La primavera ya llegó a Sancti Petri. Foto: Karen Neller |
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | DIARIO DE CÁDIZ
El absolutista Juan Bautista Arriaza y
Superviela (Madrid, 1770-1837) fue un poeta menor que se dio a conocer en la
Guerra de la Independencia por una serie de versos en honor de Fernando VII y
por su poema extenso erótico-festivo sobre la danza, “Terpsícore o las gracias
del baile”. A nosotros nos interesa por sus “Poesías líricas”, publicadas en 1822,
en donde incluye el poema “Anacreóntica”, sobre, como él mismo explica, “a las
primeras partidas de campo que se hicieron a Chiclana después del largo sitio
de Cádiz, y acabados de destruir los campamentos franceses”. Sus primeros
versos dicen así: “La primavera alegre/ llama con dulce risa/ al campo de
Chiclana./ Las gaditanas Ninfas,/ tras los aciagos tiempos/ en que la guerra
impía/ las tuvo entre murallas/ medrosas y afligidas./ Vedlas correr ansiosas,/
y ocupar a porfia/ las deleznables lanchas,/ las ruidosas berlinas”.
Llega la
primavera y las familias ricas de Cádiz se echaban a la mar hacia Chiclana,
hacia sus acaudaladas casas de campo, antes que nadie esas “gaditanas ninfas”,
como la propia hermana de Antonio Alcalá Galiano, que confiesa en sus
“Memorias”: “Mi hermana vestía con mucho rumbo, y
quiso tener casa de campo en Chiclana, lo cual se llevó á efecto, porque así lo hacen las gentes de tono”. Arriaza
prosigue sus versos festivamente describiendo esas barcazas en la mar hacia el
embarcadero del Arenal: “¡Cuál por llegar se afanan/ y con jocosa grita/ al más
ligero aplauden/y al perezoso animan!/ Bulle en placer Chiclana/ al verse
acometida/ por mar y tierra a un tiempo/ de tropas tan festivas”.
Juan Bautista Arriaza |
En una fecha un tanto tardía, en 1867, el
dramaturgo Juan Eugenio Hartzenbusch –el mismo que había recopilado años antes
las “Obras escogidas” de Antonio García Gutiérrez– recopiló, editó y publicó el
segundo tomo de las “Obras póstumas” de Leandro Fernández de Moratín (Madrid,
1760-París, 1820), el célebre autor de “El sí de las niñas”. En ellas se
incluye los autógrafos de su “Viaje a Italia”, libro que el había quedado inconcluso.
Más bien, a Moratín no le dio tiempo de estructurar ni concebir esa obra, sino
que dejó cuadernos sueltos con apuntes escritos a vuela pluma durante su
presencia en Italia en 1796.
Al regreso a España, embarca en Génova hasta
Mahón, de la isla balear prosigue hasta Málaga. Ya en carruaje, con Madrid como
destino final, enfila el camino de Algeciras a Cádiz. Es entonces cuando pasa
por Chiclana y escribe, según nos dice Hartzenbusch, “en un cuadernos de pocas
hojas, igual que los anteriores, bien que sin título ni numeración” lo
siguiente: “Chiclana es el lugar de delicias de las gentes ricas de Cádiz, y
aquí vienen a divertirse en la buena estación las damas gaditanas, acompañadas
de sus amantes, y seguidas de todo el lujo y aparato de la ciudad. Lo que se
gasta y destroza con este motivo es incalculable. Aquí son los rompimientos,
los celos, la tibieza, los nuevos amores, los enredos y graciosas aventuras,
que alimentan en lo restante del año la curiosidad pública. Chiclana es el
retrato de tales fábulas. Los maridos se quedan en Cádiz con sus cálculos y
especulaciones mercantiles, envían dinero a Chiclana cuando es menester, y así
conservan el inviolable amor de sus fieles esposas”.
Ay. La primavera. Frasquita Larrea, por
cierto, juzgaba insulso y aburrido el teatro de Moratín. De “El sí de las
niñas”, obra que debió ver en Chiclana hacia 1806, llegó a decirle por carta a
su esposo, Nicolás Bölh de Faber: “Te aburrirá, no tiene más mérito que su buen
lenguaje”. Esta mujer que superó todas las convenciones que aún enclaustraban a
la mujer escribió en su amplio epistolario una descripción de Chiclana, que nos
interesa, precisamente porque insiste en esa asociación romántica entre nuestra
ciudad y la primavera: “Era un dulce rincón. Rincón alegre y festivo de la
hermosa Andalucía que alguna vez la risueña primavera señaló por suyo”.
Palabras que luego el verano y toda su prosopopeya turística ha escondido.
“A
lo lejos podéis divisar este ameno valle –sigue escribiendo Larrea a su
corresponsal–. La blanca población de Chiclana resalta entre el perpetuo verdor
de sus bosques de pinos”. Y en esa misma carta, más adelante añade: “¡Días de
paz, fiestas de flores y frutas, celebradas al son de guitarras, panderos y
castañuelas, en los campos de Santa Ana!”. Es curiosa la evolución de los
gustos y placeres con los siglos. El jurista del Consejo de Indias, Rafael
Antúnez y Acevedo, describió en sus “Memorias históricas”, recopiladas por
Antonio García-Baquero González, a Chiclana en 1797 como “lugar de recreo
y delicias para los habitantes de Cádiz”, sí, pero añade: “Allí tienen muchos
comerciantes gaditanos casas de recreo. Las han embellecido y decorado con
rincones a la sombra tan ansiados en estos lugares. Hay sobre todo dos
estaciones, la primavera y el otoño en la que la estancia en Chiclana resulta
maravillosa”.