay señales inequívocas que nos muestren la interpretación correcta”. Para Mèlich, la literatura es, ante todo, un juego de infinitas interpretaciones. Me acordé de Mèlich por asociación con una relectura reciente de Galdós: “Misericordia”, en la magnífica edición de la Real Academia Española con un texto introductorio de Antonio Muñoz Molina. Un Galdós desengañado políticamente y que en esa novela, acabada en 1897, abandona el anticlericalismo por un misticismo en cierto modo necesario. “No hay religión sin misterio, sin angustia, sin vértigo”, dice Mèlich en su libro de aforismos. Frase muy propia para estos tiempos de cuaresma. También para concluir esta introducción de Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843-Madrid, 1920), escritor portentoso como saben, y de una revisión que, desde hace tiempo, tenía pendiente a cómo Chiclana aparece en varios de sus volúmenes de los “Episodios nacionales”, al menos en cinco: en los titulados “Trafalgar”, “Cádiz”, “Mendizábal”, “De Oñate a la Granja” y “O’Donnell”.
La vida, como la literatura, es disonante, ambigua y ambivalente. Estos tres adjetivos –exactos sin duda– los enumera el filósofo Joan-Carles Mèlich es un librito extraordinario, “La lectura como plegaria” (Fragmenta Editorial). “En la literatura no hay ideas claras y distintas, no hay principios que nos digan cómo y de qué forma hay que leer, ni cuál es la forma correcta de lectura. En la literatura, como en la vida, tampoco hay señales inequívocas que nos muestren la interpretación correcta”. Para Mèlich, la literatura es, ante todo, un juego de infinitas interpretaciones. Me acordé de Mèlich por asociación con una relectura reciente de Galdós: “Misericordia”, en la magnífica edición de la Real Academia Española con un texto introductorio de Antonio Muñoz Molina. Un Galdós desengañado políticamente y que en esa novela, acabada en 1897, abandona el anticlericalismo por un misticismo en cierto modo necesario. “No hay religión sin misterio, sin angustia, sin vértigo”, dice Mèlich en su libro de aforismos. Frase muy propia para estos tiempos de cuaresma. También para concluir esta introducción de Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843-Madrid, 1920), escritor portentoso como saben, y de una revisión que, desde hace tiempo, tenía pendiente a cómo Chiclana aparece en varios de sus volúmenes de los “Episodios nacionales”, al menos en cinco: en los titulados “Trafalgar”, “Cádiz”, “Mendizábal”, “De Oñate a la Granja” y “O’Donnell”.
La presencia de Chiclana en las 47
novelas que componen la gran serie histórica decimonónica o, para ser más
concreto, es también la de personajes fundamentales de la Chiclana del XIX,
siglo que ya se ha dicho que es, particularmente, nuestro siglo de Oro. “Yo soy
gaditano, o lo que es lo mismo, de Chiclana, y por tener algún parentesco
lejano con los Méndez y amistad con los Bertrán de Lis, no me ve usted pidiendo
limosna. Soy muy corto. Aquí sólo hacen carrera los parlanchines, y yo, aunque
andaluz, me callo muy buenas cosas y no tengo el despotrique que ahora se usa.
Sea usted bullanguero, piense como un topo y charle como una cotorra, y verá
cómo se le abren todos los caminos...”. Párrafo que Galdós pone en boca de don
Fernando Galpena, protagonista de “Mendizábal” (1898), personaje de oscuro
pasado y aún más extraño presente. La elección de Galpena como chiclanero nunca
la explicó Galdós, pero en la novela se entiende perfectamente como un recurso
para hablar de dos figuras del momento: una taurina, Paquiro; la otra, emergente,
García Gutiérrez, que, como el mismo Juan de Dios Méndez Álvarez “Mendizábal” –aunque
Galdós no duda en decir que es “hijo de Cádiz”–, aparecen también en “De Oñate
a la Granja”, novela de la que sigue siendo protagonista el chiclanero Fernando
Galpena.
En “Mendizábal”, por ejemplo, Galpena
asiste a una corrida con su mentor, el padre Pedro Hillo, para ver al “afamado”
Paquiro, su paisano. Galdós llega incluso a atribuir a otro de los personajes de
esta novela, a José del Milagro, compañero de Galpena en la Secretaría de
Marina, la puesta en escena de “El Trovador”. Así le dice a Galperna: “Y en
casa puede usted ver a una notabilidad, un chico poeta de mi pueblo, Chiclana,
que aunque soldado de la última quinta, hace versos como los ángeles; sólo que
es tan corto de genio y tan para poco, que cuesta Dios y ayuda hacerle leer lo
que escribe. Se llama Antonio Gutiérrez, y ha compuesto un dramita que titula El
Trovador o cosa así, y en casa nos ha parecido tan bueno, que yo mismo se
lo he llevado a Guzmán para que lo lea, a ver si a él o a Carlos Latorre les da
la ventolera de representarlo”. Galdós, ya en “De Oñate a la Granja” (1876), había insertado en la narración una
carta dirigida a Fernandito Galpena por su madre: “¡Lo que te has perdido,
badulaque, por meterte a politiquear en tonto! Si hubieras seguido formal y
obediente, habrías asistido al estreno de El Trovador en el Príncipe. ¡Qué
bonito drama, qué versos primorosos! Pocas veces ha estado nuestro gran coliseo
tan brillante como aquella noche... ¡Qué selecto gentío, qué lujo, qué
elegancia! La obra es de esas que hacen llorar en algunos pasajes, y en otros
encienden el entusiasmo. Quizás tú la conozcas; el autor es un jovencito de
Chiclana que andaba contigo y con Miguel de los Santos”.
Chiclana aparece como parada del
embustero Malespina dirección a Algeciras en “Trafalgar”, escenario de “la
célebre batalla del Cerro de la cabeza del Puerco” en Cádiz, de residencia del
taimado Tuste durante su adolescencia en “O’Donnell” o ciudad natal de “un tal
Méndez, que en su día se las había visto más gorda, pues ni latín sabía, y se
pasa el tiempo derribando vacas”, pariente de Mendizabal, al que el ministro había
enchufado en “De Oñate a la Granja”. Ministro al que, por su origen gaditano, uno de
los personajes, Víctor Ibraim, le llama “jormiguiya” por su origen gaditano, pero también por “su mucho
moverse, mucho proyectar de fantasía, y poco chapitel”.
Ver en Diario de Cádiz:
http://www.diariodecadiz.es/article/opinion/1967961/chiclana/segun/perez/galdos.html
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