martes, 6 de septiembre de 2011

De Fernández Cuesta a Lorca: Yo ansío tener grandes ideas

Andaba pensando en este septiembre que arranca como un mordisco al corazón: temeroso, oscuro, una tormenta que se anuncia llena de angustia, dolor y un no se sabe qué será de nosotros, que hoy, cuando las bolsas se desploman, amenaza con arrastrarnos al infierno. Pensaba en ello, mientras leía a Manuel Fernández Cuesta y su "Aggiornamento", y descubría que ante la vuelta desde el agosto sideral y veraniego al crudo septiembre ya estaba dicho todo, o casi. El editor del Grup 62 escribe, por ejemplo, en un retrato en el que nos podríamos reconocer:
Según parece, septiembre es el mes de las separaciones y los divorcios. Las razones, evidentes. La convivencia, lejos del ars amandi, mina, en esta agitada época de turbocapitalismo, las relaciones personales: demasiado tiempo libre; demasiada individualidad. En mi caso, encerrado, persianas bajadas, ensalada y latas, fruta de supermercado, tabaco rubio —«lo tengo rubio», coreaban en la madrileña Gran Vía—, películas antiguas y algo de literatura, nada temo. Vuelvo al trabajo como el que regresa de la guerra: cansado, polvoriento y demacrado. Vengo de Libia, un fin de semana largo de acción, por aquello del sobresueldo. He perdido la mano con los morteros. Miles de mercenarios, nóminas de Occidente, recorren el país en camioneta: la prensa libre los llama rebeldes o insurgentes. Libia es una reserva espiritual de petróleo: un caramelo para Francia, ahora que su presidente, alzado del suelo por discretas plataformas, va a ser padre.
Y casi me quedo mudo. Pero vino Lorca, Federico, a salvarme. Me acordé de un párrafo que conservaba en algún lugar de mi casa y de mi vida. Un párrafo de "Mística", publicado en 1917, cuando el poeta aún era joven y optimista.




Desde otro encuadre distinto al de Fernández Cuesta, también nos podríamos reconocer en este tiempo –el mes y el momento– acerca del que Lorca también parece hablarnos: 
 “El orden es quizás la verdad, pero mi espíritu lo odia y lo exagera. Yo no soy ordenado, porque siempre tengo ideas nuevas y mi corazón cada hora del día tiene diferente modelación sentimental [...]. Hay en mi alma temor porque los ordenados me odian y me empujan hacia lo vulgar... pero mi corazón y mi alma y mis sentimientos se me rebelan y hacen que me aísle en mi círculo de amor [...]. Yo ansío tener grandes ideas y salir de esta agua de medianía e idiotez [...]. El trabajo no me salva, porque yo vivo de ensueños”.