domingo, 8 de marzo de 2015

Ya llegó la primavera (en el siglo XVIII) / Laurel y rosas (30)

La primavera ya llegó a Sancti Petri. Foto: Karen Neller

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
El absolutista Juan Bautista Arriaza y Superviela (Madrid, 1770-1837) fue un poeta menor que se dio a conocer en la Guerra de la Independencia por una serie de versos en honor de Fernando VII y por su poema extenso erótico-festivo sobre la danza, “Terpsícore o las gracias del baile”. A nosotros nos interesa por sus “Poesías líricas”, publicadas en 1822, en donde incluye el poema “Anacreóntica”, sobre, como él mismo explica, “a las primeras partidas de campo que se hicieron a Chiclana después del largo sitio de Cádiz, y acabados de destruir los campamentos franceses”. Sus primeros versos dicen así: “La primavera alegre/ llama con dulce risa/ al campo de Chiclana./ Las gaditanas Ninfas,/ tras los aciagos tiempos/ en que la guerra impía/ las tuvo entre murallas/ medrosas y afligidas./ Vedlas correr ansiosas,/ y ocupar a porfia/ las deleznables lanchas,/ las ruidosas berlinas”. 

      Llega la primavera y las familias ricas de Cádiz se echaban a la mar hacia Chiclana, hacia sus acaudaladas casas de campo, antes que nadie esas “gaditanas ninfas”, como la propia hermana de Antonio Alcalá Galiano, que confiesa en sus “Memorias”: “Mi hermana vestía con mucho rumbo, y quiso tener casa de campo en Chiclana, lo cual se llevó á efecto, porque así lo hacen las gentes de tono”. Arriaza prosigue sus versos festivamente describiendo esas barcazas en la mar hacia el embarcadero del Arenal: “¡Cuál por llegar se afanan/ y con jocosa grita/ al más ligero aplauden/y al perezoso animan!/ Bulle en placer Chiclana/ al verse acometida/ por mar y tierra a un tiempo/ de tropas tan festivas”.
Juan Bautista Arriaza
     En una fecha un tanto tardía, en 1867, el dramaturgo Juan Eugenio Hartzenbusch –el mismo que había recopilado años antes las “Obras escogidas” de Antonio García Gutiérrez– recopiló, editó y publicó el segundo tomo de las “Obras póstumas” de Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760-París, 1820), el célebre autor de “El sí de las niñas”. En ellas se incluye los autógrafos de su “Viaje a Italia”, libro que el había quedado inconcluso. Más bien, a Moratín no le dio tiempo de estructurar ni concebir esa obra, sino que dejó cuadernos sueltos con apuntes escritos a vuela pluma durante su presencia en Italia en 1796. 

     Al regreso a España, embarca en Génova hasta Mahón, de la isla balear prosigue hasta Málaga. Ya en carruaje, con Madrid como destino final, enfila el camino de Algeciras a Cádiz. Es entonces cuando pasa por Chiclana y escribe, según nos dice Hartzenbusch, “en un cuadernos de pocas hojas, igual que los anteriores, bien que sin título ni numeración” lo siguiente: “Chiclana es el lugar de delicias de las gentes ricas de Cádiz, y aquí vienen a divertirse en la buena estación las damas gaditanas, acompañadas de sus amantes, y seguidas de todo el lujo y aparato de la ciudad. Lo que se gasta y destroza con este motivo es incalculable. Aquí son los rompimientos, los celos, la tibieza, los nuevos amores, los enredos y graciosas aventuras, que alimentan en lo restante del año la curiosidad pública. Chiclana es el retrato de tales fábulas. Los maridos se quedan en Cádiz con sus cálculos y especulaciones mercantiles, envían dinero a Chiclana cuando es menester, y así conservan el inviolable amor de sus fieles esposas”.



      Ay. La primavera. Frasquita Larrea, por cierto, juzgaba insulso y aburrido el teatro de Moratín. De “El sí de las niñas”, obra que debió ver en Chiclana hacia 1806, llegó a decirle por carta a su esposo, Nicolás Bölh de Faber: “Te aburrirá, no tiene más mérito que su buen lenguaje”. Esta mujer que superó todas las convenciones que aún enclaustraban a la mujer escribió en su amplio epistolario una descripción de Chiclana, que nos interesa, precisamente porque insiste en esa asociación romántica entre nuestra ciudad y la primavera: “Era un dulce rincón. Rincón alegre y festivo de la hermosa Andalucía que alguna vez la risueña primavera señaló por suyo”. Palabras que luego el verano y toda su prosopopeya turística ha escondido. 

     “A lo lejos podéis divisar este ameno valle –sigue escribiendo Larrea a su corresponsal–. La blanca población de Chiclana resalta entre el perpetuo verdor de sus bosques de pinos”. Y en esa misma carta, más adelante añade: “¡Días de paz, fiestas de flores y frutas, celebradas al son de guitarras, panderos y castañuelas, en los campos de Santa Ana!”. Es curiosa la evolución de los gustos y placeres con los siglos. El jurista del Consejo de Indias, Rafael Antúnez y Acevedo, describió en sus “Memorias históricas”, recopiladas por Antonio García-Baquero González, a Chiclana en 1797 como “lugar de recreo y delicias para los habitantes de Cádiz”, sí, pero añade: “Allí tienen muchos comerciantes gaditanos casas de recreo. Las han embellecido y decorado con rincones a la sombra tan ansiados en estos lugares. Hay sobre todo dos estaciones, la primavera y el otoño en la que la estancia en Chiclana resulta maravillosa”.