Foto: Germán Gómez / Anagrama |
Luisgé Martín publica La
mujer de sombras, novela en la que lleva al extremo sus obsesiones sobre la
doble identidad, el descenso a los infiernos y las perversiones.
Luisgé
Martín (Madrid, 1962) es un editor y escritor obsesionado con “la doble
identidad” que siempre llevamos dentro y en narrar descensos a los infiernos.
Autor de novelas como La dulce ira
(1995), La muerte de Tadzio (2000), Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009), acaba de
publica La mujer de sombras
(Anagrama). Novela en la que lleva a su máxima expresión ese encuentro del deseo y sus abismos. Al que
se accede, por lo demás, a través de Internet. “Uno
aspira a tener lectores inteligentes, que sean capaces de entrar en el juego de
mi literatura y pueda sentir y plantearse todas esas dudas, todas esas
cuestiones, que escritores como yo planteamos en las novelas”, afirma.
–¿Quién es la mujer de sombra?
–La
protagonista de mi novela ha tenido un pasado oscuro, instintos
sadomasoquistas, que no encaja muy bien con su personalidad; y Eusebio, quien está
enamorado de ella, lo sabe y se obsesiona por conocer hasta el último detalle
de ese pasado. Una espiral de obsesión acerca de
por qué antes era así o por qué con él es de otra manera. Hasta acabar convirtiendo
lo que es un amor plácido y feliz en una especie de infierno. De ese
modo comienza un viaje de
degradación, de envilecimiento, de transgresión, que pone en peligro su
relación y que hace que a los lectores este personaje le llegue a provocar
repugnancia. En cualquier caso, en las relaciones humanas, querer saber
demasiado es casi siempre destructivo.
–“Ojos que no ven, corazón que no siente”…
–Pero
debería decirse “Ojos que no miran, corazón que quiere seguir sintiendo”. La
amistad y el amor están a menudo fundados en la ignorancia. Como escritor, me
gusta preguntarme qué hay detrás de la fachada de una persona, de su aspecto
cotidiano y público. Tengo permanentemente la sensación de que lo que todos
ocultamos a los demás es, como en los icebergs, mucho más grande que lo que mostramos. Y eso me parece
fascinante, es un campo literario inagotable. Porque es en esa parte oculta
donde está lo que de verdad somos.
–La doble identidad, el descenso a los
infiernos, la sexualidad torcida… temas
que siempre están en su narrativa.
–Todos
esos temas ya están en mis novelas
anteriores, es cierto. Pero en La mujer de sombra vuelven en todo
su esplendor. En Las manos cortada quería hacer un novela completamente distinta,
con una intencionalidad política, una trama política, que se desarrollaba en el
Chile de Allende. Pero, al final, cuando la novela va tomando cuerpo, acaban
aflorando estas obsesiones, estos mismos asuntos recurrentes que, pienso en
este momento, estarán de algún modo u otro en todas mis novelas. ¿Por qué a mí
me obsesiona la doble identidad, el descenso a los infiernos, la sexualidad
torcida? No me he tirado en el diván a preguntármelo, pero por eso escribo.
Supongo que tiene que ver con mi biografía y mi forma de ver el mundo.
–Que no es
conformista, precisamente…
–No. La literatura que me interesa, y lo digo con el uniforme de
escritor –porque como lector soy mucho
más amplio en intereses–, es la que es un arma para hacer daño al lector, para inquietarle,
para que le haga replantearse algunas cosas; o, como he dicho en alguna
ocasión, “para abrirle alguna brecha en la cabeza, sin que le salgan los
sesos”. Con esto digo que la literatura que me gusta escribir es la que te revuelve, la que te mueve la silla. Me
gusta, y es en este sentido en el que lo digo, molestar. La literatura me
interesa para que los lectores puedan hurgar dentro de ellos. [...]
En el nº 2.801 de Vida Nueva. "Me gusta la literatura que revuelve y molesta", íntegro solo para suscriptores.