El Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana rescata al sacerdote y revolucionario nicaragüense, perseguido por el gobierno de Daniel
Ortega
Un hombre sencillo,
un hombre de Dios. Nicaragüense, sacerdote, poeta y
revolucionario. Ernesto Cardenal (Granada,
Nicaragua, 1925) obtiene por fin el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
–un verdadero Nobel de la poesía hispano-portuguesa que alcanza su XXI dotado
con 42.100 euros y concedido por Patrimonio Nacional y la Universidad de
Salamanca– que le reconoce como una voz fundamental de la literatura. Por fin.
No sólo por el hecho tangencial de que acumulara ya algunos años de finalista
–al menos desde que lo ganara en 2005 Juan Gelman–, sino porque el poeta
nicaragüense arrastra una fama internacional desde principio de los años 80 que
le hace uno de los poetas de mayor prestigio de cuántos aún siguen escribiendo
en español. Lógico, podría parecer, para quien ha llevado tan lejos las fronteras
posibles de la poesía, con ese “exteriorismo” al que ha dado nombre. Con su
rebelión insaciable, las palabras, el lenguaje, no podían ser en sus versos más
que revolución de la sintaxis, del ritmo, de la musicalidad, de las imágenes.
El propio Cardenal lo explica: “El exteriorismo no es un ismo ni una
escuela literaria. Es una palabra creada en Nicaragua para designar el tipo de
poesía que nosotros preferimos. El exteriorismo es la poesía creada con las
imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo
general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía
objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con
cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y
cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura”.
Es la poesía de
vanguardia, en donde traza una continuidad con Whitman,
Pound, T. S. Elliot, J. Joyce, Hilda Doolittle, Huidobro, Neruda, Paz o
Vallejo...
Sin duda, junto al talento en el manejo del lenguaje y la
experimentación de su poesía, Cardenal traspasó en esos mismos años 80 los
límites de la literatura y de la religión como uno de los rostros del Frente
Sandinista de Liberación Nacional en la revolución que acabó con la dictadura
de Maximiliano Somoza. Precisamente, su eterna identificación de su boina negra
y su barba cana con la lucha revolucionaria contra las dictaduras
militares, con el pensamiento marxista, contra la injerencia norteamericana y a
favor de la construcción de una sociedad más solidaria y justa ha ocultado el peso
verdadero, hondísimo y renovador, de su poesía.
Testimonio contra la injusticia
Sin embargo, ahora que es un perseguido por el Gobierno de Daniel Ortega, víctima de acoso y
destrucción, con sus cuentas intervenidas y su prestigio enfangado, por
atreverse a decir lo que nadie quiere oír –“en Nicaragua tenemos una
dictadura”– es la poesía quién viene a salvarle, a devolverle la voz. Ya era
hora, a él que ha hecho, sigue haciendo, de la poesía, con sus epigramas,
cantigas, salmos, oráculos, plegarias, himnos, un modo de dar testimonio
contra la Injusticia, la desigualdad, la
miseria, el dolor, pero, ante todo, de testificar “el poder salvífico de
Dios y la manifestación de su amor”. Por eso, desde Nicaragua, recluido y
arrinconado, afirma: “Estoy feliz. No me esperaba ya un
premio así. Ha sido toda una sorpresa. Es una muestra de generosidad, de
reconocimiento, pero yo no lo merecía”.
Sí, lo merecía. La poesía de Cardenal, su verso en busca de esa
utopía simbolizada en la Resurrección y el Reino de Dios –en el lenguaje de la
Teología de la Liberación, como él afirma en su poesía habita la esperanza del
“mundo mejor que todos esperamos”–, está, como la del reciente Premio
Cervantes, el chileno Nicanor Parra, en la cumbre de la literatura
iberoamericana. […].
En el nº 2.800 de Vida Nueva. Ernesto Cardenal, el poeta de la teología de la liberación, íntegro solo para suscriptores