JUAN CARLOS RODRÍGUEZ
He de admitir que hasta la lectura reciente de Diles que son cadáveres (Mondadori), la última novela del barcelonés Jordi Soler (Veracruz, 1962), no había entrado en el maravilloso mundo literario de este autor tan poco convencional. En aquella novela, publicada el año pasado, Soler recrea un delirante periplo en el que el poeta maldito por excelencia, Antonin Artaud, recorre Irlanda para devolver el bastón de San Patricio. Nunca es tarde.
Pero he aquí que Mondadori recupera en un único volumen –La guerra perdida– tres novelas anteriores en torno a la Guerra Civil: Los rojos de ultramar, La última hora del último día y La fiesta del oso. En ellas, publicada originalmente entre 2005 y 2009, he descubierto a un Soler aún más brillante, sorprendentemente capaz de crear escenografías que rondan la pesadilla y, a la vez, de hilvanar un mundo mágico asombroso.
Sin renunciar a ese singular sentido del humor que en Diles que son cadáveres ha proyectado especialmente. Indudablemente esta trilogía, inspirada en las memorias de su abuelo Arcadi, encierra una alta narrativa, hipnótica y, sí, aún hablando de la Guerra Civil, original.
En el nº 2.812 de Vida Nueva.