El Museo del Prado inaugura una gran exposición sobre la obra “movible” –básicamente, religiosa– del pintor y su taller durante sus últimos siete años de vida bajo el pontificado del Papa León X.
A Rafael de Urbino le bastaron doce años en Roma, a donde había llegado procedente de Florencia, para convertirse en el pintor más influyente del arte occidental. Doce años, entre 1508 y 1520, como pintor y arquitecto, con el patrocinio de los papas Julio II y León X, para que su arte se considere insuperable aun hoy, casi cinco siglos después de su muerte.
“Era mucho más que pintor o diseñador, había llegado a ser un gran personaje público en Roma, y se decía que aspirante a un capelo cardenalicio; era esteta, teórico del arte, arquitecto, arqueólogo, urbanista y estudioso de la Antigüedad; su radio intelectual, artístico y social era más amplio que el de ningún otro artista anterior, y muy pocos posteriores –sólo Bernini, Rubens y Le Brun son candidatos serios– llegarían a emularlo”, explican Paul Joannides y Tom Henry, los comisarios de la gran exposición que le dedica el Museo del Prado: “El último Rafael”.
Sagrada Familia con San Juanito |
Joannides y Henry son dos eminencias en la pintura del Alto Renacimiento y los mejores investigadores de la obra de Rafaello Sanzio (Urbino, 1483-Roma, 1520), simplemente conocido por la posteridad como Rafael. Ambos han sido elegido por el Prado y el Museo del Louvre –a donde viajará la exposición una vez clausurada en Madrid el 16 de septiembre–, las dos pinacotecas con mayor número de obras producidas por Rafael y su taller en los últimos años de vida del pintor de Urbino.
Y ambos pretenden revisar su excepcional legado entre 1513, cuando el León X es elegido Papa, hasta la muerte del artista en 1520, apenas con 37 años. “Fue en Roma donde Rafael creó sus pinturas más espléndidas y ambiciosas, entre ellas algunas de las imágenes más famosas del Alto Renacimiento, y fue bajo el pontificado de León X cuando pudo desplegar toda su genialidad”, señalan Paul Joannides y Tom Henry en el magnífico texto introductorio del catálogo de la exposición del Prado.
Esos siete años no sólo son peculiares por la magnificencia de la obra de Rafael, visible en sus famosos e innovadores frescos del palacio vaticano: la Signatura, la Estancia del Heliodoro y la Estancia del Incendio por petición de Julio II. Y con los múltiples encargos con los que León X colmó la genialidad de Rafael: los tapices de la Capilla Sixtina, la Sala de los Palafreneros, las Logias, la monumental Sala de Constantino…
Santa Cecilia |
“Bajo León X fue realmente Rafael quien ejerció el liderazgo creativo, conquistando un lugar entre los artistas más experimentales, polifacéticos e influyentes de todos los tiempos, con una producción en distintos terrenos que tuvo efectos incalculables sobre el curso ulterior del arte occidental”, manifiestan tajantemente los comisarios de la exposición del Prado.
Esos siete años son particulares también por las sombras persistentes sobre su autoría, el sistemático proceso creativo de su taller, el papel desempeñado por sus ayudantes, la dificultad para datar las obras y la necesidad de examinar hasta donde llegó realmente “la mano” del genio y la de sus dos más leales discípulos: Giulio Romano y Giovanni Francesco Penni. De ahí, la gran importancia de la exposición del Prado y el porqué de que ésta abarque hasta 1524-1525, es decir, la fechas de la marcha respectiva de los dos jóvenes colaboradores de Rafael a Mantua y a Nápoles, respectivamente.
“Entre los artistas y los estudiosos, y entre el público, probablemente el prestigio de Rafael sea hoy mayor de lo que ha sido durante dos siglos –afirman Joannides y Henry–. A pesar de ello, las últimas pinturas de Rafael siguen siendo comparativamente poco comprendidas, en parte porque presentan problemas de cronología, en parte porque su variedad desconcierta, en parte porque no trabajaba solo”. [...]