La novela de “retrato político” apenas ha tenido en la literatura contemporánea española autores sólidos, quizás porque tampoco lo ha demandado el lector, porque en la prensa se agotan los argumentos o porque, simplemente, suele pensarse en ella como aburrida. Rafael Chirbes quizás sea el mejor ejemplo de que no tiene que ser así. No lo es. Son, por lo demás, novelas complejas que, para no ser parecer falsa, se necesita casi siempre haberlas vivido por dentro o, cuanto menos, una sólida investigación periodística. Más aún si lo narrado tiene como escenario la España reciente.
Y ahí es donde pone el foco José Luis Rodríguez del Corral (Morón de la Frontera, Sevilla, 1959) en Blues de Trafalgar (Premio de Novela Café Gijón 2011), novela que narra un profundo secreto de cuatro amigos protagonistas en la sociedad andaluza entre 1992 y la primera legislatura de Rodríguez Zapatero. Andrés, Fede, Julián e Irene, universitarios, que de vacaciones en Alcalá de los Gazules se encuentran un fardo de marihuana escondido en una cueva, se lo llevan y lo venden. Días después, muere un joven de localidad, presuntamente encargado de esconder la droga.
Más allá de tópicos al uso –algunas intrahistorias acerca de lo político y lo público o el tratamiento de la población de Barbate, incluida sus pedanías de Zahora y Zahara de los Atunes–, la novela de Rodríguez del Corral se resume en palabras del protagonista, Andrés: “Una historia de venganza que no se consuma, de justicia comprada por el dinero, de oportunidades que el mundo sólo ofrece si te desgarras el alma, de víctimas que no son buenas por ser víctimas, que cuenta una redención que no sirve para nada. El relato de un chantaje en el que nadie lleva su auténtico nombre pero sí su auténtico rostro”.
Todo lo dicho, podría resumirse en que la novela circunda lo moral como un espejismo de la última mitad del siglo XX. Lo moral ausente de todo: la política, las relaciones personales, la vida cotidiana. Y, frente a ello, ante un contumaz deseo de enriquecimiento por encima de todos y todo, Rodríguez del Corral sondea también la fidelidad, esa entidad que –más que el miedo– conduce al silencio, a la complicidad, a mirar para otro lado, ejercicio físico y moral (de nuevo) de moda en las últimas décadas.
¿Qué habríamos hecho nosotros?
Andrés, escritor en ciernes, más por miedo que por responsabilidad, no está de acuerdo con la “incautación” de la mercancía, y quiere devolverla para salvarle la vida al joven, que había sido secuestrado. Los otros tres amigos se alían: aprovecharán su venta, valorada en casi un centenar de millones de pesetas. Andrés calla, toma el dinero y corre. Más tarde, los remordimientos harán que dé parte de su dinero a la hija adolescente de la víctima.
Cierto que la trama y los personajes –Fede, Julián, Irene– no están suficientemente desarrollados, y en ellos habitan muchas lagunas, especialmente los tres amigos que se benefician de su “inmoralidad”, de los que el lector no tiene elementos mínimos para enjuiciarlos como reiteradamente pide Andrés, el protagonista-narrador, lanzando el reto al lector: ¿qué habría hecho usted? Algunos elementos más hay de las víctimas, Ana, sobre la que también se desata, al final de la novela, otro “juicio moral”. Que también se alarga al periodismo. No digo más.
Podría salvarse al autor –de hecho, lo hago– estimando que el núcleo narrativo no es tanto un “juicio moral” a Fede, Julián e Irene –ni tan siquiera a Ana, esa hija de protagonismo tardío y sorprendente–, sino el proceso de “reprobación” personal que vive Andrés, es decir, el juicio a sí mismo, obsesivo sin duda, que le lleva a huir a Londres y distanciarse de sus amigos de juventud y de Sevilla, la ciudad de los cuatro, en la década de los 90.
Para reflexionar, para incomodar
Años de transformación social, pero también de corrupción y enriquecimiento desenfrenado y amoral. Y, sobre todo, años de traición a los ideales. Una novela necesaria, sin duda. Pese a que adolece de un intento por justificarse, de darle al lector ya todo mascado, pensado. Las reflexiones del protagonista-narrador son lúcidas, sí, a veces es preferible (así lo prefiero yo) procurar ofrecérselas al lector sutilmente, que las intuya más que las lea.
Por ejemplo: “Cuando mira uno hacia atrás y ha vivido lo bastante, asombra lo elementales que son las reglas del juego de la vida y con qué ingenuidad lo jugamos sin embargo, otorgándole un misterio que sólo está en nuestra imaginación. El miedo y el dinero, eso lo explica todo”. Por supuesto, que la frase (y la novela en general) vale para reflexionar, para incomodar, para asumir errores y desafueros en un pasado reciente. Pero habría sido mejor que el lector llegara a ello por su cuenta.
De una manera u otra, no obstante, el mensaje está ahí, y la novela, con sus percances pero también con sus aciertos, frente a nosotros. Es la que es, y así nos vale para pensar en quiénes fuimos y cómo hemos llegado a esta iconoclasta realidad que vivimos. Y, aunque piense que no hace falta decirlo, sí, está bien escrita, bien trabajada, aunque irregular, sobre todo porque es extraordinario su comienzo...
José Luis Rodríguez del Corral: Blues de Trafalgar (Siruela), colección Nuevos Tiempos, Madrid, enero de 2012, 170 páginas. Edición en rústica: 15,95 €. Edición electrónica: 9,99 €. (Premio de Novela Café Gijón 2011)