La policía de Nueva York frena a los indignados en el Puente de Brooklyn- (REUTERS) |
Y ponía mucho hielo en la cubitera y miraba el Hudson,
y allí estaba, al lado del aparato de refrigeración, un aparato viejo
del que me enamoré porque estaba lleno de encanto y de aire frío.
Me gusta el aire frío y me gusta el encanto y me gusta este poema
y me gustas tú y me gusta Nueva York y me gusta este billete de cien
Feliz a todas horas, como los perros bajo el sol del verano, enardecidos,
cansados, arrastrando la lengua, a punto de ser dioses norenos.
Enamorado de la suciedad de las aguas atlánticas,
de la suciedad del Metro,
de la suciedad de las almas,
de la suciedad de las papeleras gigantescas,
de MacDonald’s,
de la suciedad de las manos
de las cajeras chinas.
Y otro día me fui a Ellis Island
y miré fotos de emigrantes de hace ochenta años
verdad que alguno se me parecía y miré las maletas de la exposición
y alguna de esas maletas podría haber sido de mi bisabuelo, pero es imposible,
ojalá hubiera sido así, ojalá, y maldije a mi bisabuelo
por no haber venido aquí hace cien años, y luego salí del museo
y me comí un hot dog.
Y me pasé la tarde comiendo porque de repente estaba triste.
Comí sushi portatil, y una cake de un Starbucks que no sabía a nada,
y uva y un plátano, y fideos chinos con verdura cruda,
me gusta morder la hierba recién cogida del campo.
Y me fui a ver mujeres, como hacía todos los atardeceres, y las besaba
en los sitios insensatos, y dormía con ellas
y les quitaba el pelo de los ojos.