Hay un hermoso, sabio y extraño libro en la producción de Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942) que tiene por título Los ojos del hermano eterno (Acantilado). En él se narra, como una leyenda oriental, la vida de Virata, juez justo y virtuoso, que renuncia a su carrera en tiempos de Buda para descubrir el valor absoluto de la vida. Hay en esta novela corta y redonda, apenas 70 páginas, multitud de sentencias, citas e historias. De ellas quería hoy extraer tan sólo una breve cita a la que le vengo dando vueltas últimamente que, sobre todo, me gustaría que nos sirviera para llegar a esta hermosa metáfora de la vida escrita por Zweig, uno de mis escritores favoritos. El rey concede a Virata un deseo (Pág. 67) y éste responde:
–No quiero disponer de mi libre albedrío. Porque el hombre libre no lo es y el que no hace nada también es culpable. Solo es libre el que sirve, que ofrece su voluntad a otro y emplea sus fuerzas en una obra, sin hacer preguntas. Sólo la mitad de la acción es obra nuestra: el principio y el final, la causa y el efecto, pertenecen a los dioses. Líbrame de mi voluntad, porque querer es confusión y servir es sabiduría, y te estaré agradecido, rey.