Últimamente gustan mucho las series. Ponga una en su vida. Una de estas series en las que la narrativa contemporánea –al fin y al cabo: son el modo predilecto que elegimos cada vez más para que nos cuenten una buena historia– se está reinventando. Series, sí, que son sólo un formato téorico, la televisión, pero que casi nunca –el buen serieadicto, claro– se sumerge en ella atestada de publicidad, a hora incierta y sin solución de continuidad. No veo la televisión, pero sigo las series...
Series que se ven online en el propio televisor, a tantos capítulos como nos permita el sueño y el adsl (incluso las cada vez más caras ediciones en DVD), sin cortes, casi siempre subtituladas –mal que bien, cada vez mejor– para vivir experiencias reconfortantes que sólo transmiten las mejores novelas: esas noches de insomnio en las que el amanecer te encuentra abrazado a una novela de Murakami, o a Myû, mejor aún, ese personaje de Sputnik, mi amor (Tusquets) que proclama: “Todas las cosas deben ser contadas cuando llega el momento. Si no, uno sigue eternamente encadenado a su secreto”.
Perífrasis exacta de lo que esconde la esencia de una buena serie –de toda narración, sin más–, incluso cuando llega ese momento en el que por la ventana del salón nace el sol y lo poco que ocupa tu conciencia es el descubrimiento de John Nieve (Juego de tronos), Ben Hawkins (Carnivale), la familia Braverman (Parenthood), Peggy Olson (Mad Men) o Albert Lambreaux (Treme). Y tantos otros que te han hecho pensar, temer, reír, correr, llorar, cantar, vivir.
Las series, claro está, son para el verano, los fines de semana y las largas noche de invierno ahora tan lejanas. Esas son las series que me gustan, series que te dejan sin dormir y sin aliento tras horas de imaginación; ahora que el cine apenas te dice nada, los partidos de fútbol –clásicos o no– se alargan a los telediarios durante semanas y no nos quitan el dedo del ojo o los diarios están llenos de protagonistas sin interés y se repiten. Y en donde nadie tiene el menor sentido del humor y escribir bien es un defecto.
Nunca me he divertido y disfrutado tanto con series o leyendo poesía como este verano, mientras que las novelas en el escaparate –no todas: ¡Bienvenido de nuevo ilustre Houellebecq– y los periódicos me aburren terminalmente, tanto que apenas tengo fuerzas para abrirlos. Lo que me van a contar ya lo sé. Nunca los periódicos han dicho tan poco y las series, tanto. O así me lo parece.