Lluis Borrassà, detalle de la tabla del Retablo de San Pedro de la colección Armengol Junyent |
En
vez de recurrir a los grandes ciclos de exposiciones en templos y monasterios, es
el Museu Nacional de d’Art de Catalunya (MNAC) el espacio que contiene el
objetivo de difundir el valioso patrimonio artístico religioso catalán más allá
del ambicioso programa de turismo cultural que es “Catalonia sacra”. Lo hace
con el maravilloso Románico, pilar de su colección permanente, y ahora invita a
posar la mirada hacia Cataluña 1400. El
Gótico internacional.
Es la primera gran exposición dedicada a una etapa
fundamental del arte gótico catalán y la iconografía católica que tiene como
objetivo más inmediato “romper la paradoja de que nombres ampliamente reconocidos por
los especialistas extranjeros –como Lluis Borrassà, Rafael Destorrents, Pere
Joan y Bernat Martorell– sean todavía unos auténticos desconocidos para los
catalanes”.
La muestra exhibe 60 obras maestras de
uno de los ciclos más creativos de la historia del arte en la Corona de Aragón,
entre finales del siglo XIV a mediados del XV, con piezas tan valiosas como las
cuatro tablas obre madera de roble del llamado Retablo de Sant Jordi –juicio, flagelación, suplicio y decapitación–
que Martorell, el artista más importante del “Gótico catalán”, pintó entre 1434
y 1437. Han sido cedidas por el Museo del Louvre.
Y se exhiben junto al frontal
del altar, con su magnífico bordado en alto relieve ejecutado por Antoni
Sadurní a partir de un modelo pintado por Martorell, también destinado a la
capilla del hoy Palacio de la Generalitat. El propio Martorell concibió el llamado Terno de Sant Jordi, es
decir, el conjunto de indumentaria litúrgica formado por una capa, una casulla
y dos dalmáticas que también se exhibe en la muestra.
“La fama de Martorell es bien merecida. Su pintura se caracteriza por
una gran precisión técnica, con un dibujo firme y una pincelada minuciosa. Sus
obras están repletas de personajes expresivos, ataviados con sombreros
estrafalarios, ropas de pieles y ricos brocados. También sobresale en el uso
del color, y el Retablo de Sant Jordi es un buen ejemplo de ello; nunca
se había visto en la pintura catalana una gama cromática tan amplia y bien
contrastada, con sorprendentes tonos ácidos y combinaciones tornasoladas”,
explica Rafael Cornudella, jefe del Área de arte gótico del MNAC, comisario de
la exposición con la colaboración de Guadaira Macías y Cèsar Favà.
Lámina del Juicio Final en el Misal de Santa Eulalia de la Catedral de Barcelona |
En el bautizado como “período
internacional” del Gótico mucho de lo que es válido para Cataluña también lo es
para los restantes territorios de la Corona de Aragón, especialmente Valencia.
Ese nuevo código estético nació básicamente de la eclosión de un modelo de
síntesis entre los dos grandes polos del arte a finales del siglo XIV: por un
lado París, el Norte de Francia y los Países Bajos; de otro, la Toscana, el centro
de Italia y el Mediterráneo. Y rápidamente se expandió por Europa, desde
Alemania a España.
“Cataluña
se incorporó decididamente al circuito del internacionalismo, y muy pronto
reinterpretó con originalidad una corriente estilística marcada por los contrastes
y que combinaba, en un peculiar equilibrio, la filigrana y la observación de la
naturaleza, la elegancia y la expresión, el lujo material y la habilidad del
artista. El fruto de estas experiencias constituye uno de los momentos más
plurales e intensos del arte catalán”, apunta Cornudella. [...]
En el nº 2.796 de Vida Nueva. La "internacionalización" del arte de mirar a Dios, íntegro para suscriptores.